En 1920, en Roma, el papa Benedicto XV reconoció ante la iglesia a Juana de Arco
CAROLINA GORDILLO/PORTAVOZ STAFF
Juana de Arco, en la actualidad, es un nombre imprescindible dentro de la historia universal; tanto así, que a lo largo de los años, se le ha asociado, nombrado y encasillado con cosas distintas: hay quienes la llamaban “fanática religiosa”, quienes afirmaban que era una mujer “mística espiritual”, quienes teorizaban que solo fue una “herramienta de los poderosos”, quienes concordaban que era una “mártir”, e incluso, quienes mencionaban que en realidad era una “loca”, ¿pero qué había realmente detrás de una mujer tan importante y misteriosa como ella?
Nacida en Domrémy, una villa ubicada en la parte francesa del ducado de Bar, Juana de Arco era una niña campesina como muchas otras de la época. Su padre, Jacques d’Arc, era propietario de veinte hectareas de tierra; sin embargo, debido a que ser granjero no les daba las suficientes ganancias para mantener a la familia, el hombre tomó un cargo menor como funcionario de la villa, donde ocasionalmente recaudaba impuestos y también conformaba y dirigía a la guardia local.
Durante ese periodo de la historia, permanecía La Guerra de Los Cien Años, donde Inglaterra y Francia se disputaban constantemente el trono mediante la violencia y otros actos que afectaban directamente al pueblo y a las fuerzas armadas. A Juana, según la información que se tiene, le tocó atestiguar varios sucesos trágicos durante su infancia: un incendio en Domrémy, los estragos que dejó la pandemia de la Peste Negra en algunas regiones del país, la vida de campo, donde a pesar de la esporadica tanquilidad no se contaba con los suficientes recursos economicos y eso causaba sufrimiento entre algunas personas. Francia estaba pasando por un periodo bastante oscuro lleno de trabas, donde el rey Carlos VI sufría episodios de locura y el país se desmoronaba poco a poco bajo las fuerzas inglesas, que iban ganando una a una todas y cada una de las batallas que se llevaban a cabo.
Con 13 años, en 1425, Juana De Arco aseguró tener su primera visión, mientras se encontraba en uno de los amplios jardines que poseía su familia. De acuerdo con lo que contó, escuchó una voz que en un principio la aterrorizó debido al escalofrío y la sensación que atravesó su cuerpo; sin embargo, al permanecer quieta en el lugar y controlarse a sí misma, afirmó toparse con tres figuras hermosas e irreales, a quienes tiempo después asoció con el Arcángel Miguel, Santa Margarita y Catalina de Alejandría, en lo que definió como una “misión espiritual que se le fue asignada”.
Según relató a sus padres, y posteriormente a comandantes, o incluso a miembros de la corona francesa, o el clero, dichas apariciones le dieron un mensaje muy claro y muy rotundo, que de no cumplirse, podrían poner en juego toda la situación del país: Juana De Arco tenía que expulsar a los ingleses de tierras francesas, y tras su victoria, llevar al heredero del trono francés a Reims, para que fuera propiamente coronado, como la divinidad se lo pedía.
Tras dicho suceso, Juana De Arco pasó algunos años pensando en ello, sin poder, ni querer olvidarlo. Sentía tal responsabilidad encima, que con dieciseis años, le pidió a un familiar suyo llamado Durand Lassois que la llevara a una ciudad cercana llamada Vaucouleurs, donde Juana personalmente le explicó la situación al comandante Robert de Baudricourt, pidiendole que le creyera y que la dejara a cargo de una escolta armada para poder llevar a cabo una petición aparentemente divina que no tenía ninguna manera de comprobar.
Por ese motivo, Juana fue puesta en duda desde un principio, se le fue negado todo, e incluso el comandante y otras personas se burlaron de ella; sin embargo, Juana permaneció insistiendo con más personas, teniendo charlas largas sobre el rumbo de la guerra, y afirmando que no solo estaba completamente cuerda, sino que buscaba ayudar a las personas que le rodeaban lo mejor que pudiera.
Predijo entonces la derrota francesa en la batalla de Rouvray, cerca de Orleans, varios días antes de que llegaran los mensajeros informando dicho suceso. Ese acierto sin precedentes logró que poco a poco la tomaran en serio, y el resto fue historia: Juana ascendió progresivamente entre el grupo armado, fue acompañante, luchadora, dirigente; tuvo grandes hazañas y grandes victorias, y debido a que logró su cometido, el cual fue coronar al nuevo rey Carlos VII, fue pintada entre la sociedad francesa como una mujer sabia y milagrosa que había salvado al país entero de una desgracia rotunda.
Lamentablemente, su historia tuvo final cuando fue detenida junto a una pequeña agrupación de su ejército por tropas que estaban aliadas a los ingleses. Ahí, fue encarcelada y fuertemente juzgada, donde se le atribuian delitos antiguos como la herejía, la brujería, entre otras cosas. Por ello, fue declarada culpable y quemada en una hoguera. Sin embargo, su muerte no acabó con su legado, y hasta el día de hoy sigue siendo recordada como una heroína remarcable, un gran icono del nacionalismo, e incluso, de acuerdo con el papa Benedicto XV, una santa muy importante para Francia.