PARTE 2 DE 2
Dr. Gilberto de los Santos Cruz
El maestro debe enseñar con autoridad, que significa dominio del conocimiento y fuerza moral que brota de su experiencia y autenticidad. De aquí surge el testimonio de vida y la congruencia de quien comunica un saber. Lo que caracteriza al maestro es la sabiduría, la autoridad y la libertad, puesto que la sabiduría misma se relaciona con la vida no sólo con el conocimiento y la ciencia; es, además, el arte de juzgar rectamente las cosas, los acontecimientos humanos y, sobre todo a las personas; significa también asumir serenamente la realidad de la vida y encontrar el verdadero sentido en ella, referirse al sentido de lo humano y de lo divino; es el arte de valorar justamente las situaciones y de ejercitar la prudencia, proceder con rectitud y buscar la justicia. El maestro del nuevo milenio manifiesta actitudes de liderazgo basado en una cultura humanizante o de desarrollo integral; está llamado a actuar como un nuevo ser humano, un acompañante y no un protagonista.
El auténtico líder debe tener una nueva filosofía de vida, una concepción prospectiva del mundo y de las relaciones humanas que le permitan vivir con autenticidad, al dar y recibir; de esta manera, coadyuva al desarrollo integral de la sociedad del futuro. Con el fin de lograr que la educación responda a estas exigencias, es necesario reflexionar sobre la labor educativa que realizan los maestros, quienes en virtud de su misión, cultivan con asiduo cuidado las facultades intelectuales de sus alumnos, desarrollan la capacidad del recto juicio, promueven el sentido de los valores, preparan para la vida profesional, fomentan el trato amistoso entre las personas de diversa índole y condición, contribuyendo a la comprensión mutua para acrecentar las herencias intelectuales. El maestro sabe que está en juego una vida, y eso entraña una gran responsabilidad ética, moral, política y humana. Con estas expresiones subrayamos que, al hablar de vida humana, no nos limitamos exclusivamente al aspecto biológico, al fenómeno común en los humanos y en los demás seres vivientes, sino precisamente a lo que es más propio del ser humano: desarrollo integral de todas las potencialidades de la persona. El liderazgo del nuevo maestro se caracteriza por el amor y respeto a la vida, solidaridad con los semejantes, identidad, confianza en sí mismo y en los demás, alegría de dar y compartir en contraposición al acumular, explotar y manipular a los otros; luchar contra la codicia, el odio, el engaño; tratar en lo posible de no ser esclavo de los ídolos ni de las bajas pasiones que degradan a los hombres y mujeres. La meta suprema del vivir ha de ser para el maestro el pleno desarrollo de sí mismo y de aquellos con quienes comparte sus saberes y experiencias, pues ha de saber que para alcanzar este logro es necesaria la disciplina y el respeto a la realidad. El maestro líder ha de ser un dechado de valores humanos cuya influencia se expresa en el amor, delegar y dejar hacer, inspirar, mediar, valorar, escuchar y educar más con el ejemplo que con la palabra, ser firme en sus opciones y decisiones, motivar a todos. Sócrates es el símbolo del educador por excelencia entre los griegos y como tal ha sido reconocido por generaciones de filósofos, pues se ha constituido en un fenómeno pedagógico en la historia occidental, según sostiene Jaeger. Valiéndose de la filosofía, intenta aproximar a los jóvenes hacia la verdad del saber, por lo que nadie le igualaba en agudeza de observación para seguir los pasos a la juventud que se iba desarrollando. Era el gran conocedor de hombres cuyas certeras preguntas servían de piedra de toque para pulsar todos los talentos y todas las fuerzas latentes y cuyo consejo buscaban para la educación de sus hijos los ciudadanos más respetables. Como maestro de todos los tiempos, Sócrates enseña a enseñar fuera de los recintos cerrados, en los ambientes de la plaza de mercado y en los gimnasios; no es un académico de la enseñanza, él mismo asegura que no se dedica a ella ni tiene alumnos, sino camaradas. Sin embargo, con ese método y esa dialéctica de la sencillez, educa; es un maestro que basa sus enseñanzas en la areté o virtud. Vemos cómo las aretai o virtudes que la pólis griega asocia casi siempre a esta palabra, la valentía, la ponderación, la justicia, la piedad son excelencia del alma en el mismo sentido que la salud, la fuerza y la belleza son virtudes del cuerpo, es decir, son las fuerzas peculiares de las partes respectivas en la forma más alta de cultura de que el hombre es capaz y a la que está destinado por su naturaleza. Antes de la creación de las grandes universidades, la figura del maestro siempre cobró relevancia al ser asociada con el más elevado ideal de educación. Durante la Edad Media, era un clérigo el protagonista del proceso educativo, promotor de la escuela urbana del siglo XIII, perteneciente a la guilda o universitate de maestros y escolares y su oficio es el de pensadores que transmiten las ideas a través de la enseñanza. El maestro era, por lo general, un erudito y se le miraba con el respeto debido al acervo de su saber. Con el ideal de honor, heroísmo y lealtad, surge el ideal de maestro en el ámbito catedralicio: recuérdese a Tomás de Aquino, maestro de maestros. La escuela es el escenario natural del educando y del enseñante, lo cual hace que se establezca una relación significativa entre ambos, ya que «cada escuela estaba vinculada a un establecimiento eclesiástico: un monasterio o una catedra. El prestigio de las escuelas se debía a la presencia de un maestro célebre quien, al dejar la escuela, ésta declinaba, es decir, ya no suscitaba el interés de la gente como cuando los estudiantes solían congregarse en torno a la figura del maestro que impartía su ciencia desde el púlpito o cátedra.