La poeta argentina por su historia y obras ha dejado un gran legado para la literatura
CAROLINA GORDILLO/PORTAVOZ STAFF
Su primer nombre era Flora, y en conjunto, se llamaba Flora Alejandra Pizarnik. Nació un 29 de abril de 1936 en Avellaneda, Argentina, y pertenecía a una familia de inmigrantes judíos que provenían de la ciudad de Rivne, Ucrania.
La vida de inmigrante en argentina durante dicha época era bastante difícil, y fue uno de los motivos por los cuales Alejandra Pizarnik, desde la cuna, tuvo que enfrentarse a distintas trabas y dificultades dentro de su propio círculo familiar. Se describe a la infancia de Pizarnik como una etapa complicada, dado que, más adelante, logró pintar una imagen de su niñez mediante sus escritos, comenzando a forjar, de esa manera, su propio estilo y figura poética desde la visión de la infante y joven que antes era.
Durante dicha etapa de su vida, destacan dos grandes vertientes que impactaron enormemente la historia de la poeta: por un lado, el peso de la constante comparación con Myriam, su hermana mayor, por las altísimas expectativas a las que era sometida por su propia madre y por el mundo, y por otro lado, también le impactó enormemente la condición inmigrante y extranjera de su familia, principalmente porque, al ser judíos, tuvieron que observar en las noticias, día con día, sobre la situación del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, lo cual les horrorizó enormemente; mucho más al escuchar acerca de una familia de judíos que había sido masacrada en Rivne, que es el sitio de donde sus padres provenían.
Durante la pubertad de Alejandra, la primera vertiente se hizo mucho más notoria, dado que, como cualquier otro ser humano a esa edad, Pizarnik comenzó a tener algunos problemas de acné y a subir poco a poco de peso. Otros problemas se le sumaron, como el asma, y la tartamudez; sin embargo, al ser comparada constantemente con Myriam, quien poseía todas las cualidades que sus padres valoraban y apreciaban, como el hecho de ser delgada, rubia, con piel tersa, y de temperamento tranquilo y sosegado, lograron que la autopercepción física de la poeta se destrozara por completo y en consecuencia resultara bastante afectada su autoestima y su propia percepción sobre sí misma.
Durante su juventud y adultez, Alejandra Pizernik tuvo un gran momento de catarsis, donde comenzó a descubrirse y a interpretarse a sí misma como un ser completamente distinto a lo que todo el mundo le decía que era. Se integró a su carácter una chispa caótica, con una constante necesidad de ser percibida, reconocida y aplaudida por los demás, sin importar que internamente estuviera en una etapa de completa discordia consigo misma.
Dichas actitudes por parte de la poeta causaron un gran rechazo hacia ella dentro de su propia familia, donde poco a poco se fueron deteriorando y desvaneciendo algunos de los lazos. Al verse desamparada, recurrió entonces a la escritura, y sobre todo al estudio a profundidad de la literatura, yendo incluso a La Sorbona, en Francia, para educarse y desempeñarse mejor.
Las temáticas de sus escritos, con el paso del tiempo y la mejora de sus obras, abarcaban corrientes como el existencialismo, la libertad, y la filosofía, y destacó enormemente en la poesía. Algunas de sus inspiraciones más grandes, debido a que se sentía enormemente identificada con ellos, fueron poetas, novelistas y escritores como Antonin Artaud, Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, Rilke y con el movimiento artistico del surrealismo en general. Dichos gustos, y el propio estilo artistico de Alejandra Pizarnik para describir su propio mundo interno y externo con total crudeza y honestidad hicieron que fuera catalogada como una “poeta maldita”.
Los “poetas malditos” se definen como aquellos que han vivido una vida fuera o contra la sociedad, bajo el abuso de drogas y alcohol, la locura, el crimen, la violencia, o bajo cualquier pecado social que a menudo resulta en una muerte prematura. Alejandra, por su parte, fue una mujer rebelde, estrafalaria y altamente subversiva que no concordaba en lo absoluto con el estereotipo de cómo tenían que ser las mujeres de aquella época, y eso le ganó grandes cosas, al igual que el desprecio de muchos.
Tiempo después, debido a su decadente autoestima y al hecho de que naturalmente se volvió propensa a subir de peso, comenzó a abusar de distintos farmacos, que posteriormente también le generaron una ansiedad y depresión que fue consumiendo poco a poco su vida. Volvió de Francia a Argentina y después de algunos años fue internada en un hospital psiquiátrico en Buenos Aires, debido a que tuvo dos intentos fallidos de suicidio, hasta que un 25 de septiembre de 1972, a los 36 años, Alejandra tomó nuevamente la decisión de quitarse la vida ingiriendo una dosis excesiva de pastillas, lamentablemente lograndolo esta vez.
Como últimas palabras, en una pizarra que se encontraba dentro de su recámara, se encontraba escrito su último manifiesto, el cual leía: “no quiero ir nada más que hasta el fondo”.
Después de su muerte, sus obras han sido reconocidas internacionalmente, y Alejandra Pizarnik ha pasado a ser un icóno de la poesía en Argentina y Ucrania, además de una de las poetas más importantes de toda la literatura iberoamericana. Entre sus obras se incluyen “La tierra más ajena”, “Un signo en tu sombra”, “La última inocencia”, “Las aventuras perdidas”, “Árbol de Diana”, “Los trabajos y las noches”, “Extracción de la piedra de locura”, “Nombres y figuras”, “Poseídos entre lilas”, “El infierno musical”, “La condesa sangrienta”, “Los pequeños cantos”, “Genio Poético”, y finalmente, “Una noche en el desierto”.