Mujeres que no trabajan
Sheila X. Gutiérrez Zenteno
Abrió los ojos, se echó un vestido, se fue despacio, a la cocina.
Estaba oscuro, sin hacer ruido, prendió la estufa, y a la rutina.
Sintió el silencio como un apuro, todo empezaba en el desayuno.
Dobló su espalda, gozó un suspiro, sintió ridícula la esperanza (Gabino Palomares, 1976).
¿Alguna vez se ha preguntado cuánto tiempo invierten las mujeres en las labores del hogar? Mantener una casa ordenada, con comida caliente y ropa limpia para quienes ahí habitan, es un trabajo que parece no tener fin. Los platos sucios aparecen sin cesar, la basura se multiplica, un hijo se enferma y alguien debe cuidarle; de repente, todo luce limpio. Parece magia. El truco se llama trabajo doméstico. Pero este trabajo no goza de remuneración alguna, y lo realizan todos los días, mayoritariamente, las mujeres de nuestros hogares.
No me malinterprete; no considero que ser ama de casa sea una labor deshonrosa; por supuesto que no. En realidad, gracias a las mujeres que dedican horas de su vida al trabajo doméstico, es que decenas de hogares funcionan, sin embargo, el reconocimiento (económico o social) no llega para ellas. Poco reflexionamos cómo el trabajo doméstico no remunerado y de cuidados, impacta la existencia y la salud de cientos de mujeres.
¿Quién cuida a los enfermos en casa? La misma mujer que cocina todos los días. ¿Puede esta mujer lograr su autonomía? Difícilmente, sobre todo si son mujeres que viven en condiciones de pobreza o no tuvieron acceso a la educación. En realidad, no se habla públicamente de lo abrumadora que puede ser la carga del trabajo doméstico para una mujer.
En 1979 Gabino Palomares, con la canción “La mujer (se va la vida compañera)” buscó visibilizar la vida diaria de una esposa y madre, dedicada por completo a su hogar. Su vida transcurre entre la cocina, el zurcir las calcetas de sus hijos o comprar, con lo poco que gana su esposo, alimentos con los que pueda cocinar algo relativamente nutritivo para ellos.
Es una mujer con una vida social inexistente, cuyo ir y venir, se reduce a la casa y las tienditas en que realiza sus compras; se entera de los hechos relevantes de su ciudad, gracias a las pláticas que sostiene con sus vecinas, con quienes comparte los lavaderos de la vecindad.
Es una mujer invisible en su propio hogar, que antepone el bienestar de los demás al suyo; duerme solo lo necesario y mientras la familia descansa, ella se mueve en silencio para avanzar con sus labores y no perturbar su sueño. Es una mujer multitareas, realiza cantidad de cosas, sepa o no hacerlas: costura, cocina, limpia, lava, plancha, es enfermera de quienes viven en casa, y educadora, porque parte de su responsabilidad, implica ayudar a sus hijos e hijas con sus tareas; además esta mujer debe hacer todo este trabajo diligentemente (dirían algunos, “de buen modo”) y sin cuestionar.
La canción de Palomares habla particularmente de una mujer que pertenece a la clase baja que vive en la urbe, sin embargo, el trabajo doméstico no remunerado es una realidad con la que viven decenas de mujeres, sean de clase baja o media, vivan en la ciudad o en el campo, sean hijas, esposas, madres o nietas.
El pasado 8 de marzo, Naciones Unidas México dio a conocer que en nuestro país, una mujer dedica 12 horas diarias a las labores del hogar. Preparar alimentos, lavar ropa, pagar servicios, cuidar de los hijos, hijas, de adultos mayores o enfermos, son actividades que recaen en las mujeres, quienes no reciben un pago por ello. ONU Mujeres llama a estas actividades trabajo doméstico no remunerado y de cuidados.
Socialmente, el trabajo doméstico no goza de reconocimiento. El hombre funge como proveedor del hogar, la mujer cuida de su descendencia, por tanto, cocinar o cuidar de los menores, son tareas que históricamente fueron (y son dadas) a las mujeres.Con esto, el varón se apropia del espacio público (y lo que implica). Al ser el trabajo doméstico responsabilidad de las mujeres, se minimiza la aportación que estas hacen al hogar y a la sociedad.
Según cifras de IMCO, A.C., en México, 24.8 millones de mujeres viven en situación de pobreza dedicadas por completo al trabajo doméstico, sin remuneración, por tanto, su desarrollo personal se encuentra limitado al no generar ingresos propios. Al dedicarse al cuidado de otros, difícilmente tienen acceso a la educación, servicios de salud, seguridad social, vivienda, servicios básicos y alimentación, por lo que enfrentan desigualdad en el acceso a estos derechos.
Dependen del dinero de su pareja, familiares o a quien sirven en casa, por lo que cubrir sus necesidades personales como toallas sanitarias, ropa interior, anticonceptivos (si los usan), productos de higiene íntima y personal, ropa, zapatos, medicinas (si están enfermas); necesitan por completo de alguien más. Alguna vez escuché a una mujer decir que su esposo era muy buena persona con ella ¿La razón? “Sinecesito para mis cosas, me las compra”.
Esta mujer se dedicaba las 24 horas al cuidado de su hogar y su familia; que su esposo le comprara toallas sanitarias, era lo menos que él podía hacer, y no era un favor, ella aportaba a su casa trabajando para ese espacio. Si él pagara a alguien más por el trabajo doméstico que su esposa realiza, tendría que desembolsar, al menos, 300 pesos por día, considerando las actividades que la persona realice.
“Pero de qué te quejas mujer, si todo el día estás en la casa y no haces nada”.
Son ellas quienes “estiran” los billetes y hacen rendir las monedas, para que el recurso económico que su pareja le facilita, ajuste “para lo que se necesite”. A esta acción tan cotidiana para las mujeres dedicadas al hogar, es algo que ONU Mujeres llama “supervivencia económica”.
No es un tema nuevo para ellas, Chava Flores describe este fenómeno social en La Bartola, cuya letra dice: “Oye Bartola, ahí te dejo estos dos pesos, paga la renta, el teléfono y la luz; de lo que sobre, coge ahí para tu gasto, guárdame el resto, pa´ comprarme mi alicur”.
En solo dos estrofas, Flores describe la realidad económica que decenas de mujeres dedicadas a su hogar, viven cotidianamente: el dinero que su pareja les da, es insuficiente para cubrir los gastos de la casa. Las mujeres que realizan trabajo no remunerado a tiempo completo han naturalizado el “estirar el dinero”, cuando el Gobierno debería brindarles mejores condiciones de vida y por qué no, un salario.
Mientras los varones en esos hogares tienen la oportunidad de trabajar o realizar actividades de esparcimiento por salir de su casa, las mujeres tienen menor o nulo tiempo para el aprendizaje, la especialización, el ocio, la participación política, social y el cuidado personal. Son mujeres que difícilmente podrán insertarse en un trabajo formal fuera del hogar, y sus oportunidades serán menores si alcanzan los 45 o 50 años de edad.
Además, uno pensaría que conforme las mujeres envejecen, el trabajo doméstico es menor, contrario a ello, cuando uno revisa los informes del ENOE, 2024 se observa en los gráficos que el trabajo doméstico se incrementa junto con la edad. Ellas no cuentan con un plan de retiro ni aspiran a una pensión, pero el trabajo no remunerado no deja de acumularse, ya sea por enfermedades de la pareja, cuidado de nietos o nietas, nuevos matrimonios o relaciones de pareja entre adultos mayores.
¿Cuánto vale el trabajo doméstico que realizan las mujeres? En 2022, el valor del trabajo no remunerado en labores domésticas y de cuidados fue de 72 billones de pesos. Según el INEGI, las mujeres dedican 40.4 horas a la semana a estas actividades, lo que equivale a 77 mil 192 pesos anuales, mientras los varones dedican 16.4 horas a la semana lo cual suma 31 mil 844 pesos anuales. Esto muestra que la distribución de las actividades en el hogar, no es equitativa. Aun cuando ellas también trabajan fuera de casa (a esto se le llama doble jornada).
Si las mujeres recibiesen un pago por ello, según cálculos del INEGI (ENUT, 2014) las mujeres en las ciudades obtendrían un salario equivalente a los 42 mil 500 pesos al año. Las mujeres que habitan en las áreas rurales obtendrían 49 mil 700 pesos al año, y las mujeres casadas 57 mil 600 pesos. ¿Cuánto recibiría un hombre que aporta a las labores del hogar en el mismo periodo? Según el ENUT, 13 mil pesos. La razón es simple, aportan menos tiempo de trabajo en el hogar.
45 años después de la canción de Gabino, uno pensaría que la situación de las mujeres y el trabajo doméstico han cambiado. No es así. Si un hombre (esposo, hijo, padre) pasa por las tortillas saliendo de su trabajo, cree hacer un favor a la mujer que trabaja en casa sin un salario.
Las mujeres que realizan trabajo doméstico no remunerado (parcial o a tiempo completo), merecen algo más que recibir el 10 de mayo o el día de su cumpleaños, una lavadora o una plancha como regalo. La próxima vez que crea que esto es una buena idea, mejor pregúntele a ella qué le gustaría. Si le dice que nada, insista. Si le dice que una plancha está bien, compre la plancha y pregunte otra vez. ¿La razón? Es muy simple: no está acostumbrada a pensar en ella.
Es tiempo de reconocer que las mujeres somos personas, no podemos con todo, nos cansamos de atender una casa todos los días, nos enfermamos por hacerlo, tenemos sueños y, a veces, por el bien de la familia, se quedan ahí, guardados en un cajón.
Lavó los trastes, tiró basura, durmió a los niños, cambió pañales.
Como aire que entra por la ranura, los dos jugaron con su ternura.
Le dio la vuelta a la cerradura; durmió de pronto todos sus males.
Se va la vida, se va al agujero, como la mugre en el lavadero.
Se va, se va, compañera, como la mugre en el lavadero.