Sandra de los Santos Chandomi
Parte 2 de 2
Era claro que todo el hotel estaba ocupado por migrantes, que los hombres que intentaron detenerme eran los “coyotes” o “cuidadores”, que el grupo estaba conformado en su mayoría por niños, niñas y adolescentes. Estaba sorprendida que pude subir y bajar sin ningún problema, que nadie reparaba en mí, ni siquiera porque llevaba una playera que en letras grandes decía: “nos queremos vivas e informando”, que nadie de ahí podía sumar dos más dos y darse cuenta que era periodista, y que mi intención podría ser (no era esa, pero pudo haber sido) no trenzarme, sino registrar lo que ahí estaba pasando. También estaba sorprendida que seguía ahí.
Me acomodé en la recepción, que era también el lugar por el que entraban los carros porque al fondo hay un estacionamiento. Me di cuenta que mi celular no tenía pila e intenté buscar una conexión funcional en ese lugar. No corrí con suerte.
Del hotel entraba y salían los migrantes que estaban hospedados, la mayoría chavitos entre los 10 y 18 años de edad. Los más pequeños salían acompañados de quienes se veían más grandes. En la recepción había mapas grandes de la República Mexicana y algunos póster de lugares turísticosde Chiapas, que parecían que se pegaron el día de la inauguración del hotel. Los niños para entretenerse los veían. Colocaban sus deditos en donde veían que decía Chiapas y luego los subían hasta el norte. Veían las cascadas de Agua Azul, la zona arqueológica de Palenque, las pinturas de Bonampak en esos carteles que fueron impresos, le calculo, al menos dos décadas atrás. Ni uno de esos sitios son su destino, su mirada está en otro lado, ellos van al norte.
En esa misma pared estaba una lista de precios…
Habitación individual: 380 pesos
Habituación doble (dos camas matrimoniales): 560 pesos
Persona extra: 150 pesos
Todas las habitaciones, según el anuncio, incluía: agua caliente, clima, televisión por cable e Internet.
Para esas alturas ya no me mantenía ahí la intención de hacerme trencitas, sino la curiosidad. Quería confirmar que si lo que pensaba era cierto y tenía muchas preguntas al respecto y confiaba que Liliana me las pudiera contestar…así fue.
Las chicas venezolanas regresaron y con ellas subí de nuevo (ahora por el ascensor). Llegamos al cuarto piso y ahí me enteré que en ese piso solo se quedaban mujeres. Cuatro o seis en cada cuarto, pero solo habían abierto tres porque aunque eran muchos, todos los demás eran inhabitables. Pasé al cuarto de ellas, que tenía clima (que también hacía un ruido espantoso), ahí me trenzaron, pasé al baño, probé el puré de plátano y me contaron sobre sus países de origen y su travesía.
Tenían un par de días en Tuxtla, no tenían claro por qué las trajeron acá, ellas no buscan obtener algún tipo de documentación para avanzar o quedarse, ellas tienen claro que su meta es llegar a los Estados Unidos y no pretenden perder el tiempo buscando refugio. Avanzan por tramos, y cambian de “coyotes” cada tanto. La mayoría son personas originarias de los lugares que llegan, algunos son más amables que otros, hasta ahora ni uno ha sido grosero. Les pregunto si siempre se embriagan y si les controlan lassalidas.
-Cuando no nos vamos a mover, a veces, toman. Pero, nunca se han metido con nadie. Solo hay que avisar que vamos a salir, y los más niños no los dejan salir solos.
No tengo prejuicios (según yo) con las personas que se dedican al traslado internacional de migrantes sin documentos (llamados “coyotes”). Creo que en ese oficio, como en todos, hay de todo: cabrones que solo se aprovechan de la necesidad ajena y que son abusivos; gente que su contexto las llevó a ese trabajo y lo desempeñan con empatía; y todas las variantes que pueden haber en medio de esas formas de hacer este trabajo. Muchas veces sin el trabajo de estas personas más migrantes morirían o pasarían por infiernos peores, y también muchas veces son estas personas que las hacen pasar esos infiernos.
En el caso de estas mujeres, algunas hicieron tratos desde su país de origen y otras van acomodándose en el camino. Confían en este grupo de “facilitadores” de transporte porque con ellos han cruzado sus familiares que ya están en los Estados Unidos. Ni una de ellas viaja con todo el dinero que se requiere para el viaje, les van depositando en determinados lugares a los que llegan.
El grupo que se encontró en este hotel no es el mismo con el que salieron, ni será el mismo con el que lleguen, ni siquiera a la próxima parada. Ni ellas mismas entienden de qué depende las rutas, cómo van moviendo a las personas. Hay lugares donde no pueden salir del lugar donde las dejan y otros, como este, donde pueden salir sin ningún problema.
Del grupo de niños, niñas y adolescentes ellas no saben mucho, por algunos tramos de su trayecto han viajado con algunos de ellos, pero esta vez se han juntado muchos. Se han dado cuenta que la mayoría viaja solos, a veces los cuidan sobre todo a los más pequeños y a las niñas, queconfirmo que son solo dos. Aunque ellas tienen hijos y es probable que también tengan que cruzar así cuando se reúnan en Estados Unidos, no se preocupan tanto por todos esos menores que viajan solos… “no crea, se saben cuidar”, me dicen.
En el trayecto… un adolescente de 12 años, sea mujer u hombre, ya rifa como grande, y hasta se tiene que hacer cargo de niños más pequeños. Contrario a lo que se pueda creer, estos niños, niñas y adolescentes no se ven así mismos (lo digo desde lo que he conversado con ellos y he observado) como víctimas (lo son de un sistema que les expulsa de su lugar de origen y los pone en situación de vulnerabilidad).
Son infancias que se están moviendo, a la mayoría los escucho esperanzados, es literal que llevan en la mente el “sueño americano”, el camino es parte de la aventura. Ellos mismos crean sus estrategias de sobrevivencia, así ha sido desde que nacieron… si se ven así mismos como víctimas, si se creen el discurso que escuchan a cada rato de “¡Ay! pobrecitos” se rompen el camino y este trayecto es un campo de batalla en donde es muy difícil cargar a personas rotas así sean muy pequeñas.
Lo que converso de ellas sobre su trayecto no es tanto como pareciera, realmente, hablé sobre la nostalgia que da la comida, sobre el pelo afro, sus anhelos, sobre lo que dejaron y lo que quieren encontrar (de eso algún día también voy a escribir).
Me queda claro que hay un montón de formas de migrar y vivir la migración, cada grupo y cada historia es diferente. Lo que vi ese día no lo había visto antes y por eso sentí la necesidad de contarlo, aunque este texto no estaba hecho para ver la luz, pero siempre la necesidad de teclear y compartirlo me gana. Debo de confesar que una de las razones por las que no quería publicarlo era porque ninguno de las y los que estábamos ese día en ese hotel deberíamos de haber estado ahí. Que el saber las historias de las y los otros nos ayuden a comprender su camino y desde donde estemos podamos hacerlo más fácil.