Pese a fluctuaciones del precio, una reciente alza en la tonelada ha beneficiado a productores
IVÁN LÓPEZ/PORTAVOZ
Desde hace 15 años, los productores de Villa de Comaltitlán optaron por un cultivo que, más allá
de su rentabilidad, ha demostrado ser clave para la estabilidad económica de la región: la palma
de aceite. Con la decisión de transformar sus tierras en plantaciones de palma, los agricultores han
generado empleos y dinamizaron el mercado local. A diferencia de cultivos más tradicionales,
como la caña de azúcar, la palma se ha mantenido activa durante todo el año, incluso durante las
temporadas de sequía.
En un contexto de fluctuaciones en los precios del mercado, los productores han sabido adaptarse.
Este último mes, el precio por tonelada de la semilla de palma de aceite subió de dos mil 596 a dos
mil 724 pesos, lo que ha sido recibido con optimismo. Sin embargo, incluso aquellos con menos
hectáreas, han encontrado estabilidad, puesto que aseguraron, producen hasta 12 toneladas
mensuales en temporada de lluvias y nueve sin ellas.
Una de las principales ventajas de la palma de aceite es que su producción no se detiene durante
la sequía, solo se retrasa unos días. En lugar de los cortes habituales cada 15 días durante la
temporada de lluvias, los agricultores extienden el proceso a 20 días en tiempos secos. A
diferencia de la caña de azúcar, cuyo ciclo productivo se frena durante meses.
La inversión inicial para mantener una hectárea de palma de aceite es considerable, pero los
productores aseguran que es una inversión recuperable. El fertilizante, que se aplica cada seis
meses, requiere un desembolso de aproximadamente mil 800 pesos por hectárea. Sin embargo,
esta cantidad se cubre en el primer mes de cultivo.
Los frutos de la palma se trasladan a la procesadora Zitihualt S.P.R. de H.I., una fábrica dirigida por
el presidente Francisco Coello, que opera de lunes a viernes y es una de las pocas que se
mantienen 100 por ciento activas en la región. La planta no solo procesa el aceite, sino que
también representa un símbolo del esfuerzo colectivo de los campesinos que, con visión y
constancia, han convertido este cultivo en la columna vertebral de su economía local.