Sarelly Martínez Mendoza
A Fátima Soto, autora de Pungarabato, un libro que presentamos el jueves en la Librería del
Fondo de Cultura Económica de la UNACH, la conocí en la Escuela de Periodismo Carlos
Septién García.
Formamos un grupo de chiapanecos que suspiraban por su tierra, y que lo encabezaba
el organizador de fiestas y comidas con cochito, Moisés Arriola Christie, y al que se
congregaron después Fredy Martín Pérez, María Luisa Aguilar, Maricarmen Camacho y Vicky
Zebadúa.
Fátima, pocas veces podía acompañarnos. Trabajaba en la siempre absorbente oficina
de comunicación social de la Presidencia de la República.
Aquella generación, la del Temblor la llamamos porque nos bautizó con su bienvenida
el 19 de septiembre de 1985, era un grupo inquieto de más de cien aspirantes a periodistas,
repartido en uno matutino y otro vespertino.
Al concluir la carrera, cada uno construyó su camino, muchos marcados por sus gustos
por las letras, y hay quienes, lo han consolidado con la publicación de libros de cuentos, de
novelas, ensayos o crónicas.
Fátima Soto ha construido su propia voz, con su novela Pungarabato, mediante el
relato de una historia en donde el lector debe agregar su punto de vista, ante la aparición de
versiones contradictorias sobre el personaje principal. ¿Es Adelaido un padre protector, como
lo cuenta Alicia, o uno desalmado como lo recuerda Iluminada?
Nuestros recuerdos se solapan, se superponen, se contradicen. Akutagawa escribió su
célebre cuento, En el bosque, con estos elementos traidores de la memoria. Tres personajes se
confiesan culpables de un crimen. ¿En dónde está la verdad de las mentiras?
Fátima plantea su propia jugada de ajedrez, con elementos poéticos, con escenas que
se abren y que cierran como cuentos, y que se superponen para construir una historia de
sobrevivencia, de muerte, de perdón, rencor y olvido.
Pungarabato es el compendio de un pueblo y de un país roto, que ha trazado su
historia en medio de las violencias, las desapariciones y contradicciones.
Al pensar en los escritores y escritoras chiapanecas, porque Fátima es de Chicomuselo,
creo que la fama de los poetas ha opacado la calidad de los narradores. Chiapas ha sido
también territorio de novelistas. Los hay y muy buenos, por supuesto, pero tal parece que la
poesía tuviera el campo fértil para florecer y marcar nuestro paisaje. Nuestros poetas son
reconocidos por sus propuestas y sus voces singulares: Jaime Sabines, Óscar Oliva, Juan
Bañuelos, Efraín Bartolomé, Luis Daniel Pulido, Marisa Trejo, y por supuesto, Rosario
Castellanos, una creadora todoterreno que destacó en la poesía, la novela y el ensayo.
En narrativa Chiapas es menos conocido; sin embargo, tenemos a grandes escritores
como Héctor Cortés Mandujano, Leonardo da Jandra, Marco Aurelio Carballo, Nadia Villafuerte
y Luis Antonio Rincón García. Falta promoción, desde luego. El estar alejado de la Ciudad de
México, en donde todo se focaliza, no permite que se promuevan escritores de este sur
prodigioso.
Fátima Soto se suma a estos creadores con una novela que se adentra por el dolor,
pero no de forma gratuita, sino para vislumbrar una esperanza, pero ese es un trabajo que le
queda al lector para completar la historia que tiene sus raíces reales en Pungarabato, ese
pueblo guerrerense, que alguna vez fue parte de Michoacán.
Pungarabato, el espacio recreado por Fátima Soto, es más la constelación de una
familia golpeada por la desintegración, la violencia y el sufrimiento que, no obstante esos
marcajes de desaliento, ha logrado reconstruirse.