Piedra de toque
Ricardo Cuéllar Valencia
PARTE 1 DE 2
Varios poetas y narradores que conocieron el Quito colonial o han caminado la ciudad moderna se han fascinado con la luz de su cielo y los encantos de su vida. El historiador colombiano, Germán Arciniegas, en “Los Pinos Nuevos”, 1995, escribió: “La luz del sol de Quito es la más blanca, la más verde, la más azul. Se ve en cientos de casitas encaladas que sobre las faldas de los cerros parecen rebaños de azúcar cándida. En el manto vegetal de los montes. En el cielo sin mácula. Algo de estas claridades se ve siempre en las alturas… La cordillera de loma de armiño forma un embudo lleno de frescura, y en el centro está la ciudad. Tiene Quito en el espaldar de su silla la vertiente del Pichincha” (cita de Antonio Cacua Prada en su libro “Manuelita Sáenz mujer de América”, (Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 2002. Las citas siguientes son tomadas del mismo libro). Quito fue fundada en 1534 por el capitán Sebastián de Belalcázar. Para fines del siglo XVIII la ciudad se encontraba atestada de iglesias y conventos como muchas de las capitales hispanoamericanas. Cuenta la historiadora Jenny Londoño López que “en la Real Audiencia quiteña se establecieron formas de tutelaje o protección de las féminas, como parte compensatoria a la rígida sociedad patriarcal trasplantada desde España”. La idea de mujeres de la aristocracia era lograr edificar espacios donde las mujeres solas, solteras y viudas contaran con un refugio seguro en el que encontraran protección e instrucción.
En el año de 1780 arribó a Quito procedente de España el señor Simón Sáenz de Vergara y Yedra, nacido el 21 de octubre de 1755 en la Villa de Villasur de Herreros, en busca de fortuna. A su paso por Popayán, en el Nuevo Reino de Granada, conoció a la señorita Juana María del Campo Larraondo y Urrutia y Valencia Fernández del Castillo, hermana del fundador de la Casa de la Moneda de Popayán, en 1748, Pedro Agustín Valencia. Continuó su viaje para Quito. El 30 abril del siguiente año se casó por poder con Juana María Larraondo, de 21 años, nacida el 27 de junio de 1760. Figuró como apoderado el padre de la novia, Francisco Larraondo, regidor ordinario. El señor Saénz de Vergara se estableció en Quito y viajaba a Popayán cada año a ver su esposa. En esta ciudad nacieron sus seis primeros hijos. En Quito también vivía el panameño y abogado de la Audiencia, el doctor Mateo José de Aispuro Montero de Espinosa, casado con Gregoria Sierra Pampley Mora, padres de 10 hijos. La señorita Joaquina Aizpuru Sierra, nacida en 1766, a los 22 años se “enredó en amores” con Simón Saénz de Vergara.
El historiador ecuatoriano Jorge Núñez Sánchez cuenta que Quito era una ciudad, por aquellos años finiseculares del XVIII, una ciudad libertina donde primaba “la cultura del amor libre”. Las autoridades españolas ante la “libertad de costumbres” decidieron promulgar variadas cédulas, leyes y reglamentos. Atención particular quisieron poner en evitar que los hombres casados, al salir de España hacia las Indias o cambiarse de domicilio en América, abandonasen a sus esposas e hijos. Tales normas cayeron encima de Simón Saénz de Vergara mediante Real Orden del 9 de mayo de 1794. El historiador Núñez Sánchez sostiene con documentación a la mano: “El inquieto chapetón vivía en Quito, dedicado a los negocios de la política, bajo la protección de las autoridades y dándoselas de “soltero, libre y disponible”, mientras tenía abandonadas en Popayán a su mujer legítima y a sus hijos desde hacia algunos años”. Sus ambiciones de dinero y poder se cruzaron con el poderoso grupo de los Montúfar, quienes lo denunciaron ante la ley por vivir amancebado en Quito y se atrevieron a denunciarlo ante la esposa en Popayán. Evadía los ruegos de la mujer por su dedicación a la amada en Quito, la guapa Joaquina Aizpuru; la esposa lo denuncio ante el Virrey de Nueva Granada para que se reuniera con su mujer legítima en Popayán. El hombre le argumentó que Quito era la cuidad ideal para sus negocios y que tales amores eran producto de calumnias de sus enemigos. Ella lo convenció de llevarla a Quito con sus hijos y no pudo el hombre más que acceder. Reanudó sus amores con Joaquina. El escandalo cundió por la sociedad quiteña. Los rivales comerciales solicitaron su expulsión de la ciudad y que cancelara las deudas. Después de un tenso forcejeo legal logró quedarse junto a su familia legítima, quienes llagaron en enero de 1785 y también lograba estar cerca de su amada Joaquina.
El reencuentro con la amada trajo como consecuencia que ella quedó embarazada y con apoyo de su hermana Ignacia decidió, para evitar el escándalo, se trasladara para la hacienda San Isidro en Chillo de propiedad de la familia Del Mazo Aizpuru, allí pasó los nueve meses de embarazo. Nació la niña Manuelita el 27 de diciembre de 1897. Los padres resolvieron “exponerla en el Monasterio de la Concepción al cuidado y la crianza de la Reverenda Madre San Buenaventura”. Al morir la religiosa quedó la niña en manos de la madre Josefa del Santísimo Sacramento. El padre de Manuelita depositó dinero en favor de la niña. Allí permaneció hasta los siete años. Al crecer la niña el padre fue nombrado alcalde ordinario, luego regidor, es decir, “miembro principal del cabildo por toda la vida”. Pudo dedicarse al comercio de importación de productos extranjeros. Según el historiador colombiano Antonio Cacua Prada doña Joaquina Aizpuru “agobiada por los prejuicios sociales del adulterio murió el 25 de enero de 1796”. Manuelita quedó huérfana a menos de un mes de su nacimiento.
A los 24 años Manuela Sáenz promovió el expediente sobre su filiación y calidad ante el juzgado de la segunda nominación en la capital ecuatoriana. El cual fue reconocido como ella lo solicitó.