Eduardo Planchart Licea
Roberto Rodríguez ha ido creando su obra en diversas etapas, desde principios de los noventa,
cuando trabajaba con la madera tallada, para crear piezas que se integraban en instalaciones que
permitían al público rodearlas, alejarse y buscar sus valores estéticos. Se inspiraba en los
elementos que integran la cultura popular del campesinado mexicano, que aún utilizan
instrumentos de cultivo vinculados a las culturas mesoamericanas, pero él buscaba una creación
que las hacia contemporáneas, al introducir elementos eclécticos en cada pieza, que tenían
diversos significados y podrían ser hojas, mazorcas, frutos, cuencos u otros elementos cotidianos.
Eran generalmente piezas verticales a las que se ensamblaban estos objetos, que buscaban la
conexión del público con sus raíces ancestrales. Al verlas en muchas ocasiones, las veía como
milpas vinculadas a fragmentos de la realidad rural, nacidas de su percepción del rico universo
prehispánico que aún palpita en la cultura mexicana, y tenían un carácter que las asociaba a lo
sagrado, pues parecían tótems orgánicos, que brotaban de la tierra, para transmitirnos un
mensaje de empatía por lo telúrico.
Roberto Rodríguez aún reconoce su origen, recrea poéticamente la realidad. Al acercarnos a su
más reciente exposición, que será abierta el 8 de junio, en el Instituto de Artes Plásticas de la
Universidad Veracruzana en Xalapa, Veracruz, se está ante piezas que no han perdido ese carácter
orgánico que poseía su obra anterior. Se trata de formas colgantes, espinosas, con juegos de
texturas, levitantes. Cada una de ellas forman una unidad que el espectador no podrá penetrar o
rodear; curiosear si, viéndolas como un conjunto; metáfora de un bosque nocturno. De ahí el
predominio de los colores que tienden al negro y que un espectador imaginario se resistirá a
acercarse a esa belleza misteriosa.
Cabría preguntarse, por qué tomó esta decisión el artista, de crear esta lejanía entre la obra y el
espectador, y la respuesta se fundamenta en su interpretación de la Fenomenología de la
Percepción de Marleau Ponty, quien investigó como percibimos la realidad través de nuestra
subjetividad, tamizada por nuestros estados anímicos. Y al recordarla, desconocemos cual es
objetivamente la realidad, la percibimos en ese momento, de acuerdo con nuestros estados
anímicos de alegría, tristeza o conflictos existenciales; como la sentimos en el momento de
percibirla. De ahí la recreación del artista al hacer un simbólico bosque nocturno, donde cada
pieza es diferente y obliga a la imaginación del público ante lo que se enfrenta y lo que desea el
artista comunicar.
La realización de la obra está vinculada a ese concepto, Roberto Rodríguez trabaja con materiales
presentes en la cotidianidad como es el fieltro, la madera, los clavos, con una estética que les
transmite esa emocionalidad con que percibimos la realidad, un concepto que podría acercarse a
la mayéutica socrática, pero no girando sobre el conocimiento de sí, sino de la realidad que nos
rodea, la que dirige el comportamiento de cada ser, pues cada decisión de nuestra vida, lo que
llamamos destino, no es sino la suma de nuestras decisiones. “La interrogación filosófica del qué
sé yo, es no sólo, qué es saber y quién soy yo, sino en último término, «qué hay» y «hasta qué es
el hay» (Merleau Ponty, 1945, p. XVI.”