Enriqueta Burelo
Daniel Picazo González, salió de su domicilio en Ciudad de México para visitar la casa que
heredó su abuelo en una pequeña localidad del estado de Puebla. La propiedad está en la
localidad de Las Colonias de Hidalgo, a unas tres horas de la capital mexicana en el estado de
Puebla, al joven de 31 años le gustaba pasar los días libres en medio de aquella comunidad en
las montañas de la Sierra Norte. Así lo hizo el 9 de junio. Avisó a sus padres, Ricardo Picazo y
Angélica González, que había llegado bien. La siguiente noticia que tuvieron sobre su hijo fue
que le había pasado algo terrible. La noche de ese viernes, unos 200 habitantes de la localidad
de Papatlazolco, cercana a Las Colonias de Hidalgo, detuvieron, golpearon y lincharon hasta la
muerte a Picazo González.
Medios locales han informado sobre varios linchamientos en condiciones similares, y de
acuerdo a un informe del Instituto de Derechos Humanos Ignacio Ellacuría, entre 2015 y 2019
hubo 600 casos y 78 personas muertas en el estado.Previamente, en un informe de 2019, la
Comisión Nacional de Derechos Humanos contabilizó 336 actos o casos de linchamiento que
involucraron a 561 víctimas entre 2015 y 2018.
Los linchamientos son actos ilícitos, que debilitan las instituciones democráticas, violentan
Derechos Humanos y más que constituir una forma de justicia, contribuyen a debilitar o
imposibilitar el acceso a la misma. Al ser actos contrarios a las normas, las autoridades
deberían actuar para prevenir e investigar diligentemente los casos que se presenten,
aplicando las consecuencias que en derecho procedan a los responsables de los mismos. Sin
embargo, la realidad nos arroja otros datos, conforme a los cuales es un fenómeno que lejos
de desaparecer o registrar decrementos, se multiplica y permanece vigente, siendo un
problema que las autoridades no han visibilizado ni atendido en forma debida, que
frecuentemente pareciera querer ser ignorado, y del cual no existen registros específicos y
detallados.En cuatro estados de la República donde se han presentado con mayor frecuencia
casos de linchamientos durante el periodo 1988-2014, identificados como “focos rojos”: el
Estado de México, Puebla, Ciudad de México y Morelos.
Los motivos de fondo que llevan a una sociedad a tomar la justicia en sus propios manos se
repiten a lo largo de los distintos países: falta de confianza en la policía y en el sistema judicial,
sumada a la ineficiencia, corrupción o al poco alcance del Estado en algunas zonas.
En distintos lugares del país el recurso de la violencia colectiva, expresado en los
linchamientos, han sido tratados como actos propios de las zonas rurales. Catalogándolos
como expresión de los usos y costumbres, en donde enfurecidos pobladores quitan la vida a
quienes osan interrumpir la tranquilidad del pueblo. Pero qué podemos decir cuando suceden
los linchamientos en zonas típicamente urbanas, con actores de igual carácter, cuyo único acto
común es participar violentamente frente a un asalto, un accidente vial, un acto incidental, un
delito menor, o bien la propalación de un rumor, propio de las grandes ciudades. Es a lo
anterior a lo que pretendemos dar explicación, para sostener que la causa de los linchamientos
es la crisis de autoridad, al mismo tiempo que la indignación moral es el punto de inflexión que
se expresa como violencia incontenible, señalan los investigadores de la Universidad
Autónoma Metropolitana, Raúl Rodríguez Guillén y Juan Mora Heredia.
La rabia acumulada y la falta de castigo a los delincuentes mantienen relación de causa-efecto,
pero los linchamientos son ante todo una forma de señalar que los límites han sido rotos y que
es necesario reestablecerlos, es decir, son expresión de la ruptura de los códigos morales que
vinculan a sociedad y autoridad, lo que Durkheim denomina anomia. A decir de Monsiváis,
quienes linchan “Matan porque odian la impunidad de violadores, ladrones y asesinos, pero
sobre todo, por el poderío catártico que les
confiere lanzar penas de muerte”
Los linchamientos también nos llevan a recordar los postulados de Gustave Le Bon, en torno a
la acción de las masas:El individuo, incorporado a la masa, se despoja de sí mismo y actúa en función de la conducta colectiva, abandona la razón e interpreta su ventaja numérica como un
“sentimiento de potencia invencible”. Así, “cede a instintos que, como individuo aislado,
hubiera refrenado forzosamente”.Según la teoría del contagio, de Le Bon, todos podríamos
actuar así si por alguna circunstancia formamos parte de una multitud, pues ésta se rige por la
imitación, el anonimato y la transfusión de emociones.
Los linchamientos no pueden ser vistos como acciones legítimas y mucho menos una vía para
alcanzar la verdad y la justicia. Es preciso que los casos que se presentan se registren, se
investiguen y sancionen. Al amparo de una percepción equivocada en diversos sectores de la
sociedad, en el sentido de que el linchamiento es equiparable a una sanción que las personas
imponen a quien las ataca o agrede, estos hechos no se investigan debidamente y tampoco se
prevenga su repetición. La seguridad de la sociedad y la aplicación de la ley no puede quedar
en manos de los particulares, las autoridades tienen la obligación de asumir tales
responsabilidades y garantizarlas. Pretender lo contrario, abre la puerta a que los ilícitos se
quieran combatir con otros ilícitos y que la violencia se pretenda abatir generando más
violencia, al margen de la ley y de las instituciones. Los linchamientos son un problema vigente
que es necesario atender.
Frente a lo anterior, el literario espíritu de Fuente Ovejuna, la Ley del Talión: ojo por ojo,
diente por diente, hacer justicia por propia mano, evidencia los cruciales momentos de crisis
de valores por los cuales atraviesa el país, al mismo tiempo de mostrar el alto grado de
inconformidad de la sociedad ante la impunidad, el abuso, y la prepotencia policíaca. Es decir,
“El verdadero protagonista es el pueblo anónimo, colectivo es la villa como unidad quien da
muerte al tirano”
De tarea leer Fuente Ovejuna (1619) una obra de teatro barroco, de Lope de Vega, en la que el
pueblo se levanta contra la injusticia y los abusos de poder. Según el crítico literario Menéndez
Pelayo, “no hay obra más democrática en todo el teatro castellano”.