Dr. Gilberto de los Santos Cruz
El 17 de abril se conmemora el Día Internacional de la Lucha Campesina desde el año
1996 cuando se llevó a cabo la Segunda Conferencia del Movimiento Internacional La Vía
Campesina, en memoria a la masacre de 19 trabajadores sin tierra en Eldorado Dos
Carajás, Brasil. El objetivo de esta fecha es hacer un llamado para respetar los derechos
del campesinado y la ratificación de garantías para un desarrollo sostenible del sector
rural. Las actividades de las y los campesinos no se detienen, ya que de ellas depende el
bienestar de las personas y sobre todo el garantizar la seguridad alimentaria del país.
Gracias a su labor diaria podemos acceder a alimentos seguros, nutritivos y de calidad
que satisfagan nuestras preferencias alimenticias y su demanda.
Su trayectoria no ha sido fácil, actualmente hay una disminución de la población
campesina porque las y los jóvenes, muchas veces, prefieren migrar a otras zonas
buscando nuevas oportunidades, lo que provoca que esta práctica esté en riesgo de
extinguirse. Es por ello que en este día reivindicamos la lucha que han tenido las y los
campesinos para la transformación del sector primario, en el que se reconozcan sus
esfuerzos por la constante búsqueda del cuidado de las tierras, las semillas nativas, el
agua, el suelo, la biodiversidad, la defensa de la soberanía alimentaria y la reforma
agraria.
Las culturas indígenas poseen cosmovisiones y modelos cognoscitivos, estrategias
tecnológicas y formas de organización social y productiva más cercanas al manejo
ecológicamente adecuado de la naturaleza.
El genuino reclamo del derecho a la tierra ha sido una constante campesina,
particularmente de los pueblos indígenas despojados de grandes territorios, desde las
invasiones europeas del siglo XVI que se fueron consumando a lo largo y ancho del
Continente Americano. A la fecha persiste la lucha de las culturas originarias para
recuperar no solo el suelo que les da el alimento y las mantiene vivas, sino sus tierras
sagradas de valor y significado espiritual, al concebir la fusión de la naturaleza con el
cosmos, muy distante del valor material y económico que le dieron los ocupantes
advenedizos para explotar y extraer cuanto encontraron en los ecosistemas. La efeméride
nacida del Movimiento de los Sin Tierra brasileño es emblemática. El despojo propiciado
por los regímenes militares generó una masa de personas del campo desposeídas y una
concentración en pocas manos. Paradójicamente, favoreció desde la década de los
setenta la aparición, primero, de incipientes organizaciones aisladas, locales, y luego una
lucha social trascendente con el apoyo de la pastoral de la Iglesia que, en enero de 1985,
reunió en Curitiba a mil 500 personas delegadas de todo Brasil en defensa de sus
territorios. Tres años antes de la tragedia de El dorado, movimientos agrícolas locales y
nacionales se habían hermanado en la oposición al despojo y la expropiación por parte de
grandes empresas transnacionales y Estados, lo mismo que al comercio de la naturaleza
y de los bienes comunes que empujaban a hombres y mujeres fuera de sus espacios
milenarios.
En 1993, agricultores y agricultoras de los cuatro continentes crearon una coalición
internacional, La Vía Campesina, que hoy integra a 182 organizaciones de 81 países y
constituye un gran movimiento por la soberanía alimentaria, la agroecología, los sistemas
de semillas nativas, la participación de las juventudes en la agricultura, la reforma agraria,
el rechazo a los agro tóxicos; la gestión de la gente sobre la tierra, el agua y los territorios;
la resistencia al libre comercio, el feminismo campesino y la defensa de la mujer ante la
violencia, y la defensa de los derechos humanos de trabajadoras y trabajadores
migrantes.
En la Cumbre Mundial de la Alimentación, organizada por la FAO en 1996, La Vía
Campesina introdujo el término de soberanía alimentaria, concepto de raigambre
feminista que marca una ruptura con el sistema comercial agrícola impuesto por la
Organización Mundial de Comercio, destaca la importancia del modo de producción de los
alimentos y su origen y hace notar cómo la importación de alimentos baratos debilita no
solo la producción, sino a las comunidades agrarias locales. Tras la realización de tres
foros mundiales, en febrero de 2007 se emitió la Declaración de Nyéléni, en Selingue,
Malí, que postula, entre otros principios, que: “La soberanía alimentaria es el derecho de
los pueblos a alimentos nutritivos y culturalmente adecuados, accesibles, producidos de
forma sostenible y ecológica, y su derecho a decidir su propio sistema alimentario y
productivo”. Sitúa de esta manera a quienes producen, distribuyen y consumen alimentos
en el centro de los sistemas y políticas alimentarias por encima de las exigencias de los
mercados y de las empresas; defiende los derechos de las futuras generaciones, y
plantea una estrategia de resistencia y desmantelamiento del comercio libre y corporativo
y del régimen alimentario actual para dar cauce a sistemas alimentarios, agrícolas,
pastoriles y de pesca gestionados por los productores y productoras locales.
Soberanía alimentaria y movimiento feminista campesino corrieron de la mano. En el Foro
de Nyéléni, las mujeres tuvieron un papel determinante luego de celebrar la Marcha
Mundial de Mujeres, encuentro en el que definieron sus propuestas.