Sarelly Martínez Mendoza
Pocas personas se han enamorado de Chiapas, como lo hizo Ida Kaplan Langman (1904-1991), una
botánica ucraniana, que emigró a Estados Unidos y se dedicó a la investigación en la Universidad
de Pensilvania.
Viajó a Chiapas en diversas ocasiones. La primera vez, en 1948, cuando la entidad estaba
aislada del mundo, y llegar aquí era una odisea.
Pese a todo, se sintió fascinada por el estado. Pronto hizo amistad con personajes
fundamentales de la cultura local, como Faustino Miranda, Eduardo J. Albores, Jorge Olvera,
Miguel Álvarez del Toro y Fernando Castañón Gamboa.
Para todos tuvo una palabra de reconocimiento; de Fernando Castañón destacó “su
magnífica colección de libros y obras acerca de Chiapas, donde encontré algunos trabajos que no
hubiera podido encontrar en ninguna otra parte”; de Miguel Álvarez del Toro, escribió: “Hay muy
pocos museos que cuenten con un director que salga al monte a cazar los animales y traerlos vivos
para el museo zoológico, que prepare los ejemplares para exhibición en el museo o para estudios
científicos y aún pinte las escenas del fondo de las vitrinas donde se exhiben los ejemplares”.
Viajera sorprendida y sincera como era, confesó que cuando planeó su primer viaje tenía
ideas preconcebidas, extrañas y equivocadas: “Al pensar en Chiapas, pensaba en una región casi
inexplorada, una región de selva casi impenetrable, una región de calor intenso y alta humedad”.
Langman admiró la vitalidad de la cultura local: “¡Qué lejos de mis ideas preconcebidas
resultó el Chiapas verdadero –con sus elementos intelectuales, con su vida cultural, con sus
paisajes y climas variados, y con su ambiente tan apacible y amistoso!”.
De Tuxtla le gustó el “mapa en relieve del Estado de Chiapas, que existía en la plaza de la
ciudad”; de Chiapa de Corzo “su hermosa plaza de estilo morisco y su bella ceiba en la plaza”, y del
recién inaugurado Hotel Banampak, sus “aguas deliciosas” para nadar.
Le llamó la atención que la flora de San Cristóbal fuera tan parecida a varios lugares de
Estados Unidos. En Comitán sintió “como si estuviera en Pennsylvania, porque había muchos
encinos con todas las horas de color rojo, igual a como se ponen en el otoño en el este de los
Estados Unidos. Al regresar, pasamos por una huerta, donde otros árboles, quizás duraznos, se
veían todos color de rosa por los capullos que se abrían. ¡Así que en un momento, pasé del otoño
a la primavera, y eso en plena temporada de Navidad”.
Ida preguntaba todo. Así se percató que al árbol de Gliricidia sepium, recibiera diferentes
nombres: mata ratón, cuchunuck o cacahunanche. Y pese a su cualidad de preguntona se reía de
que nadie le haya podido explicar por qué se le dice Coita a Ocozocoautla.
Langman admiró las flores del matilishuate, “plantas memorables”, escribió y sugirió que
debían sembrarse en las calles de Tuxtla para embellecer la ciudad. Se maravilló del liquidámbar,
del chucumay, nanche, jobo, huitumbillo, chucamay de montaña, vainilla silvestre, bejuco de agua,
de “los collares hechos de las pequeñas florecitas del tziqueté, que se guardan secas por mucho
tiempo y, cada vez que se las moja, desprenden de nuevo su dulce aroma”.
DE 1948 a 1956, viajó tres veces a Chiapas. En 1964 volvió a hacer la travesía y volvió a
asombrarse con lo que encontró: “Otra vez admiré el hecho que Chiapas sea la única provincia
mexicana que cuente con museos y jardines científicos”.
Escribió con tal generosidad de nuestra tierra, que incluyó también a los gobernadores, de
los que dijo que “no solamente se empeñan en elevar el nivel material del pueblo, sino también se
preocupan de la vida cultural, y lo que es aún más importante quizás, comprenden la necesidad de
continuar las obras empezadas por sus antecesores, a la vez que comienza proyectos nuevos”.
Leer a estos viajeros que han visto a Chiapas con los ojos fascinados nos permite
redescubrir lo nuestro con esa mirada de esperanza, que tanto se necesita en estos momentos de
incertidumbre.
Ida Kaplan Langman falleció en 1991. Es posible que haya visitado otras veces nuestro
estado, pero solo conocemos lo que escribió en la revista del Ateneo y lo que dejó constancia en
su libro A Selected Guide to the Literature on the Flowering Plants of Mexico, publicado por la
Universidad de Pensilvania en 1964.