El cardenal hizo un llamado a la sociedad para educar a nuevas generaciones en valores de justicia y reconciliación
IVÁN LÓPEZ/PORTAVOZ
El asesinato del párroco Marcelo Pérez Pérez, elevó una alerta sobre la creciente violencia que consume a Chiapas. En una reciente misa de exequias, el cardenal Felipe Arismendi Esquivel no solo lamentó la pérdida de un líder espiritual, sino que hizo un llamado enérgico a las autoridades: la impunidad no es una opción, y es crucial desarticular los grupos armados que desestabilizan nuestras comunidades.
Arismendi no se limitó a señalar a Chiapas como un punto caliente de la violencia. Su experiencia en Toluca reveló un patrón preocupante: “La inseguridad se siente en todo el país, y cada región enfrenta su propio demonio. Aquí, la lucha entre grupos criminales complica aún más la situación”. Este comentario puso de manifiesto la urgencia de un enfoque unificado para combatir el crimen organizado, al subrayar la necesidad de un diálogo efectivo con todos los sectores involucrados.
La situación actual es un reflejo de una crisis más profunda en la sociedad mexicana. “El país está en descomposición”, afirmó Arismendi, al enfatizar un sentimiento compartido entre muchos que ven cómo la violencia ha cambiado la vida cotidiana. Este no es un problema aislado; es un síntoma de una descomposición social que exige respuestas audaces e innovadoras, más allá de las medidas de seguridad convencionales.
En medio de un clima de violencia, el cardenal también destacó el legado del padre Marcelo. “Su vida, marcada por la entrega y la fe, representa esperanza en tiempos oscuros. Su sacrificio no debe ser en vano”, expresó. Este reconocimiento no solo honró al sacerdote caído, sino que también convocó a la comunidad a reflexionar sobre su papel en la promoción de la paz y el bienestar social.
Asimismo, Arismendi lanzó una invitación a la acción desde el núcleo familiar. “Educar a nuestros hijos en valores de paz es una tarea de todos”, remarcó. Este llamado a la responsabilidad colectiva destaca que la lucha contra la violencia debe comenzar en casa, al sembrar las semillas de la justicia y la paz para cultivar un futuro donde historias como la del padre Marcelo sean historias de triunfo, no de tragedia.