Aunque agradecidos por la asistencia, no consideran su estadía en Guatemala como una
solución definitiva
ARGENIS ESQUIPULAS/PORTAVOZ
La violencia en la Sierra Madre de Chiapas ha alcanzado niveles alarmantes. Para miles de
habitantes de comunidades como Chicomuselo, el desplazamiento forzado ha dejado de
ser una amenaza lejana para convertirse en una realidad que fractura vidas y
comunidades. Entre las voces de esta tragedia, destaca la historia de Juan Carlos Alanís, un
hombre que, junto a su familia y otras 17 familias, ha sido forzado a huir de su hogar y
buscar refugio en Guatemala, un país que, aunque cercano, nunca imaginó que sería su
único resguardo.
La vida de Juan Carlos y de quienes compartieron su travesía hacia la frontera
guatemalteca cambió para siempre hace más de tres meses. El control territorial por parte
de grupos del crimen organizado, que buscan dominar la ruta de la Sierra para el tráfico
de drogas y personas, convirtió a su comunidad en un campo de batalla. Los habitantes de
Chicomuselo, así como de otras localidades cercanas, comenzaron a vivir bajo el asedio de
la violencia armada. Las balaceras diarias y el constante temor a ser alcanzados por una
bala forzaron a Juan Carlos, su familia y sus vecinos a tomar una decisión dolorosa pero
inevitable: abandonar todo.
“La vida se volvió insoportable”, comenta Juan Carlos con la voz entrecortada, recordando
los días previos a su éxodo. “No podíamos dormir tranquilos. Las noches eran
interminables, solo escuchábamos disparos. Los niños estaban aterrados, ya no querían
salir ni al patio. La escuela cerró porque los maestros no podían garantizar su seguridad.
No había otra opción más que huir”, añade, con la mirada perdida en los recuerdos de su
tierra natal.
Su viaje hacia Guatemala fue duro y peligroso. Al no contar con los recursos necesarios, el
grupo de familias se vio obligado a caminar durante horas por terrenos montañosos,
ocultándose en la espesa vegetación para evitar ser detectados por los grupos armados
que patrullaban la zona. “Fue una verdadera odisea”, relata Juan Carlos, “caminamos
durante días, sin apenas comida o agua. Nuestros hijos nos preguntaban cuándo íbamos a
volver a casa, pero nosotros no teníamos respuestas”.
Finalmente, tras cruzar la frontera, fueron recibidos en albergues temporales habilitados
por el Gobierno guatemalteco. Aunque agradecidos por la asistencia, Juan Carlos y los
demás desplazados no consideran su estadía en Guatemala como una solución definitiva.
“Nos han tratado bien, no puedo negarlo. Nos han dado comida, techo y atención médica.
Pero esto no es lo que queremos. Queremos regresar a casa, queremos vivir en paz en
nuestra tierra”, afirma con determinación.
Sin embargo, regresar parece una posibilidad lejana. Las condiciones de seguridad en
Chicomuselo siguen siendo extremadamente precarias. La presencia de grupos armados,
sumada a la falta de acción de las autoridades mexicanas, mantiene a la región bajo un
clima de terror. “He hablado con personas que se han quedado allá y me cuentan que
todo sigue igual, o incluso peor. La Guardia Nacional y el Ejército Mexicano no han hecho
nada. Cuando aparecen, los grupos armados simplemente se replegan a otro punto, y
cuando se van, los criminales regresan”, denuncia Juan Carlos con impotencia.
La inacción del Gobierno mexicano es una de las razones por las que Juan Carlos decidió
viajar a Tuxtla Gutiérrez. Con un cartel en mano y una voz quebrantada por la emoción, se
ha plantado en el primer cuadro de la ciudad para exigir paz, justicia y seguridad. No es el
único que ha levantado la voz, pero su historia resuena con fuerza, puesto que encarna la
lucha de todos aquellos que han sido desplazados por la violencia en la frontera de
Chiapas y Guatemala.
“La situación no ha mejorado. Seguimos siendo víctimas del crimen organizado. No somos
un pueblo armado, solo somos campesinos que queremos trabajar nuestras tierras en paz.
Pero los hombres armados han llegado y nos han desplazado. Nos han quitado todo:
nuestras casas, nuestras pertenencias, nuestros documentos”, dice Juan Carlos con una
mezcla de dolor y rabia.
Los desplazados enfrentan múltiples problemas al intentar rehacer sus vidas lejos de sus
hogares. La falta de documentación oficial es uno de los obstáculos más grandes. Juan
Carlos, al igual que muchos de sus vecinos, dejó atrás todos sus papeles al huir de
Chicomuselo. Ahora, en Guatemala, se encuentran en una especie de limbo legal, toda vez
que no tienen manera de demostrar su identidad ni de acceder a ciertos servicios.
“Necesito recuperar mis papeles. Sin ellos no puedo hacer nada, ni siquiera buscar trabajo
o inscribir a los niños en la escuela”, comenta con desesperación.
Los niños son quizás los más afectados por esta situación. Sin acceso a educación y
expuestos a la violencia desde una edad temprana, muchos de ellos presentan signos de
trauma. “Los niños están asustados todo el tiempo. No pueden dormir bien, se despiertan
llorando. Han escuchado tantos disparos que ahora cualquier ruido fuerte los pone
nerviosos”, cuenta Juan Carlos con preocupación. A pesar de los esfuerzos por
proporcionarles atención psicológica en los albergues de Guatemala, el proceso de
recuperación será largo y difícil.
El regreso a casa sigue siendo el objetivo principal de Juan Carlos y las demás familias
desplazadas, pero saben que no será fácil. “Queremos volver, pero solo cuando sea
seguro. No vamos a arriesgar nuestras vidas ni las de nuestros hijos”, asegura. Mientras
tanto, continúa su lucha en Tuxtla Gutiérrez, intentando visibilizar la crisis que atraviesan
él y su comunidad. “No somos los únicos. Hay miles de personas como nosotros en
Chiapas, personas que han sido olvidadas por el Gobierno. Necesitamos que nos
escuchen, que nos ayuden a regresar a casa”.
Juan Carlos Alanís, con lágrimas en los ojos, expresa el profundo dolor de haber dejado
atrás su hogar en Chicomuselo, Chiapas. “Quiero regresar a mi casa. Extraño mi casa.
Extraño mis animales. Extraño mis cosas. Solamente queremos paz para el Estado.
Queremos paz para Chico, paz para mi comunidad”, declara, visiblemente afectado por la
difícil situación que lo obligó a huir.
Con 36 años de edad y soltero, Juan Carlos ha tenido que asumir la responsabilidad de
sustentar a su familia: su padre, su madre, sus hermanos y sus sobrinos. Hoy, en lugar de
estar en su tierra natal, se encuentra en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, tras haber viajado
desde Cuilco, Guatemala, con el único propósito de trabajar y ganar lo suficiente para
recuperar los documentos que perdió y llevar algo de dinero a su familia, que se
encuentra refugiada en tierras guatemaltecas.
El relato de Juan Carlos refleja el drama vivido por los habitantes de la Sierra Madre de
Chiapas, especialmente en el municipio de Motozintla, donde se reporta la desaparición
de al menos 60 personas, presuntamente secuestradas por grupos criminales que
disputan el control de la zona. Este panorama de violencia y desapariciones forzadas ha
llevado a muchas familias a huir para salvar sus vidas.
La situación en Chicomuselo es grave. Juan Carlos denuncia que más de 30 o 40 personas
han desaparecido en su comunidad, especialmente en localidades como Buena Vista, Alta
Verapaz y Piso Hondo. “Hubo toque de queda. Si salías a comprar, te aseguraban, te
desaparecían o te obligaban a trabajar con ellos”, explica, refiriéndose a las tácticas
empleadas por los grupos criminales para controlar a la población.
Los recuerdos de la vida tranquila que alguna vez tuvo en su comunidad contrastan de
forma dolorosa con la realidad actual. “La vida en mi comunidad era tranquila. Como en
todos lados, había problemas, pero la gente era sociable, se vivía en paz.
Ahora hay miedo, un terror inmenso. Los enfrentamientos nos han obligado a
escondernos debajo de las camas, a huir hacia la sierra para salvarnos”, relata. Los
desplazamientos se han vuelto una constante para cientos de familias, que buscan refugio
en las montañas o en el vecino país de Guatemala. Juan Carlos recuerda que quienes han
intentado regresar a sus viviendas las encuentran destrozadas, sin ganado, sin comida, sin
nada.
La historia de su familia es un reflejo del sufrimiento colectivo. Sus hermanos, de 24, 25 y
17 años, se enfrentaron al riesgo constante de ser detenidos o desaparecidos al intentar
continuar con las actividades comerciales de su familia, como la compra de verduras y
mercancías en Tapachula. La impotencia lo llevó a alzar la voz. “Yo decidí hacer a un lado
el miedo para levantar la voz. Ya estamos cansados de tanta soledad, tanta inseguridad y
tanta tristeza. Mi mayor aspiración es regresar a mi casa”.
A pesar del miedo y la incertidumbre, Juan Carlos sigue luchando por recuperar algo de lo
perdido. Llegó a Tuxtla Gutiérrez sin dinero, haciendo autostop y recibiendo la ayuda de
familias en Huehuetenango, Guatemala. Sin embargo, el trayecto no estuvo exento de
peligros. En Ciudad Hidalgo, recibió amenazas mientras viajaba por la carretera. A pesar
de todo, logró llegar a la capital de Chiapas, donde ahora se encuentra en busca de
trabajo, seguridad y justicia.
“Lo único que pido es seguridad, ofertas de trabajo, paz y justicia”, expresa con firmeza.
Actualmente, se está quedando en un albergue junto a migrantes, quienes, como él,
buscan mejores oportunidades mientras esperan el momento de regresar a sus hogares.
Sin embargo, su mayor anhelo es regresar a su casa, a Chicomuselo, cuando las
condiciones de seguridad lo permitan.
Los desplazamientos forzados hacia Guatemala continúan, y las historias de miedo,
pérdidas y sufrimiento se multiplican. Aunque Juan Carlos y su familia ahora se sienten
seguros en tierras guatemaltecas, su verdadero deseo es poder volver a sentirse seguros
en México, en la tierra que los vio nacer. Para él, la paz sigue siendo un sueño distante,
pero no deja de alzar la voz para exigir que las autoridades hagan su trabajo y garanticen
un regreso seguro para él y para todos los desplazados que comparten su dolorosa
realidad.
La historia de Juan Carlos Alanís es solo una entre muchas que reflejan el sufrimiento de
los desplazados por la violencia en Chiapas. Mientras las autoridades no tomen medidas
efectivas para garantizar la seguridad en la región, el éxodo forzado de familias
continuará, y con él, el desarraigo y la pérdida de identidades comunitarias que han
resistido durante generaciones.