A través de su formación global y constante esfuerzo, la bailarina se ha consolidado como una artífice integral
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
Desde los escenarios internacionales hasta su natal Chiapas, Andrea González Román ha demostrado que la disciplina y el talento son las claves para materializar un sueño. Formada en la prestigiosa Joffrey Ballet School de Nueva York, ha dedicado años de su vida al perfeccionamiento de la danza clásica, contemporánea y el jazz, uniendo tradición y modernidad con un enfoque artístico único.
Además de haber sido bailarina en la reconocida Compañía de Ballet Co. Laboratory, Andrea ha desempeñado el rol de asistente ejecutiva en la misma organización, donde su visión y trabajo colaborativo han contribuido al crecimiento de la escena dancística. En un ambiente donde la danza no es solo técnica, sino también una forma de expresión personal, ella ha logrado conjugar su formación en Nueva York con la esencia cultural de su tierra natal, ofreciendo una perspectiva enriquecida sobre el arte del movimiento.
El compromiso de Andrea no se limita al escenario. En su trayectoria, se ha empeñado en promover y desarrollar la danza clásica, contemporánea y el jazz como una plataforma de transformación social, al fomentar que nuevas generaciones abracen estas disciplinas y las exploren con la misma dedicación que ella ha mostrado.
Con cada paso, Andrea sigue puliendo su sueño: consolidar una carrera que no solo refleje su talento, sino también inspire a quienes deseen seguir su camino. Su habilidad para adaptar estilos y técnicas en distintos escenarios, combinada con su profundo amor por la danza, la posicionan como una figura clave en la promoción de la danza en Chiapas.
Tengo entendido que en un principio estabas estudiando psicología, pero ¿cómo diste ese cambio hacia la danza? “Estuve estudiando por tres años psicología y tenía planes de terminar la carrera, pero después surgió la oportunidad para seguir mi sueño de ser bailarina, no sabía si este tipo de oportunidades podrían volver a pasar y la tomé.
Recuerdo que desde muy pequeña la danza ha estado en mi vida y mi primer contacto fue con el ballet. Después de un tiempo lo dejé y hasta me metí a natación, pero mi corazón me decía que quería volver a bailar y retomé esta faceta, solo que en esta ocasión fue en una escuela que se enfocaba en el jazz, hip hop y ahí mismo tuve la fortuna de tomar cursos con coreógrafos muy exitosos.
A los 18 años llegué a Puebla a estudiar psicología y después de cambiarme de carrera, estuve cinco años en Nueva York, de hecho, tenía mucho ese pensamiento de que en la danza debías de empezar muy chica, aunque lo hice, no se dieron las oportunidades que yo hubiese querido. El hecho de irme de Tuxtla para Puebla fue como una preparación mental para todo lo que implicaba irse a Estados Unidos”, mencionó.
¿Cómo surgió esta oportunidad para irte a estudiar danza a Nueva York? “Recuerdo que recibí un anuncio de que el Joffrey Ballet School NYC haría una audición en la Ciudad de México, en ese tiempo yo estaba en Puebla y viajé alrededor de cinco horas a la capital. La verdad dudé mucho en intentarlo y una amiga me hizo segunda para acompañarme. Un día antes de que cerraran las inscripciones mandé todos los requisitos.
La verdad, yo hice audición para el verano intensivo que sería en Nueva York, el plan era pasar una pequeña temporada y aprender algo más, algo diferente. Se hizo todo el proceso, luego nos dijeron que en tal fecha nos enviarían los resultados, pasaron las semanas y seguían sin notificarme. Una tarde ya le había comentado a mi mamá que al parecer no fui aceptada y yo iba a impartir una clase, entonces no tenía mi celular a la mano, al terminar veo que tengo llamadas perdidas de ella y me dijo que checara mi correo, es ahí donde me di cuenta que aprobé la solicitud para el verano y además los cuatro años de entrenamiento”, recordó.
¿Cómo fue el proceso de enterarte de esta noticia y luego plantearle a tu familia la idea de moverte de ciudad para perseguir tu sueño? “Es algo fuerte porque al estar en el arte, pensamos que es mal pagado y yo consideraba que mi mamá era de la mentalidad de que si quería dedicarme a la danza, tenía que culminar primero una carrera. Entonces, lo primero que me vino a la cabeza es que ella no me dejaría, pero lo platicamos y me dijo que checaría números para ver si era viable.
Creo que todo fue muy rápido y no me lo esperaba porque desde el principio estaba algo escéptica de quedarme en la audición y tardé un poco en que me cayera el 20 de saber que todo lo que ocurría era real y me sucedía a mí”, contestó.
Suele pasar que muchas personas ven que dedicarse a las artes es más un hobby que una profesión y es bueno saber que, en tu caso, recibiste apoyo de tu mamá. “Yo siempre lo he dicho y he estado segura que mi pasión es la danza y mi hobby es la psicología, pero me dio mucho gusto que mi mamá se diera cuenta que iba en serio con este arte y ahora que tenía una oportunidad de esta magnitud afianzaba más en mi determinación por dedicarme de lleno al baile”, detalló.
¿Hubo algún momento al vivir en Nueva York en que tú dudaras de tus capacidades o te hiciera cuestionarte si hiciste lo correcto al iniciar desde cero otra carrera? “No me pasó al llegar a Nueva York, pero sí lo sentí mucho durante la pandemia, en ese momento me regresé a México porque no quería estar sola allá, mientras el mundo estuviera ardiendo. Después de que la situación mejoró, yo seguía en México y frecuentaba a varios amigos que ya se habían graduado y eran de la misma edad que yo, eso provocaba que yo sintiera que iba atrasada, porque yo seguía como estudiante y en ese momento fue como un golpe de realidad al ver todo lo que hacían.
Me dio como una especie de ansiedad al saber que todos ellos empezaban a realizar sus vidas, que trabajaban y generaban dinero, cosa que yo no porque seguía en una escuela. Fue como un balde de agua fría para mí, pero decidí tomarlo por el lado amable y enforcarme en mis tiempos y en mi camino, que al final, si cometemos el error de compararnos, nunca vamos a estar satisfechos, así que me dediqué a continuar con mis objetivos”, explicó.
¿Cómo fue ese primer día de enfrentarte a un país que no era el tuyo y ver esa habitación vacía? “La verdad todo el día que duró el viaje no pude contener las lágrimas, mi mamá me fue a dejar al aeropuerto, pero no fue un llorar de que no me quería ir, sino de esta barrera del lenguaje porque sí tuve clases de inglés, pero tenía como esta idea de que debía hablarlo a la perfección para comunicarme y al llegar a la habitación fue como un golpe de realidad, ya que, ahora iba a experimentar una nueva etapa de mi vida.
Los primeros tres meses los cursé en Estados Unidos y después, con la situación de pandemia tuve que regresarme. Entonces, sí me daba mucha pena desenvolverme sin que me diera pena o se notara mi acento. La ventaja que Nueva York es un lugar muy internacional, encontrabas gente de toda nacionalidad y mi primera roomie era de España, eso sirvió como un respiro y de que todavía podía hablar español.
Luego, un choque cultural que tuve fue que los mexicanos somos muy cariñosos y efusivos, nos saludamos de abrazo, de beso y en el extranjero era muy frío todo, o sea, era algo difícil el no pasar esa línea y hacer sentir incómodo a alguien más”, narró.
¿Qué fue lo que más se te dificultó al estudiar danza en Nueva York? “Creo que fue la apertura de toda esta técnica y me refiero al ballet en específico, porque he visto que existen muchas formas de enseñanza que todavía no se implementan en México. Impresiona mucho el nivel artístico que existe en Nueva York y no se diga en Europa, sin duda alguna, fue como un despertar creativo que te impulsa a aprender más y explorar tus propios límites.
Si algo es cierto, es que hace mucha falta el apoyo a las artes en México y es que muchas veces no es tomado en serio. Es necesario ver qué están haciendo otros países y otras escuelas, con la intención de hacer una especie de refresh que innove el método de enseñanza-aprendizaje en Chiapas, como en el resto de la República”, enfatizó.
Siendo alguien extrovertida. ¿Cómo ha sido para ti el crear un alter ego o el afrontar el hecho de pisar un escenario con muchas personas para darle forma a la música y transmitir lo que interpretas con tu cuerpo al público? “En mi vida normal soy una persona introvertida, me gusta estar en casa, pero Andrea cuando baila es otra y depende mucho del rol que me toque interpretar. Por ejemplo, en el lago de los cisnes tenemos a un cisne blanco que es tierno, amable y humilde, pero del otro extremo tenemos al cisne negro que es fuerte y sensual. Entonces, este tipo de personajes es lo que me hace conectar mucho con la danza porque me puedo transformar en cualquier cosa.
Una maestra mía decía que no solo hay que bailar, sino nosotros como bailarines tenemos que leer la historia, entender el contexto para crear una conexión genuina, es como una especie de meditación donde tú te mueves a otro plano e interiorizas lo que tienes que hacer con la finalidad de crear un alter ego que te ayude a desenvolverte a la perfección en el escenario”, respondió.
¿Ha cambiado tu concepción del éxito en la actualidad a la que tenías antes de dedicarte por completo a la danza? “El éxito para mí es algo personal, ya no es algo que mi alrededor dicta, suele pasar que nacemos y ya tenemos mil expectativas que engloban estudiar, casarte, tener una familia, entre otras cosas. Por ejemplo, en el ballet tienes que tener 15 años y ya deberías de estar fuera del país en una escuela reconocida y a los 18 tendrías que trabajar para alguna compañía. La verdad que ese no fue mi caso, o sea, yo empecé tarde, pero entendí que cada persona tiene sus tiempos y sus posibilidades.
Ahora el éxito lo veo desde una visión distinta y soy yo, quien decide si lo que hago es exitoso, no es necesario observar lo que otros hacen. Cada individuo tiene su vida; se trata más de metas personales que de cualquier otra cosa”, destacó.
¿Cómo es esa experiencia de crear una atmósfera con los movimientos y expresión corporal para enganchar al público? “Siento que la gente va a una presentación para crear un espacio íntimo, o sea, se desarrolla una conexión inexplicable con la persona que baila y el espectador, pero es esa búsqueda del vínculo, una forma de mostrar tu alma, vulnerabilidad, el decir aquí estoy, soy esto, interpreto esto.
El ballet es muy conocido por ser muy técnico y eso mismo, le termina por restar alma al bailarín. La gente que sabe de ballet se fija mucho en las posturas y todo eso, al contrario de las personas que no tienen conocimiento de ello y que solo ven el cuerpo. Es importante la técnica, sin embargo, es fundamental el conectar tu alma con aquella que asistió a verte”, afirmó.
¿Qué significa la danza para ti hoy en día? “Es un lugar de sanación, de crecimiento, empoderamiento, de poder mostrar quién realmente soy, de vulnerabilidad y al mismo tiempo de fortaleza. Es algo que puede cambiar tantas vidas porque la danza tiene esa magia de que acudes a una presentación y conectas”, finalizó.