ÍNDICE POLÍTICO
FRANCISCO RODRÍGUEZ
Falleció Luis Echeverría Álvarez y no puede pasarse por alto su papel como un político
autoritario.
Junto con Gustavo Díaz Ordaz reprimían, al tiempo que tendían la mano.
Ese gesto del gorilato se hizo emblemático durante el inicio de la masacre de 1968.
Después de ordenar que se lanzaran granadas a la puerta central de la Preparatoria de San
Ildefonso –mi Alma Mater, por cierto– en su acceso por las calles de Justo Sierra y causar
muertos y heridos, el patético Presidente Díaz Ordaz, aconsejado por su secretario de
Gobernación, Echeverría, salió a escena.
Supuestamente alentado por vocaciones democráticas y desde un acto protocolario celebrado
en Guadalajara, Díaz Ordaz dijo que él tendía su mano al movimiento estudiantil, en un
pretendido llamado al diálogo con quienes para ese momento ya eran cientos de dirigentes.
La represión había detonado los resortes de inconformidad de una juventud que no conocía la
capilaridad política, ni el respeto al ejercicio de las libertades cívicas.
Tras todo ello, Echeverría Álvarez jugaba a la sucesión presidencial con la sangre y la libertad
de cientos de inocentes.
Los consejos de huelga proliferaron al interior de las facultades de la UNAM y de las escuelas
superiores y vocacionales del IPN.
Echeverría había querido enfrentar a las dos instituciones, por un conflicto menor acaecido
afuera de la escuela preparatoria Isaac Ochoterena, en las inmediaciones de la Secretaría de
Gobernación donde se alojaba ese personaje siniestro.
Y las consecuencias hoy todos las conocemos.
Y las lamentamos, todavía.
El rencor, una de sus características
LEA tenía en el poder apenas dos semanas.
Con la renuncia en la mano, el secretario de Gobernación tragó saliva. Tendría que encararse
con el Presidente con una mala nueva que iba a desestabilizar al país, provocar una profunda
crisis política y descomponerle el cuadro de la sucesión, a unos días de haber protestado el
cargo.
En aquel tiempo no se le podía renunciar al todopoderoso Presidente.
Se trataba de un hombre acomplejado y frenético.
Según Gabriel Zaid, Luis Echeverría Álvarez tenía el síndrome de la bicicleta, era
“hipercinético”, hasta entonces una palabra desconocida.
Era un verbo motor, logorreico.
En las juntas de quince horas con su gabinete no se paraba al baño una sola vez y se quedaba
dormido con los ojos abiertos por una técnica de budismo zen aprendida para sorprender a
incautos.
Todo en él era artificial.
Parecía que en su loca carrera contra el tiempo, a sus casi 49 años, luchaba desesperadamente
contra la imagen de sí mismo.
Había tenido que aguantar muchas malpasadas, maltratos y regaños groseros de Gustavo Díaz
Ordaz, apechugados durante doce años para convencerlo de que era un burócrata obediente.
Quizá siempre recordaba lo que había escrito Julio César desde Las Galias en una carta: “Soy
igual o peor que cualquier ser humano, pero aventajo a todos en obediencia y en la capacidad
de eliminar a los demás …”.
Echeverría había fingido demasiada lealtad, por demasiado tiempo.
Encararse a Echeverría Álvarez no era algo menor.
Estaba decidido a la explosión neurótica en cualquier momento.
Nada podía interponerse en su afán de dominio absoluto.
Por menos, había decidido borrar del mapa a los contrarios.
El secretario de Gobernación, trece años más joven que él, se decidió a pasar al despacho de lo
que fuera la Residencia Alemán de Los Pinos y le entregó, sin más preámbulos, su renuncia al
cargo que le había encomendado 15 días antes.
Mario Moya Palencia había manejado toda la campaña de Echeverría.
Desde que lo designó Subsecretario A de la dependencia, el 1 de agosto de 1969, se había
rodeado de hombres inteligentes para apuntalarlo como digno candidato a la mano de Doña
Leonor.
Moya cambió el rostro de la Secretaría. Si antes se distinguía por ser el templo de la intriga, la
tortura y la ambición, convirtió al Palacete de los Covián en una catedral política de las ideas
frescas, de una clase nueva de dirigentes prestigiados.
Actuó como dueño del perro y del mecate
La campaña de Echeverría fue diseñada y operada con una cierta retrospectiva. Debía
significar, desde los discursos y las agendas, el arribo de una nueva generación, inspirada por el
cambio. De la camada de los que estaban inconformes con los dinosaurios de la matanza de
Tlatelolco.
Moya Palencia era el hombre indicado para transmitirle ese mensaje a la población. La gente le
creía. La clase media –hoy en extinción– se le había entregado. Era el único en el gabinete que
despertaba simpatías y esperanzas.
— Pero ¿cómo, muchacho?, siéntese, respire hondo. ¿A qué se debe todo esto? ¿Lo he tratado
mal sin darme cuenta? ¿Acaso no lo he apoyado en todo lo que me ha propuesto? Le he
encargado la cartera más difícil de mi gobierno y estoy satisfecho con lo que ha demostrado…
“... igual por su desempeño cauteloso como virtual jefe de mi campaña presidencial… usted
sabe que los muchachos aldeanos que traía en el autobús eran de “a mentiritas”, las
negociaciones y el manejo electoral siempre lo tuvo usted…”
Al explicarle las razones, el secretario de Gobernación no tuvo más remedio que decirle que su
esposa y pequeños hijos necesitaban tiempo y dedicación. A lo que el investido reaccionó
jurándole su amistad y comprensión, preguntándole si la renuncia la había comentado con sus
colaboradores.
Indicios
Un simple tweet. Sólo eso. Quizá alguna mención en la “mañanera” de este lunes. Sólo eso le
mereció al actual Presidente de la República el fallecimiento de su antecesor. Quizá cuando
Andrés Manuel López Obrador fallezca, ni siquiera merezca una mención en las redes sociales
o lo que en ese momento se use para comunicarnos. Perdió la oportunidad de comportarse
como estadista. Ni modo. Así, rústico, es él. * * * Sin aglomeraciones, ni multitudes, así fue el
funeral del expresidente Luis Echeverría. Sólo con familiares y políticos de la llamada vieja
guardia se llevó a cabo el funeral de LEA, en una agencia ubicada en el poniente de Ciudad de
México. Ningún representante del gobierno de la Cuarta Transformación estuvo presente. La
ausencia que llamó la atención fue la de Ignacio Ovalle, pues éste fue colaborador cercano de
Echeverría y en esta 4T se desempeñó como titular de la emproblemada Segalmex –por
cuestiones de corrupción. Tampoco hubo representación oficial del PRI, ni senadores o
diputados del partido que lo postuló a la Presidencia de la República. * * * Gracias por
acompañarme en la lectura de este texto. Le deseo, como siempre, que tenga ¡buenas gracias
y muchos, muchos días!