Dr. Gilberto de los Santos Cruz
Formar hombres libres debería ser principio superior de nuestra educación, pero ese
propósito, muchas veces, se ha perdido de vista. Las leyes educativas no lo establecen
como prioridad, pero los educadores deben tenerlo presente, todo el tiempo.
Neoliberalismo no es liberalismo. Muchos mexicanos somos críticos del neoliberalismo,
pero queremos para México los valores liberales.
Que los ciudadanos mexicanos tengan un carácter robusto, posean una sólida
autoestima, piensen de manera autónoma y sean críticos de la realidad en que viven es
un propósito educativo laudable. Claro, liberalismo no equivale a individualismo
exacerbado, a egoísmo, a una voluntad aislacionista al estilo del Nietzche.
La educación debe unir –como lo marca la ley—la libertad con la solidaridad. La libertad
se adquiere en la escuela cuando se ponen en práctica pedagogías que atienden la
personalidad entera de cada alumno. La solidaridad se adquiere en un ambiente escolar
donde se promueve la empatía, el respeto y las habilidades sociales.
En México se han reunido muchas circunstancias para obstaculizar la educación para la
libertad. Una de ellas es que la relación maestro-alumno es muy baja, es decir, los grupos
de clase son muy numerosos y esto dificulta la atención personalizada al alumno.
Otra circunstancia adversa es el dominio que ha tenido el libro de texto (gratuito) sobre las
prácticas de enseñanza que utilizan los docentes. Lamentablemente, una buena acción
(ayudar a la economía familiar con libros gratuitos) ha redundado con el tiempo en un
efecto negativo (la afirmación de una pedagogía libresca).
Pero la circunstancia más decisiva es que, en términos relativos, y en el largo plazo, la
inversión en educación ha venido disminuyendo dramáticamente. El dinero educativo no
alcanza. La matrícula es enorme, el número de maestros es reducido, insuficiente, sobre
todo si se piensa en el ideal de tener –en todos los grupos— solo 30 jovenes y contar en
cada aula con docentes auxiliares.
Las necesidades materiales son crecientes y los recursos para atenderlas decrecientes
(siempre en términos relativos). Los gastos para edificios, mantenimiento, mobiliario,
computadoras, laboratorios, bibliotecas modernas, campos deportivos, y gimnasios para
250 mil escuelas (desde preescolar hasta preparatoria), en cantidad suficiente (holgada)
son inmensos y los recursos siempre insuficientes.
Pero el gasto mayor es en salarios para maestros cuyo monto absorbe, probablemente,
más del 90 por ciento del presupuesto educativo. Hay cerca de dos millones de maestros,
que continuamente luchas por mejoras salariales para evitar la devaluación social de esta
profesión.
La educación para la libertad, no obstante, debería ser preocupación central de las
escuelas normales y de los programas de formación continua de docentes. ¿Qué
estrategias pedagógicas crear para enfrentar estos obstáculos y conseguir la meta de
educar para la libertad? He aquí un tema de investigación educativa y de desarrollo
técnico de la docencia.
La educación para la libertad tiene como objetivo formar hombres libres. Un hombre es
libre cuando piensa por sí mismo, cuando posee una visión propia del mundo, cuando
toma decisiones sin obedecer la voluntad de otros hombres.
La finalidad de la educación es enseñar a ser libre, a pensar y decidir por uno mismo. El
artículo 2.1 de la Constitución dice que la persona tiene derecho a la vida, a su identidad,
a su libre desarrollo y bienestar. Para lograrlo, sin duda, la persona debe ser libre. Es
obligación del Estado asegurar esa libertad para que cada cual cumpla con la realización
de su proyecto de vida, que es la máxima aspiración de un ser humano.
Los hombres no se hacen en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en
la reflexión”.
El principal objetivo de la educación, básica y media superior, además de ser laica y
gratuita, sea de calidad e incluyente. Esto significa no solo que el Estado debe garantizar
el acceso a la escuela a todos los niños, niñas y jóvenes -independientemente de su
entorno socioeconómico, origen étnico o género- sino que la educación que reciban les
proporcione aprendizajes y conocimientos significativos, relevantes y útiles para la vida.
El artículo 3° constitucional establece que el sistema educativo debe desarrollar
“armónicamente, todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor
a la patria, el respeto a los derechos humanos y la conciencia de la solidaridad
internacional, en la independencia y en la justicia”. Para hacer realidad estos principios, es
fundamental plantear qué mexicanos queremos formar y tener claridad sobre los
resultados que esperamos de nuestro sistema educativo. Se requiere, además, que el
sistema educativo cuente con la flexibilidad suficiente para alcanzar estos resultados en la
amplia diversidad de contextos sociales, culturales y étnicos de México.
El propósito de la educación básica y media superior es contribuir a formar ciudadanos
libres, participativos, responsables e informados, capaces de ejercer y defender sus
derechos, que participen activamente en la vida social, económica y política de México.
Es decir, personas que tengan la motivación y capacidad de lograr su desarrollo personal,
laboral y familiar, dispuestos a mejorar su entorno social y natural, así como a continuar
aprendiendo a lo largo de la vida, en un mundo complejo que vive cambios vertiginosos.
En ese contexto es indispensable que las escuelas difundan los ideales de la revolución y
los valores del humanismo. Por ello considero que el próximo Ejecutivo estatal retomará
muchas de las acciones de José Vasconcelos que emprendió una campaña
alfabetizadora e inició la formación de un magisterio rural y creó las misiones culturales
que buscaban incorporar a los indígenas y a los campesinos al proyecto de nación. La
escuela ha dejado de ser el único lugar para aprender y la infinidad de fuentes de
información nos obligan a replantear las capacidades que los alumnos deben desarrollar
en su paso por la educación.
Una educación integral, como la que se debe impulsar, es la que hace posible que el
amor a México se traduzca en una convivencia más armónica, en un mayor respeto a los
derechos humanos y el Estado de Derecho, en el aprecio, cuidado y racional
aprovechamiento de nuestra riqueza natural, así como en la capacidad de hacer valer los
principios de libertad, justicia y solidaridad en el mundo global en el que hoy se
desenvuelve nuestro país. Una educación de calidad es aquella que forma integralmente
a las personas y las prepara para la época que les corresponde vivir. Como resultado de
los avances logrados por la educación, hoy reconocemos el valor de la diversidad, las
exigencias de la democracia, de la construcción de la equidad, del ejercicio de las
libertades y del respeto a los derechos humanos y el Estado de Derecho.