Piedra de toque
Ricardo Cuéllar Valencia
A partir de mi lectura de “El pez en el agua” (Seix Barral, 1993) de Vargas Llosa me quedó claro que la egolatría del peruano es un poderoso monstruo que lo arrastra por todas partes, día y noche. El tratamiento que le da al poeta César Vallejo, reconocido por la crítica literaria como un vanguardista original, Vargas Llosa lo minimiza. Lo mismo hace con Cesar Moro. Este asunto lo traté en otra Piedra de toque hace algunos años. Basta recordar el luminoso ensayo “César Vallejo y la muerte de Dios” (Panamericana, 2000) de Rafael Gutiérrez Girardot para entender el asunto religioso en la obra del poeta, donde esclarece la rebelión de Vallejo desde el mundo de aquel inolvidable creador que llegó a escribir con suma lucidez: “nací un día que Dios estaba enfermo”. Octavio Paz tampoco pudo dar en el clavo con el poeta peruano en el tema religioso.
A Vargas Llosa se le ocurrió enfrentar al surrealismo para demeritar el trabajo de los sueños en la creación poética y privilegiar su socorrido realismo, el cual como él mismo dice lo ha “intoxicado”.
El reciente libro de Vargas Llosa “Medio siglo con Borges” (Alfaguara, 2020) se dedica a reconocer con sorna al argentino partiendo del homenaje en el centenario del escritor (1899-1999) realizado por los franceses: “números monográficos de revistas y suplementos literarios, lluvia de artículos, reediciones de sus libros y, suprema gloria para un escribidor, su ingreso a la Pléiade, la biblioteca de los inmortales con dos compactos volúmenes y un álbum especial con imágenes de toda su biografía. En la Academia de Bellas Artes, transformada en laberinto, una basta exposición preparada por María Kodama y la fundación Borges documentada cada paso que dio desde su nacimiento hasta su muerte, los libros que leyó y los que escribió, los viajes que hizo y las infinitas condecoraciones y diplomas que le infligieron. El día de la inauguración, rutilaban en el atestado local, luminarias intelectuales y políticas -créanlo o no- y unas lindas muchachas vestían polos negros y blancos estampados con el nombre de Borges”. Pésimo humor.
Los diez textos de Vargas Llosa están fechados en años distintos. Desde entrevistas, comentarios a las mismas y notas sobre el autor. Comenta algunos ensayos y cuentos sin atender la poesía. No profundiza en la crítica, apenas elogia su genio, admira su escritura, pero no toca a fondo los temas elegidos por el creador, lo reduce, constantemente, al reconocimiento sin intentar penetrar en el propósito y el sentido de los temas abstractos, filosóficos, literarios y menos teológicos o metafísicos. No rebasa el lugar común, es decir, no pasa de la enunciación simple y llana, dejando a un lado las lecturas de lectores que lo han estudiado a fondo; los elude olímpicamente con el banal argumento que ellos se han dedicado a rastrear inútilmente las fuentes de Borges. Falsa lectura pues deja a un lado los fundamentos históricos y literarios, filológicos y filosóficos que el escritor asume y revisa con agudeza y creatividad.
Sorprende que menciona a Edwin Williamson, el biógrafo más completo de Borges hasta ahora en tanto que el irlandés logra exponer con suma precisión histórica y literaria las relaciones entre la vida y la obra escrita por Borges con el evidente interés de desconocer las precisas condiciones en determinados momentos de la vida sentimental, social y política del escritor y la concepción de ciertas obras literarias, que no surgen por los deseos especulativos del argentino, son, por el contrario, resultado de profundas indagaciones.
Vargas Llosa con una enervante insidia repite una y otra vez que a Borges le fue ajena la condición humana y la vida de los seres sociales de su entorno por permanecer absorto en su mundo puramente intelectual. Y salta a la vista su ufano realismo para insistir en que el realismo es la fuente primordial de la literatura. No deja de darle el lugar de genio, de haber llegado, sabemos, a ser un escritor que en nuestra lengua rompe con la tradición (española y europea) e inaugura otra forma de narrar. Apenas deja leer breves entrelíneas en las que reconoce, casi a fuerza, que Borges hace del cuento una reflexión filosófica y de la filosofía una narración, lo que fue, técnicamente, uno de los aportes del argentino. Nada dice el peruano de la crítica filosófica de Borges desde la literatura, otro de sus aportes. Al hablar de las ideas y la escritura de Borges cómo dejar a un lado que la historia de la filosofía eran cuentos (Nietzsche sostuvo que se fundaba en prejuicios, en mentiras), asunto que nuestro escritor desentrañó con suma sabiduría dado que desdice el poder de conocimiento de casi toda la metafísica occidental, desde profundos cuestionamientos sostenidos con precisión y sustantiva creatividad crítica, al jugar con argumentos de deleitable gracia e ingenio hasta tal punto que varios filósofos europeos lo retoman, dialogan con él y elogian como Georges Steiner, Michel Foucault y Fernando Sabater, entre otros. Lo cierto es que filólogos y filósofos lo comentan como el iniciador de posturas modernas. Extenso sería mencionar estas cuestiones. Lo haremos más adelante. Borges subrayó: “Todas las cosas son palabras del idioma en que Alguien o Algo, noche y día, escribe esa infinita algarabía que es la historia del mundo”. Este planteamiento no lo soporta el peruano. Steiner escribió el 20 de julio de 1970: “La función liberadora del arte radica en su singular capacidad para “soñar contra el mundo”, para estructurar mundos que son de otra manera. El gran escritor es a la vez anarquista y arquitecto; sus sueños socavan y reconstruyen el paisaje chapuceado, provisional, de la realidad. Así conminó Borges en 1940 al “fantasma cierto” de De Quincey: “Teje para baluarte de tu isla/redes de pesadilla”. Su propia obra ha tejido pesadillas, pero con mucha mayor frecuencia sueños ingeniosos y elegantes. Todos estos sueños son, inalienablemente, de Borges. Pero somos nosotros quienes despertamos de ellos, acrecentados”. Yo me quedo con la lectura Georges Steiner. Borges escribió de manera concluyente: “…la metafísica es una rama de la literatura fantástica”. Para Borges las ideas religiosas o fantásticas fueron tenidas en cuenta por su valor estético y sobre todo por su contenido singular y maravilloso.
El genio de Borges no se puede reducir a su capacidad de creador de literatura fantástica, apoyado en fundamentos abstractos de rigurosa creación. Él va más allá de la literatura en tanto que pone en cuestión ciertas y determinadas formas de pensar de las filosofías occidentales. Ésta es la clave. Borges supo leer a Martín Heidegger cuando escribió el alemán: “El lenguaje es la casa del ser. En su vivienda mora el hombre. Los pensadores y los poetas son los vigilantes de esta vivienda”. Borges supo de la idea de Coleridge: detrás de todo buen poeta hay un filósofo. El argentino fue lector profundo de la poesía clásica grecolatina, de la de Medio oriente y Oriental, del Renacimiento europeo, de los poetas filósofos de todos los tiempos, del luminoso “Rerun natura” de Lucrecio; de Blake y los románticos, de Witman y Rubén Darío, entre muchos otros.
Su rotundo desapego, su “fastidio” irredento por la política fue real, claro, evidente, sincero y categórico. La superficialidad de la política ocupada sin recato en los entretelones de la vida social asumida en arreglos, acuerdos, traiciones, mentiras y sus múltiples farsas no le atrajeron, pese a los maltratos sufridos o los desdenes públicos que asumió. Pensó con extrema claridad: la política es un trabajo en la superficie. Tema que también asumió con estricto rigor el poeta Álvaro Mutis.
Vargas Llosa calla más de lo que decide escribir respecto a Borges por razones precisas. En su afán de abordar algo de su vida y muy poco de su literatura lo que le interesa es dar a entender que él mismo es el gran usurero en tratar la vida social, política y cultural de Hispanoamérica, cuando en el caso de Borges su interés fue pensar temas esenciales de la cultura occidental y ponerlos en cuestión, sin dejar a un lado aspectos propios de lo que tiene que ver con lo hispanoamericano. Lo cierto es que Borges no sólo desde la prosa pensó la filosofía, dejó en versos sabios poemas, por ejemplo, sobre Espinosa, Heráclito, comentó a varios de los románticos alemanes e ingleses, antiguos y modernos, fue lector esclarecido de Dante. También dio voz a sus ancestros y cantó a sus tradiciones. Ese poeta se dejaba ir por las sendas claras de la vida y el ser que vivía con pasión esclarecida. Reconoció escribiendo sobre otros poetas de su tierra y de su lengua.
(Una pausa apenas: continuaremos en próximo martes con Manuela Sáenz y sus cartas).