Omar Gasca
Con residencia en Xalapa, Veracruz, desde 1989, Hiroyuki Okumura es uno de los más notables escultores con que contamos en México, si bien goza de reconocimiento en otros muchos países, entre los que se halla Japón, de donde es originario, del mismo modo que Kiyoshi Takahashi, Sukemitsu Kaminaga, Kiyoto Ota, Ryuichi Yahagi y Masafumi Hosumi, artistas de la misma disciplina que estuvieron o se quedaron en México.
Con poco más de 50 exposiciones individuales y colectivas y obra suya en varias colecciones públicas y privadas, Okumura presenta ahora, del 16 de julio hasta fines de octubre, en la Pinacoteca Diego Rivera, Canto Tierra III, un conjunto de 13 esculturas de pequeño, mediano y gran formato, además de una treintena de trabajos bidimensionales sobre papel; una suma deobras a cuyo volumen, profundidad, dimensionalidad, tactilidad e interacción con el espacio hay que agregar distintos procesos de deconstrucción y reconversión que pasan por cortar, fragmentar, organizar, formar, reorganizar y reformar el material, sin desnaturalizarlo,desnudando sus propiedades y disponiendo distintas piezas, a veces a modo de capas y a veces como jugando Jenga (pero en lugar de quitar, quitar y poner) hasta conseguir una unidad paradójicamente no unitaria, donde hay un solo todo por más que sea divisible. La unidad es paradoja, es “unidad compleja”, y la obra un sistema, lo que asociamos con un fragmento de la explicación que ofrece José Luis Solana Ruiz, de la Universidad de Jaén, sobre el “pensamiento complejo de Edgar Morin: “El sistema se presenta como unitas multiplex, como paradoja: considerado desde el ángulo del todo, es uno y homogéneo; visto desde el ángulo de sus constituyentes, es múltiple, diverso y heterogéneo. Como la complejidad es asociación de dos ideas contrarias y el sistema asocia en sí las ideas, en principio opuestas, de unidad y multiplicidad, el sistema es unidad compleja. La idea de unidad compleja significa que no podemos reducir ni el todo a las partes, ni las partes al todo, ni lo uno a lo múltiple, ni lo múltiple a lo uno, sino que es preciso concebir juntas todas estas nociones, de forma a la vez complementaria y antagonista”. No es un trabalenguas.
La unidad es conceptual, estética, más que matérica. Responde a una intención que se identifica con la dimensión de lo posible a partir de los dominios de Okumura, de su potencia y alcances. “La mayor libertad nace del mayor rigor”, afirmaba Valéry, lo que equivale a decir aquí que si tienes un oficio como el que este escultor posee, puedes hacer lo que sea. La potencia y los límites, es decir, capacidades y limitaciones, estas tan habituales como normalizadas y lamentables.
Canto Tierra III es el título de la muestra, pero, ¿es un canto a la tierra o es la tierra que canta? ¿O significa lasdos cosas? Hay que pensar en esas rocas calizas que, sometidas a altas temperaturas y presiones, se cristalizan hasta convertirse en esas piedras brillantes que conocemos como mármol, el cual, para efectos de la escultura, será objeto de otros procesos, ahora con la intervención de la mano, la herramienta y la máquina. Ahí la poesía; ahí el canto; una especie de doble transmutación. Ello sin contar la poesía, el acto creativo del montaje, que implica mover del taller al lugar de exhibición y al espacio asignado en él, toneladas de peso incómodo, por fracturable, para lo cual es necesario sumar muchas manos, cuerdas, andamios, poleas, grúa y una más o menos rigurosa planeación.
Además de las piezas tridimensionales están los trabajos sobre papel, que se mueven entre el dibujo y la pintura y que son obras acabadas en sí, muy gestuales, pero también versiones bidimensionales de esculturas potenciales y reales. La pieza Llave del tiempo, por ejemplo, parece una traslación de alguno de estos últimos casos.
Unas piezas van a la pared, otras en bases y algunas más al piso, muchas veces con un solo frente, contraviniendo deliberadamente el viejo precepto de que la escultura debe ser vista por todos sus lados. Así, por ejemplo, Puerta hacia la luz de Tlaloc y Calendario de tres tiempos, esta obra, por cierto, suficientemente capaz de evocar ese otro calendario, el azteca, por más que pueda no ser la intención.
En Canto Tierra III la práctica simbólica de Hiroyuki Okumura no explica, no define, no re-presenta (no presenta por segunda vez una cosa). Sugiere, refleja, exterioriza; revela dos mundos: el de la tierra, que es el mismo que el de la piedra (y su canto), y el suyo, el interior. “Mundo” en el sentido de Wittgestein, como aquello que es expresable; mundo complejo y rico, con sus vetas, lisuras, ángulos y filos.
Si todo es signo (Saussure, entre otros) y si todo puede ser leído como un texto (Barthes, entre otros), esta muestra es una especie de libro de consulta, de una reflexión interior, un poemario y, de algún modo, una autobiografía parcial.