Dr. Gilberto de los Santos Cruz
De acuerdo a investigaciones sobre el proceso educativo, se ha llegado a la conclusión muy clara de que hay tres elementos centrales para lograr educación. Educar tiene que ver, de manera fundamental, con la generación de ambientes humanos propicios, presencias humanas significativas y encuentros humanos transformadores. No hay posibilidades de educar si no se genera un ambiente en el cual educadores y educandos estén motivados con el compromiso que implica el caminar juntos hacia el aprendizaje y abiertos a la confianza mutua para lograrlo de manera conjunta.
El ambiente educativo está siempre cruzado por la tensión entre la apertura y el equilibrio emocional de los sujetos, su actitud de servicio y reconocimiento del otro y su compromiso hacia un proyecto común, frente a bloqueos afectivos, miedos a la apertura y el compromiso, intereses personales o de grupo, adaptación acrítica al horizonte vigente competitivo, consumista, pragmático e inmediatista, etc. No puede haber educación si, al mismo tiempo que existe este ambiente propicio, no se generan encuentros significativos entre educadores y educandos, entre grandes saberes, tradiciones o enfoques y educandos deseosos de saber, entre educadores y educandos en búsqueda común de crecimiento intelectual, psicológico, social, emocional, espiritual, etc.
La educación es, en gran medida, encuentro con las grandes teorías, investigaciones, desarrollos científicos, tecnológicos, humanos, de las pocas que nos precedieron. La facilitación de estos encuentros se da siempre en otra tensión, la que se establece entre la motivación con la que acceden los estudiantes al aula, sus preguntas relevantes, los sentimientos positivos hacia su propio aprendizaje y el efecto transformador que pueda tener este aprendizaje en sus vidas, frente a la rutina y el desinterés que se genera en ellos por los años de aprendizajes no significativos en la escuela, los conceptos repetitivos, el culto al autor o los sentimientos negativos originados por la sacralización de teorías o autores determinados que se presentan ante ellos como incuestionables. Finalmente, no habrá educación si no existen, en el proceso educativo, presencias significativas que marquen el desarrollo de los educandos como personas, personas que eduquen con su propio testimonio, que sean testigos de la humanidad y que puedan enseñar con su vida a los alumnos en qué consiste ser humano en una realidad concreta.
La existencia o no de estas presencias educadoras está marcada por la tensión entre la búsqueda de autenticidad humana del profesor; por su empatía con los educandos; su liderazgo intelectual; su búsqueda continua de consistencia moral y su cuestionamiento crítico frente a las contradicciones, inconsistencias morales, elementos de presencia “bancaria” frente a los alumnos y de dogmatismo y autoritarismo inauténticos. De la manera como se resuelva esta tensión dependerá que los estudiantes descubran presencias significativas educadoras en su paso por la escuela o la universidad. Éstos son algunos elementos para considerar el término educar en los tiempos que corren. La vida y su desarrollo individual y social son, en efecto, una compleja mezcla de progreso y decadencia, es decir, de bien y mal que se encuentran frente a frente y que en su confrontación permanente van generando que la humanidad avance en su tarea de humanización y también retroceda en su intento de humanizarse.
Crisis de futuro en la que impera la destrucción de la naturaleza hasta atentar contra los mínimos de supervivencia de la especie humana, entre otras muchas especies que se extinguen cada día, la desigualdad creciente en la distribución del ingreso que genera la productividad social que abre abismos cada vez mayores entre ricos y pobres hasta llegar a extremos terribles de exclusión para millones de personas en el planeta, la crisis de la política como modo racional de resolver la organización social y los conflictos de intereses entre grupos o naciones, la crisis cultural en la que impera un desconcierto en el arte, una indiferencia creciente en lo religioso y lo que algunos llaman “pérdida de valores” humanos.
Cambio de época o nuevo renacimiento en el que podemos también constatar, desde otra óptica, el surgimiento de nuevos valores y nuevos campos de conciencia humana y social, una solidaridad internacional creciente como la conciencia de vivir todos en el mismo planeta y de la necesidad de respetarlo, una mayor equidad de género, la generalización de reclamos de participación social de todos los sectores, la exigencia de tolerancia y respeto entre los diferentes, la búsqueda de alternativas económicas a la globalización de mercado centrada en los grandes capitales internacionales, como afirma Valéry, “el futuro ya no es como era antes” en el que parecía que todo era mucho más previsible y existían algunas certezas. Es mucho más sencillo que exista motivación del educando hacia su propia educación cuando hay un escenario donde existen evidencias de que “si le echas ganas o si te superas y estudias, vas a progresar económicamente y vas a vivir más seguro”, que en uno como el actual donde parece ser que “echarle ganas”, “ser buen estudiante”, “sacar un buen promedio” no garantiza realmente la obtención de un empleo o el progreso económico, mientras que vemos todos los días personas que no sólo no se educaron sino que optaron por caminos “fáciles” y aun ilícitos y a los cuales les va de maravilla y tienen un alto reconocimiento social.
Efectivamente: “El futuro… ya no es como era antes” y para este distinto futuro tenemos que educar a todos incluso adultos que hoy tienen que estar estudiando permanentemente para no quedar al margen de este futuro incierto.