El Estado mexicano mantiene una enorme deuda en términos de reconocimiento y
respeto a sus derechos fundamentales
Argenis Esquipulas/PORTAVOZ
Hoy, 5 de septiembre, se conmemora el Día Internacional de la Mujer Indígena en
México, una fecha para honrar la resistencia, la fuerza y el invaluable aporte de las
mujeres indígenas a lo largo de la historia. Este día, instaurado en 1983 durante el
Segundo Encuentro de Organizaciones y Movimientos de América en Tiahuanaco,
Bolivia, se estableció en memoria de Bartolina Sisa, una valerosa comerciante y
guerrillera aymara que fue parte del levantamiento contra el colonialismo español en
el siglo XVIII. Su ejecución, ocurrida el 5 de septiembre de 1782 en La Paz, Bolivia, la
convirtió en símbolo de lucha y resistencia que sigue inspirando a generaciones de
mujeres indígenas en todo el continente.
En el estado de Chiapas, una región rica en diversidad cultural, habitan
aproximadamente un millón 500 mil personas pertenecientes a distintos grupos
étnicos, como los chol, tseltal, tsotsil, zoque, tojolabal, cakchikel, mochó, mam, chuj,
jacalteco, kanjobal y lacandón. De esta población, el 51 por ciento son mujeres, lo que
pone en evidencia la importante presencia femenina dentro de las comunidades
indígenas. Sin embargo, como señala Alejandra Soriano Cruz, activista y defensora de
los derechos humanos, el Estado mexicano aún tiene una enorme deuda pendiente
con ellas en términos de reconocimiento y respeto a sus derechos fundamentales.
La conmemoración de este día tiene como propósito central, rendir homenaje a las
mujeres indígenas de todo el mundo, visibilizando sus contribuciones y su rol como
guardianas de tradiciones y agentes de cambio. Pero también es una oportunidad para
evidenciar las múltiples formas de discriminación, pobreza y violencia que enfrentan,
particularmente aquellas con discapacidad. Estas mujeres padecen niveles más altos
de marginación debido a barreras estructurales como la falta de acceso a servicios
esenciales y la ausencia de representación en los procesos de toma de decisiones.
El Convenio número 169 sobre pueblos indígenas y tribales “Hacia un futuro inclusivo,
sostenible y justo” (2019) de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que
en el mundo habitan aproximadamente 476.6 millones de personas indígenas, de las
cuales 238.4 millones son mujeres. En México, los resultados del Cuestionario
Ampliado del Censo de Población y Vivienda 2020 del INEGI revelan que 23.2 millones
de personas se identifican como indígenas. De esta población, el 51.4 por ciento (11.9
millones) son mujeres, y el 48.6 por ciento (11.3 millones) son hombres. Las cifras
reflejan la considerable presencia femenina, pero también nos confrontan con la
necesidad urgente de promover un entorno más justo y equitativo.
En este contexto, es fundamental recordar que la diversidad es una fuente de riqueza y
que cada mujer indígena, con o sin discapacidad, merece igualdad de oportunidades y
respeto. Celebrar sus logros es importante, pero también lo es reconocer los desafíos
que enfrentan y trabajar en conjunto para construir un mundo más inclusivo y
equitativo.
Uno de los mayores desafíos que enfrentan las mujeres indígenas en Chiapas y en todo
México radica en el acceso a la salud y la educación. Las barreras lingüísticas y
culturales dificultan su acceso a servicios básicos. Alejandra Soriano subraya la
necesidad de implementar políticas que reconozcan estas diferencias, incluyendo la
capacitación de traductores e intérpretes para las lenguas maternas en el sistema de
salud y el fortalecimiento de la enseñanza bilingüe en las escuelas, especialmente en
los niveles básicos. Estas medidas son fundamentales para preservar la cultura de los
pueblos originarios y garantizar el respeto a los derechos humanos de sus miembros.
En términos económicos, laborales y de representación política, la situación es
igualmente preocupante. Las mujeres indígenas de Chiapas han demostrado su
compromiso cívico al participar en procesos electorales, pero en las elecciones de
2021, más de 20 mujeres candidatas de representación proporcional, principalmente
por el Partido Verde Ecologista de México, fueron obligadas a renunciar, evidenciando
la falta de una auténtica representación política a su favor.
Las mujeres indígenas han sufrido históricamente tasas más altas de pobreza y
limitaciones en el acceso a servicios básicos como salud y educación, lo que a su vez
genera problemas de analfabetismo y desnutrición. Además, la falta de participación
plena en la vida política de sus países ha profundizado su situación de vulnerabilidad
ante la violencia. La población indígena en México asciende a 12 millones, siendo el
10.1 por ciento de la población total, de los cuales seis millones 146 mil 479 son
mujeres (51.1 por ciento). Más del 75 por ciento de esta población se concentra en
ocho estados: Oaxaca, Chiapas, Veracruz, México, Puebla, Yucatán, Guerrero e Hidalgo.
Hoy en día, las mujeres indígenas enfrentan un reto de desigualdad por cuestiones de
género. Muchas de ellas realizan actividades no remuneradas o mal remuneradas, y
este trabajo no reconocido contribuye indirectamente a los empleadores de sus
esposos, dado que mientras ellas mantienen el hogar, los hombres son explotados
como jornaleros agrícolas o trabajadores de la construcción.
LA TRILOGÍA DE LA DISCRIMINACIÓN: MUJER, INDÍGENA Y POBRE
En Chiapas, las mujeres indígenas sufren discriminación por tres factores: ser mujer,
ser indígena y ser pobre. Como lo sostiene la maestra Laura León Carballo, abogada y
miembro del Colectivo 50+1 en Chiapas, la ausencia de políticas públicas eficaces
perpetúa su marginación. A pesar de que las mujeres han transformado la historia de
sus comunidades, todavía enfrentan la usurpación de funciones y una representación
política que a menudo es simbólica, carente de un verdadero poder de decisión.
En muchas comunidades indígenas, las mujeres siguen subordinadas a las decisiones
de los hombres y a menudo quedan relegadas a trabajos extenuantes sin participación
en las asambleas comunitarias. Es fundamental replantear prácticas culturales que
perpetúan la discriminación y reemplazarlas por políticas públicas inclusivas y
respetuosas de los derechos humanos.
En abril de 2024, cientos de indígenas mayas tsotsiles se manifestaron en Chiapas para
exigir un freno a las actividades ilícitas y mayor acción de las autoridades ante la
violencia que asola la región. En Chalchiuitán, uno de los municipios más pobres del
estado, las demandas incluyeron el cierre de cantinas que sirven como fachada para la
venta de drogas, atención a los desplazados por la violencia y justicia para los activistas
indígenas asesinados.
La manifestación coincidió con la visita de la candidata presidencial del oficialismo,
Claudia Sheinbaum, quien prometió apoyo a los pueblos indígenas. Sin embargo, la
protesta subrayó las carencias persistentes y el abandono de las autoridades ante las
crecientes amenazas que enfrentan las comunidades indígenas en la región.
Este Día Internacional de la Mujer Indígena es un recordatorio de que la lucha por los
derechos de las mujeres indígenas es una tarea pendiente que requiere acción
inmediata. Como sociedad, debemos comprometernos a fortalecer sus voces,
defender sus derechos y crear un mundo donde todas las personas,
independientemente de su origen, género o capacidad, vivan con dignidad y justicia. Es
imperativo que las autoridades actúen con determinación para erradicar las
desigualdades y garantizar un futuro inclusivo para todas.
La conmemoración del Día Internacional de la Mujer Indígena no es solo una fecha en
el calendario, sino un llamado a la reflexión y a la acción. Es un día para reconocer el
pasado, celebrar el presente y construir un futuro donde las mujeres indígenas sean
vistas, escuchadas y respetadas. La historia de Bartolina Sisa sigue viva en cada mujer
que lucha por su comunidad, por su familia, por sus derechos. Su legado es un
recordatorio de que la resistencia es un acto de esperanza, y la esperanza, un acto de
resistencia.
La situación en Chiapas, y en tantas otras partes del mundo, nos muestra que la lucha
está lejos de terminar. Pero con cada paso, con cada voz que se alza, nos acercamos a
un mundo más justo y equitativo. Hoy, más que nunca, es necesario que todos, como
sociedad, unamos nuestras fuerzas para garantizar que la justicia, la igualdad y el
respeto no sean solo palabras, sino realidades palpables para cada mujer indígena.