Sarelly Martínez Mendoza
El 27 de septiembre de 1962, Rachel Carson publicó Primavera silenciosa (Silent Spring), texto
primario que denunció el empleo de pesticidas en los productos agropecuarios y sus secuelas
en el ambiente: muerte de pájaros, suelos áridos y una contaminación cada vez mayor.
Aunque la autora fue atacada y descalificada, a la larga se constató que estaba en lo cierto.
Primavera silenciosa fue el parteaguas de la nueva sensibilidad de los consumidores, quienes
comenzaron a preocuparse por cuidar el planeta y dejar, en la medida de lo posible, una
menor huella de carbono.
Los más interesados fueron y son los jóvenes, conscientes de que heredarán un ecosistema
mermado, casi destruido y hasta hostil. A partir de este siglo, y en especial de 2019, hubo
movilizaciones en diferentes puntos del planeta para exigir que los gobiernos asuman
acuerdos para disminuir el cambio climático. Ese mismo año, la adolescente Greta Thunberg
cobró notoriedad por encabezar protestas en diferentes ciudades, también con el propósito de
obligar a los gobiernos, organizaciones, empresas e instituciones a comprometerse con un
mayor cuidado de la naturaleza.
Hay motivos para preocuparse. Las cifras no respaldan el optimismo: el 90 por ciento
de las descargas residuales en ríos, lagos y mares, en países en de América Latina no está
tratada; en la región Mediterránea se ha perdido más del 90 por ciento de la cubierta forestal
original; la calidad del aire global se ha deteriorado con la presencia en el ambiente de
aerosoles, óxidos de nitrógeno y de carbono; basura electrónica, espacial y radioactiva degrada
el ambiente y se multiplica la contaminación visual, lumínica y acústica.
El planeta está amenazado. En México, seis de cada diez ríos están contaminados y se
proyecta que para 2020-2100 la temperatura promedio podría incrementarse entre 0.5 y 4.8
grados y las precipitaciones pluviales entre el 5 y el 15 por ciento. Los consumidores mexicanos
somos responsables del 1.4 por ciento de emisiones de gases de efecto invernadero, el mayor
agente del cambio climático, lo que coloca a nuestro país como uno de los 15 principales
emisores. Estos ataques al ecosistema han provocado el incremento de desastres naturales,
con una cifra estimada de 200 a 400 por año; hay desertificación de suelos, en donde seis de
cada diez hectáreas padecen sequía extrema y una mayor migración de lugares de riesgo. En
ese escenario complicado, las cifras en Chiapas son también preocupantes.
La Selva Lacandona, arrasada en un 72.2 por ciento de su superficie, “está herida de muerte”, como
alertó Jan de Vos; más del 20 por ciento de las cuencas están contaminadas; el río Sabinal, que
atraviesa la capital de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, está convertido en un canal de desagüe de
aguas negras y es factor de inundación; la deforestación y la contaminación, han colocado a la
entidad, en riesgo permanente con huracanes, como el Mitch, Stan, Roxana y Javier, que han
forzado al desplazamiento de personas. Aparte de estos problemas ambientales, la población
registra una salud precaria; según la Federación Mexicana de Diabetes (2016) el 10.3 por
ciento de las mujeres y el 8.4 por ciento de los hombres padece esa situación crónica, a causa,
en el 90 por ciento de los casos, de sobrepeso y obesidad. Asimismo, México ocupa el primer
lugar en padecimientos cardíacos, segundo en diabetes y tercero en tumores malignos. De
acuerdo con las autoridades sanitarias, estas comorbilidades han causado el 45.8 por ciento de
fallecimientos asociados con el coronavirus.
Los habitantes estamos obesos. Cada vez somos más y poblamos todos los rincones del
planeta. De mil millones de habitantes en 1800, actualmente somos más de 8 mil cien
millones. Una obesidad poblacional. Y donde hay civilización hay testimonio de destrucción,
parodiando a Walter Benjamin. Otro factor es el crecimiento en la esperanza de vida, pero con
una vejez dependiente, enferma y con demencia entre el 5 y el 8 por ciento (OMS, 2019). Es
cierto que se vive más, pero en peores condiciones; de los 12 millones de adultos mayores en
nuestro país, 800 mil han sido diagnosticados con demencia.
Estas son cifras para documentar nuestro pesimismo, sin embargo, algo podemos
hacer: darle un giro a la catástrofe con una relación más amigable con nuestro planeta. Esa es
la salida.