Manuel Velázquez
En La cámara lúcida, al hablar sobre el retrato fotográfico, Barthes se pregunta “cómo ninguna investigación ha reparado en el trastorno (de civilización) que el acto de fotografiarse a sí mismo conllevó”. Y señala “Yo quisiera una historia de las miradas. Pues la fotografía es el advenimiento de yo mismo como otro: una disociación ladina de la conciencia de identidad.“ El desprendimiento del sujeto al que se refiere Barthes, conlleva el empalme de las múltiples aristas significantes que el retrato fotográfico reúne, donde cada momento, con sus cercanías y distancias, con sus escenografías y atuendos, con sus planos, sus disposiciones, sus poses y su luminosidad, es también un desprendimiento donde se fijan las fuerzas relatoras que se entrelazan en todos los planos que acompañan al retrato: lo que se espera que los otros vean, lo que yo quiero que se sepa, lo que se piensa y espera. El retrato fotográfico es en sí mismo un cruce profundo de planos y de visiones, una historia del tiempo y de todos los factores que el desarrollo de ese tiempo involucra.
Es por ello que Barthes al hablar del retrato fotográfico, se pregunta por una historia de la mirada. Tal vez por eso, en la fotografía de Raúl Ortega, podemos encontrar algo cercano a esa valiosa inquietud; una historia de personas que se ven a sí mismas a través de la mirada del otro, una acción que puede ayudarnos a comprender mejor lo que el testimonio de las visiones de uno mismo significan dentro de las sociedades y de lo que convocan dentro del desarrollo de nuestros complejos y saturados espacios contemporáneos: pequeñas relatividades en movimiento constante sobre el yo y el ahora, presencias visuales siempre apelativas, testimonio fotográfico de un paso por el tiempo que es, en definitiva, no sólo el paso de un individuo, sino el de una comunidad, el de un grupo, el de una mirada, un país.
Mediante el registro fotográfico, la obra de Raúl Ortega se convierte en una suerte de zona de tolerancia de la que emanan las más disímiles reflexiones de género, raciales, religiosas y sociales. En general se aprecia un sentimiento de búsqueda y exploración como vocación predominante, que no excluye el coqueteo con la imagen de registro. Pero que pone énfasis en problemáticas sociales, el estereotipo del otro o las sutiles tensiones raciales, que emergen como puntas de un iceberg en su obra, aristas filosas de la realidad.
El conjunto de imágenes de Raúl Ortega en la exposición Modos de hacer/modos de ver junto con la obra de Jacobo Alonso, Karen Perry, Emma Jatziri, Maribel Portela e Israel Barrón, abierta en la galería Flavia (Jiménez 42, centro, Xalapa, Veracruz) hasta el mes de febrero de 2021, llenan nuestras miradas y nos dejan asomar a la memoria, el tiempo, las deudas sociales que cobran visibilidad y nos hacen quizá cómplices, quizá confidentes, de las mismas. Raúl Ortega atrae no sólo por la franqueza de la imagen, sino también, por el atrevimiento de descubrir mediante la fotografía, las zonas “olvidadas” de las sociedades, historias que recoge de la piel de sus modelos: paisajes, metáforas, texturas, obsesiones y anhelos.