El director Luca Guadagnino compone un refinado y, al mismo tiempo, sensual y
desvergonzado drama deportivo en el que la lucha de sexos adquiere un nuevo
sentido
PORTAVOZ / AGENCIAS
Si para Forrest Gump la vida era como una caja de bombones, para Luca
Guadagnino el deseo es un partido de tenis. Hay buenos y malos saques, ‘match
points’, ‘tie-breaks’ y toda una terminología que puede servir tanto para el deporte
como para el sexo.
Es más o menos lo que propone su última película, Rivales (’Challengers’) en la
que utiliza el prototípico triángulo amoroso para ponerlo al servicio de una película
en la que lo que importan son, básicamente, las pelotas (tanto en el sentido
estricto como metafórico).
Rivales comienza con un enfrentamiento en un torneo. A un lado, un ídolo de la
raqueta en horas bajas Art Donaldson (Mike Faist) y, en el otro, un jugador que se
ha echado a perder, Patrick Zweig (Josh O’Connor). En medio está Tashi
(Zendaya), antigua leyenda juvenil que, después de una lesión, se convirtió en
entrenadora de élite.
Dos hombres y una reina
A partir de ese momento, nos embarcaremos en un gran ‘flash-back’ que
básicamente consistirá en descubrir si esos dos contrincantes están jugando al
tenis o… a algo más, como si se tratara de una pelea de ‘gallitos’.
Luca Guadagnino siempre ha sido un director extremadamente sensible a la hora
de poner de manifiesto los picores del cuerpo, o lo que es lo mismo, la chispa, la
atracción y el apetito sexual. Lo lleva haciendo desde su primera película, Melissa
P. (protagonizada por la española María Valverde) y, poco a poco se fue
estilizando en la delirante a la par que absorbente Io Sonno L’Amore, con Tilda
Swinton o en Cegados por el sol, aunque su más célebre obra continúe siendo
Call Me By Your Name, la película que descubrió el potencial de Timothée
Chalamet como icono Gen-Z.
En realidad, todas sus películas hablan de lo mismo. De los sentidos, de la
seducción, de los impulsos físicos. Del sexo, vaya. Lo maravilloso que tiene
Guadagnino es que es capaz de modificar su estilo de acuerdo a la narración que
se encuentra en sus manos y transformarlo en algo diferente a través de los
recursos cinematográficos.
Guadagnino juguetón
A Guadagnino le gusta jugar y con Rivales ha venido precisamente a hacer eso.
Por eso la película se convierte en una auténtica experiencia retozona en la que
se utilizan los códigos básicos de las comedias de batalla de sexos para
transformarlas en un drama de deporte que adquiere connotaciones de lo más
lúbricas en las que se relaciona íntimamente el éxito en la cancha con el poder en
la cama.
Así será desde el principio la relación entre Tashi, Art y Patrick aunque, como en
toda buena ‘screwball comedy’ (aunque esta no lo sea en sentido estricto), será la
mujer la que lleve las riendas mientras que los hombres queden solo para batirse
en duelo a través de un patético pavoneo en la cancha.
El guion lo firma Justin Kuritkes (la pareja de Celine Song, la gran revelación del
pasado año gracias a Vidas pasadas) en el que la debilidad masculina adquiere
tintes épicos, mientras que el director se encarga de calentar al personal a través
de un dispositivo de lo más lujurioso en el que cada palabra y cada movimiento de
cámara (con musicote tecno inesperado, por parte de Trent Reznor y Atticus Ross)
tiene una intención determinada a modo de coqueteo febril y, por qué no decirlo,
un poco ‘cochino’ (sin que se vea nada más allá que… miembros viriles y traseros,
que no es poco y se coman churros y plátanos todo el rato).
Hacía tiempo que un ‘blockbuster’ (de autor, claro) no se mostraba de una forma
tan ‘desprejuiciada’ y, también tan libre. Porque lo que hace Guadagnino con este
material, además de subir la temperatura, es un ejercicio de estilo impecable a la
hora de experimentar sin miedo con todos los recursos formales que tiene a su
alcance, con unos destellos de genialidad solo propios de aquel que se atreve a
arriesgar y desafiar sin impostura, solo a través de un entretenimiento cómplice.
En ese sentido, las escenas de ese partido con el que comienza la película y que
tienen su clímax en el tramo final, resultan de un atrevimiento constante, lúdico,
tan exquisito y elegante como finalmente mamarracho. Una auténtica delicia.