Manuel Velázquez
Preparar una exposición requiere de un proceso que puede durar entre seis y doce meses. Se trata de un conjunto de pasos, entre ellos el contacto del artista con el museo o galería; elaboración del proyecto de exposición, de investigación y localización de obras; la exploración del espacio para ponderar el número de piezas; el diseño y estructura de la muestra (que puede ser artístico, simbólico, conceptual o fenomenológico); la relación con el personal del recinto (diseñadores, museógrafos, curadores, educadores); el contacto con otros museos o galerías, coleccionistas o fundaciones para la solicitud de obra en préstamo o para proponer una muestra itinerante; la organización del transporte y seguro de las piezas; la producción y mobiliario museográfico; el montaje, rueda de prensa, publicidad y diseño; la organización del día inaugural; la clausura y realización de la memoria del evento (fotografía, video, audio, entrevistas, notas de prensa, edición de catálogo y folletos), así como reuniones, llamadas, elaboración de oficios y otras gestiones.
En términos prácticos, hacer una exposición es similar a escribir un cuento o pintar un cuadro. El proceso es subjetivo y objetivo a la vez. Se usan las piezas y el mobiliario museográfico como si fuera un vocabulario y se combinan de manera que se pueda describir o iluminar algún asunto de la obra. El reto es mantener el balance entre la razón y la intuición. Ambas son válidas. Una de ellas da la distancia, la evaluación abierta y honesta. La otra da la cercanía, la chispa propia que es personal y creativa.
Asimismo, son importantes la proyección, que significa desplegar algo en la mente, imaginar y visualizar; y la sensibilidad, que es una parte importante del pensamiento artístico y la manera en que el visitante tendrá contacto con la muestra. Por lo tanto, es deseable que el curador y/o el autor se involucren teórica y emocionalmente con su proyecto, ya que esto será lo que determine el resultado principal de su exposición. Las muestras son, ante todo, un recorrido emotivo; en consecuencia, el curador y/o el artista tienen que pensar en esa estructura sensible. La exposiciones deben tener un clímax y un desenlace. El contacto anímico con el público depende de cómo están planteados los recorridos visuales y emocionales.
Además, una buena exposición combina la familiaridad con lo desconocido, por lo que un curador necesita conocer todo el material y, junto con el creador, debe estar decidido a arriesgarse. Las mejores muestras se dan cuando ambos están conectados, comprometidos con su trabajo, y para realizarlas se requiere estar preparados de antemano, tener obras que armen un discurso claro y evidente. Por ello, el autor tiene que proporcionar impecablemente y a tiempo los materiales solicitados por el museo o la galería: buenas fotos, piezas bien enmarcadas y con instrucciones de montaje, listas de obra claras y sin errores. No hay que olvidar que para que el mueso realice su trabajo de gestión, difusión y aseguramiento de la obra se necesitan los materiales hasta con dos o tres meses antes de la inauguración.
De igual modo, montar una exposición implica construir una audiencia, y cualquier espacio cultural debe identificar toda la gama de individuos que estarían interesados en sus muestras, tanto para atraer a nuevos visitantes como para preservar los existentes. Dichos recintos no pueden “ser de todo y para todos”, debido a que desperdician recursos si intentan abarcar demasiado, aunque sí deben tener una oferta amplia, pero tienen que priorizar individuos y grupos. Una vez definido el público, se puede diseñar una exposición que resulte atractiva para esa concurrencia.
Pero no sólo los museos deben pensar en el auditorio, sino también el creador, es importante pensar en el espectador como un receptor activo, alguien que aporta y traduce la obra. Ésta es una responsabilidad compartida: artistas e instituciones culturales deben crear lazos con el mayor auditorio posible. Exponer es dialogar, establecer una relación entre personas y colectividades. Una muestra es una metáfora social y un vínculo, ya que tiende un puente con una colectividad que actúa, que está viva, que deposita y consume “cargas emocionales”, que interpela la obra, que pide respuestas al autor.