Piedra de toque
Ricardo Cuéllar Valencia
Damas de alcurnia fueron las escritoras colombianas y de otras naciones de América Latina durante el siglo XIX. Hijas de padres ilustrados, viajeros, casi todos liberales. Varios de ellos ligados al poder económico o al poder del estado, incluso en el orden militar. Obvio que ellas poseían una especial sensibilidad para gustar, apreciar y frecuentar la lectura y la escritura literaria.
Un acontecimiento sobresaliente a fines del siglo XIX fue la existencia y rica relación de la madre del poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948), la aristócrata María Luisa Fernández, escritora y poeta, quien brindó todo el apoyo a su hijo para editar a los 17 años la revista de poesía Musa Joven y apoyarlo con todos los gastos en sus viajes y estancias en Francia, con su esposa y dos hijas. Al joven le aburrían los profesores mediocres y ella le brindó el apoyo para dejar los estudios académicos, lo instruía en casa, le facilitaba libros y estimulaba a escribir, aún contra la voluntad del padre. Caso excepcional y decisivo para nuestra literatura, llegando a ser Vicente Huidobro uno de los más importantes poetas y escritores vanguardistas del siglo XX en la lengua española.
Varias mujeres en el siglo XIX contaron con el apoyo del padre y en ciertos casos de la madre para dedicarse a escribir. En una sociedad patriarcal era muy difícil que las mujeres lograran desligarse, menos zafarse de esas rigurosas y opresivas relaciones familiares. Las educaban era orientada para el matrimonio y los cultos religiosos, les enseñaban a bordar y tejer, en algunos casos a tocar el piano para lucir determinadas reuniones familiares. Pocas encontraron apoyo para frecuentar la lectura y la escritura. Sólo algunos padres o esposos fueron solidarios con los intereses literarios y artísticos de aquellas mujeres tocadas por la inspiración, como se decía por entonces.
JOSEFA ACEVEDO DE GÓMEZ
Poetisa, escritora de costumbres y temas morales nació en Bogotá, 23 de enero de 1803 y fallece en Pasca, 19 de enero de 1861. Josefa Acevedo fue hija de José Acevedo y Gómez, (el reconocido “Tribuno del pueblo” por haber exaltado al pueblo el 20 de julio de 1810, cuando sucede el Grito de independencia) y de Catalina Sánchez de Tejada, miembros de familias de riqueza y jerarquía local, entre cuyos ascendientes se encuentran conquistadores, encomenderos y funcionarios del gobierno colonial; de ese sector salió un grupo de partidarios y activistas de la Independencia. Entre ellos sobresale su padre, el “Tribuno de 1810”, muerto en 1817 en una región selvática del sur de Colombia cuando pretendía escapar de las persecuciones de la reconquista española, comandada por Pablo Murillo, fundador del “Régimen del terror”. José Acevedo y Gómez era un hombre formado en las ideas de la Revolución francesa y en las propias de la Independencia norteamericana. El proceso de independencia y ciertas realidades que genera y las incertidumbres políticas ajustadas a esos tiempos, perturbaron en sentido positivo la vida de la joven escritora y de sus compañeros de generación que hacen de su experiencia temas de su escritura.
Por la rama paterna pertenecía a una reconocida línea de ascendientes criollos, miembros de familias nobles de origen ilustre, probados como limpios de mala raza de judíos y de moros, que por medio de generaciones habían desempeñado oficios “concejiles y de república”. La madre de Josefa era hija del español Ignacio Sánchez de Tejada, teniente de milicias de caballería y oficial mayor de la secretaria del virreinato y de Teresa Osorio de Nieto de Paz descendiente de familias destacadas de la parroquia de Girón. El padre, “de bella y arrogante presencia”, sostiene Aída Martínez Carreño (en “Josefa Acevedo de Gómez: su vida y su obra” en un libro colectivo sobre la escritora publicado por la Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga 2009), era un hombre de 30 años dedicado al comercio. Recuerda Martínez Carreño que “Los comerciantes constituían uno de los grupos privilegiados y de mayor poder económico y se requería la calidad de noble para ejercer tal profesión”. En 1799 ya era diputado del Consulado de Comercio de Santafé, el cual debía negociar con el Estado algunos contratos relativos al transporte y aseguramiento de mercancía. Pese a tener una posición de honor y accesibilidad al mundo de los privilegios, pero “no estaba desprovisto de un espíritu de crítica al entramado de favores y prebendas que caracterizaba el sistema colonial español” (Martínez Carreño). Acevedo y Gómez, siendo regidor del Cabildo, con “más sinceridad que prudencia” escribe a don Antonino Narváez de la Torre, quien “marchaba como diputado a la Junta Central de Cádiz, el peligro que se precipitara una ruptura vista la revolución de Quito (1808) y el riesgo de una guerra civil en el Nuevo Reino de Granada (Martínez Carreño).
La educación de doña Catalina a su hija, mujer de cultura amplia ante las mujeres de la época, gracias a que los Acevedo Tejada combinaron su participación en la vida política y militar de la República, con su decidido interés por la ciencia y las artes. Doña Josefa, en ese medio socio-económico y político, llegó a convertirse en la primera escritora civil de Colombia. La situación económica de Acevedo se vino a pique, como la de otros hombres ilustrados, Camilo Torres es un ejemplo, lúcido abogado payanés que en 1809 redactó y dirigió a las cortes españolas las justas quejas y reclamos de los americanos en el reconocido “Memorial de agravios”; escrito que al ser conocido por Simón Bolívar lo elogió y fue el inicio de una leal amistad.
La investigadora, Martínez Carreño, sostiene dos ideas que son plausibles y acreditadas en la correspondencia: “la pequeña Josefa, aún ignorante de todo, alentada por los mimos y caricias del padre, se iniciaba en el conocimiento de las letras que la madre impertía a sus hijos como parte de la rutina hogareña”. Y agrega: “Acevedo que presumía de especial franqueza, educaba a sus hijos en principios de amor a la patria y rechazo al despotismo, que, junto a su devoción por la libertad, alentaban los proyectos de independencia.”
La reconquista española obligó a varios patriotas a emigrar, dejó 125 fusilados en 1816, “existen numerosos testimonios que coinciden en señalar su estado de penuria económica toda vez que capitales y rentas eran embargados y resultaba imposible encontrar colocación para sus hijos; las mujeres, súbitamente convertidas en cabeza de la familia, sin encontrar ninguna forma de allegar recursos con frecuencia se veían obligadas a repartir los hijos en casas de amigos fieles o parientes bondadosos; compelidas a malvender sus propiedades, obligadas a hacer rendir cada moneda, estirar cada trozo de tela, multiplicar cada quintal de maíz o cada bulto de panela para no dejar perecer a su familia en la inanición, se hicieron fuertes. La familia Acevedo Tejada, mudando su residencia de pueblo en pueblo, de Gachetá a Tabio, de allí a La Calera donde sobrevivió hasta la victoria de los ejércitos libertadores en 1819 que trajo esperanzas y cambios; entre estos el retorno a la capital…Josefa aislada de la vida en sociedad, aficionada a la lectura de novelas románticas, desprovista de la belleza que distinguía a Liboria, su hermana mayor, casada desde los catorce años con el joven militar patriota Juan José Neira, soñaba con el galán que vendría a rescatarla. Josefa en la “Autobiografía” al recordar esos días cuenta: “… deseaba ser amada…[ ]… sufrí pesares fantásticos y escribí versos desesperados que por fortuna nadie vio…” A los 19 años se casó con Diego Fernando Gómez Durán, pues un primo hermano de su padre 18 años mayor que ella le propuso matrimonio. Era un hombre reconocido por su talento e instrucción y poseía algún capital y quería establecerse. “Aun cuando no existiera amor de parte de ninguno de los dos, ella lo había tratado desde pequeña, él la había visto crecer y estimaba sus virtudes; considerando que esta sería, quizás, su única oportunidad para conformar una familia y tener un hogar propio, olvidó sus quimeras, acalló sus sueños, aceptó recibir a Joaquín Ruperto, hijo de cinco años reconocido por Gómez y el 9 de abril de 1822 se casaron en Bogotá”.