Francisco Gómez Maza
El Palacio de la injusticia
Tanto tienes, tantos vales; al juzgador lo que le importa es el dinero.
Pero la gente del pueblo lo que odia es la hipocresía de los juzgadores.
Cuando fui adolescente y estudiaba el primer año de la escuela secundaria, necesariamente tenía que pasar frente al llamado Palacio de Justicia, una edificación de unos cuatro o cinco pisos, ya no lo recuerdo. Esto ocurría hace aproximadamente unos 66 años. El tal palacio (así se les llama en México a las edificaciones que albergan oficinas gubernamentales, pero de palacios, como se conocen en sociedades monárquicas de la vieja Europa, no tienen nada.) Pues el tal Palacio de Justicia albergaba al llamado Poder Judicial. No albergaba Suprema Corte porque estaba en un pequeño pueblo globero y bicicletero de aquella época. Hoy hace caso tres cuartos de siglo.
Pues muchos contemporáneos de aquella época recordarán que a aquel “palacio” la gente, que andaba en la calle, de compras principalmente, al pasar frente a él, decía en voz media alta, si iba acompañada: Mira. El palacio de la injusticia. Y casi siempre pensaba: qué feo el palacio de la injusticia. Y ahí mismo tenían sus oficinas los jueces y el entonces procurador y el Ministerio Público, era el odio lo que movía a los transeúntes. Odio a la hipocresía institucionalizada. Odio a la mentira a la gente, sobre todo a la gente pobre. Debo decirle que entonces no había clase media. La estructura social era de clase alta, los ricardos, los ricachones, los pudientes y los pobres. No había más. Paupérrimos no había. Morían ni siquiera con la bendición de Dios.
Desde la ciudad capital del país, el DF, a todas las capitales estatales se levantaban los Palacios de Justicia, así llamados oficialmente. También así los llamaban las clases poderosas. Pero en el corazón de los pobres y en la boca de los muchachos de secundaria para arriba, eran los palacios de la injusticia. Todo aquel sistema de justicia, procuradores y jueces, estaba totalmente podrido. Quienes cometían un delito estaban condenados, si es que los agarraban, a ser huéspedes de cárceles inmundas, en donde eran maltratados inmisericordemente por los carceleros. Pero les ocurrían estas desgracias si no tenían dinero para alimentar a los jueces y los carceleros, Si un rico cometía un delito, los ministerios públicos se hacían de la vista gorda porque ya “les habían untado las manos con una muy atractiva cantidad de dinero”. Y si tenían la suerte de encontrarse con un fiscal (un ministerio público) probo que hiciera las cosas de acuerdo con la ley, era muy posible que se encontraran con un juzgador corrupto que sirviera al poderoso en contra de débil.
Nadie se preocupaba por esta enferma relación entre los juzgadores y los presuntamente criminales. El juez “de última instancia” era el dinero. Tanto tienes, tanto vales; era el axioma de las relaciones entre la sociedad y los jueces. Y a estas alturas de la historia, cuando paso por la acera de la SCJN, recuerdo que cuando era adolescente de educación secundaria siempre decía: EL PALACIO DE LA INJUSTICIA…
Y los jueces continúan defendiendo a quienes tienen el poder del dinero, representando a quienes, las clases económicamente poderosas, reaccionarias, de derecha, se oponen a la Reforma al Poder Judicial, con una serie de “argumentaciones” falsas, mentirosas, absurdas…
Continúan de pie los palacios de la injusticia.