Roberto Chanona
“Si bien la ciudad se extendía rápidamente fuera de los límites que había conservado por décadas,
también era necesario pensar en una política de involución territorial, que permitiera el
reciclamiento de la ciudad interior, puesto que su centro debía ser atendido como espacio donde
se concentraba la activad económica, social, política y cultural de Tuxtla Gutiérrez”.
Esto nos dice el Arquitecto Arturo Mérida Mancilla en su tesis de maestría “Cien Años de Evolución
Urbana en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas”. Pero fue hasta 1977 siendo gobernador del estado Jorge de
la Vega Domínguez, cuando se presenta por parte del Colegio de Arquitectos A.C. representado
por el Arq. Javier Aguilar Mota y por su socio, el Arq. Carlos León Chanona, “El Plan Parcial para
remodelar el Centro de la Ciudad” como resultado de la gestión de los constructores y grupos
representativos.
Si bien en la obra se trataba de modernizar la ciudad -nos dice el Arq. Aguilar Mota- nunca se
consideró la demolición de los pocos elementos del patrimonio edificado de Tuxtla Gutiérrez; el
cambio de autoridades gubernamentales en períodos muy cortos, provocó que este proyecto se
trastocara, destruyendo aun sobre la obligatoriedad del cuidado y conservación de los elementos
del patrimonio edificado y monumentos.
Estas acciones modernizadoras de la capital que se planearon en la gestión de gobierno de De la
Vega Domínguez, fueron alteradas por los cambios de gobierno de don Salomón y don Juan
Sabines, por lo que algunas voces como la de José Luis Castro, que denunciaron con coraje en la
prensa local al considerar que la ciudad se remodelaba a costa de sus pocos monumentos
históricos:
“Empezaron a remodelar la Capital del Estado, mediante la destrucción sin misericordia y sin
piedad de las únicas joyas históricas…. Se pudo haber iniciado la remodelación de la ciudad sin que
para ello tuviesen que ser destruidos sus monumentos históricos que han caracterizado a Tuxtla
Gutiérrez durante el presente siglo”.
Curiosamente uno de los defensores del proyecto oficial era don Gervasio Grajales, que en su
Diario Popular Es, arremetía el 5 de octubre de 1977, contra esas voces solitarias:
“No la detendrán los que desorientan por ignorancia o por interés personal, por falsos redentores
que buscan con su pasión redentora ocultos beneficios; o por folcloristas que quieren conservar el
alero de su casa porque bajo ese alero, en tiempos de agua, se bañaba encalzoncillado su
bisabuelo”.
Por su parte el Arq. Mérida Mancilla nos dice: ”esta postura institucional, desafortunadamente no
consideró que el patrimonio de la ciudad es precisamente el marco donde se ha desarrollado la
vida de la comunidad, por lo tanto, su imagen urbana es la expresión de las características de la
gente en armonía con la ciudad. Además como Octavio Paz decía, para ser verdaderamente
modernos, tenemos antes que reconciliarnos con nuestras tradiciones, por ello, no podía
aceptarse que el desarrollo fuese en detrimento de su historia; más aún cuando lamentablemente
con fenómenos como la comercialización, los cambios de uso y especulación del suelo, la
concentración de vehículos, la contaminación del ambiente y la alteración urbana; efectos
negativos de centralidad urbana, han sido consecuencia precisamente de ese crecimiento
desordenado y de la importación de modelos urbanos arquitectónicos ajenos a ella”.
“La remodelación que se llevó a cabo tuvo más bien un carácter autoritario megalómano; se
demolió principalmente la obra de Pascacio Gamboa. Desafortunadamente estos edificios, lejos de
darle a Tuxtla una identidad propia, de una ciudad contemporánea, le creó al centro de la misma, una fisonomía de contrastes, de símbolos y estilos arquitectónicos ajenos con el resto de la
ciudad”.
Lo grave del asunto, es que no terminan los atentados como el hecho de mandar a pintar el
monumento a La Bandera, que se encuentra en el Parque Morelos; ese monumento era bellísimo
en piedra natural. La piedra no se pinta señores, porque es “piegra”. Solo falta que manden a
repellar La Pilona de Chiapa, porque la dejaron en obra negra. Aunque cuando viví en esa ciudad,
me contaron que ya en una ocasión la encalaron allá por los años 40s.
Debemos proteger el poco patrimonio arquitectónico que nos queda. El ejemplo del edificio de la
CTM que agradablemente ya se convirtió en el Museo del Café, fue un acierto. El rescate de la
antigua presidencia municipal hoy convertida en el Museo de la Ciudad y el Teatro Francisco I.
Madero, fueron grandes aciertos por parte de Zoé Robledo, que fue la persona que gestionó las
obras para llevarse a cabo. Desgraciadamente ya no nos quedan edificios importantes, pero si
debemos rescatar la poca arquitectura vernácula que nos queda en la capital. También es
importante mantener nuestras áreas verdes y crear otras que le den a la nuestra ciudad frescura y
belleza natural.