PARTE 1 DE 2
Dr. Gilberto de los Santos Cruz
Si tu corazón late más aprisa viendo a tus alumnos. Si cada persona es para ti un ser que se debe cultivar. Si sabes volver a estudiar lo que creías saber. Si tu vida es lección y tu palabra silencio, entonces… tú eres maestro. (Anónimo)
En el presente se analizan aspectos fundamentales del ser maestro, así como la concepción que históricamente se ha tenido sobre su condición, rol o quehacer pedagógico desde la antigüedad hasta la contemporaneidad. Es claro que esta visión ha evolucionado en torno a lo que es y debería ser el docente, hombre y mujer, como formador, facilitador del conocimiento, transformador cultural y social. A esta concepción se asocian figuras de insignes protagonistas de la humanidad como Homero, Sócrates, Platón, Aristóteles, Jesucristo, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Alberto Magno, Abelardo, Descartes, Kant, Hegel, María Montessori, Soledad Acosta de Samper, Gabriela Mistral, quienes con su pensamiento y su lucha infatigable por la búsqueda de la verdad han señalado las guías o directrices conducentes a la meta de una vida mejor. Todos ellos han sido y continúan siendo maestros de la familia humana, desde sus diferentes visiones del mundo. De un breve recorrido histórico, se procura rescatar ideas valiosas del pasado para enriquecer y complementar las más recientes, no con el propósito de definir al maestro, sino para descubrir sus valores y captar el significado profundo de su misión y compromiso como potenciador del conocimiento, y modelo ético-axiológico, ya que ésta es la razón de ser de su labor pedagógica. La propuesta que se explica pone de relieve las características esenciales que distinguen al maestro líder, quien no ha de limitarse a ser un simple profesional de la educación, un académico encasillado y enclaustrado en la torre del saber, ajeno a los acontecimientos culturales, políticos, sociales y económicos de su contexto, sino un formador auténtico, un trabajador de la cultura y por ende un defensor de la vida. Por tal razón, se expone aquí la imagen ético-axiológica del maestro de todos los tiempos, su comportamiento y actitudes como ejemplo vivencial para quienes son objeto de su acompañamiento, opciones que ha de tomar ante los avances de la bioética, la ciencia y la tecnología, su compromiso con la verdadera educación para acceder a los dominios de la excelencia, a la superación de la mediocridad. Como líder formador, debe privilegiar la vida por sobre aquellos intereses que atentan contra ella, darle sentido a su quehacer mediante la potenciación no sólo de saberes sino de valores esencialmente humanos. Así mismo, se enfatiza en la importancia de ligar su trabajo en el aula con la vida cotidiana, fuera del ámbito académico. El perfil del maestro líder que exige el tercer milenio se articula con las necesidades de formación permanente, él ha de conservar su imagen social como agente generador de conocimiento y de cambio, poseedor de una visión creadora que le permita trascender la rutinariedad, la costumbre mecánica del trabajo diario y la repetitividad que conduce al estancamiento. Si la educación es deficiente y adolece de hondos vacíos, es porque aún no se ha alcanzado a plenitud el perfil de maestro idóneo que se requiere para operar las transformaciones sociales exigidas por el nuevo siglo; para lograrlo, es preciso atender a las necesidades inherentes del profesional de la educación, tener claridad sobre lo que significa ser y actuar como maestro. Origen y desarrollo histórico del maestro desde la perspectiva griega Grecia es la cuna de la educación humanística, tierra abonada de maestros, puesto que es allí donde surge la preocupación por formar al ser humano con sabiduría como si fuera una obra de arte. La enseñanza cobró forma a partir del mito que, como se entiende hoy, en expresión de Mircea Eliade es «una historia verdadera, y lo que es más, una historia de inapreciable valor, porque es sagrada, ejemplar y significativa». Subraya que, a partir de Jenófanes, el primero en criticar y rechazar las expresiones mitológicas de la divinidad que proliferan en las obras de Homero y Hesiodo, los griegos despojaron paulatinamente al mythos del valor religioso o metafísico, terminando por significar lo que no existe en la realidad. En ese entonces había la necesidad de explicar con claridad los fenómenos naturales; sin embargo, no era más que una explicación poética de los mismos, una percepción irracional del mundo. A esta etapa arcaica de la educación sucede otra de superación y madurez cuando la filosofía griega se erige como fuente de sabiduría y se encarga de responder a casi todas las interrogantes sobre el ser y los fundamentos que lo constituyen. Todos los pueblos de la antigüedad aplicaron un proyecto educativo concebido de acuerdo con sus aspiraciones y metas. La figura del maestro, en la antigüedad, adquirió relevancia, en la formación espiritual y moral de la niñez y la juventud. Entre los griegos, la educación no era concebible sin la presencia del maestro, máximo guía y conductor de la sociedad. Por esta razón, tanto la cultura griega como la romana se sustenta en la acción educativa de los grandes maestros que, con el tiempo, lo serán de la humanidad: Homero, Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón, Marco Aurelio entre otros. 1 G.S. Kirk en su obra El mito, aclara que «para los griegos mitos significaba simplemente relato o «lo que se ha dicho», en una amplia gama de sentidos: una expresión, una historia. El maestro, según lo consideraban los griegos, era quien formaba el carácter del discípulo y velaba por el desarrollo de su integridad moral, orientada a la formación del alma y al cultivo de los valores éticos y patrióticos.