Libro de Marvey Altúzar
José Natarén
Cuando Marvey Altúzar me dice que siente nervios respecto al impacto de esta publicación, no puedo más que tomarlo como una muestra de genuina humildad e inteligencia crítica, valores que encomio de una poeta con aptitudes -aquí bien demostradas- para escribir narrativa de la mejor factura, si me permiten expresarme con un giro del lugar común. Asimismo, ruego a ustedes la disculpa de antemano, toda vez que mi campo de acción, en el que me muevo gozosamente y con cierta soltura, es la crítica literaria, pero de poesía, no de narrativa. No sé hacer mole, no obstante, sí puedo reconocer cuando está bien hecho, como diría el maestro Alfredo Palacios Espinosa.
Destaco la edición de Pecados Capitales y Otros MisteriosGozosos¸ bello ejemplar de pequeño formato, con el cuidado editorial y el concepto de diseño característico deTinta Nueva Ediciones, en su vigésimo séptimo aniversario, editorial dirigida por Federico Corral Vallejo, una de las mejores del país en cuanto a literatura mexicana contemporánea.
No es gratuito que la segunda parte del título, Misterios gozosos, nos recuerda el tono irónico que Rosario Castellanos le dio a la expresión que forma parte del vocabulario católico, que es de los momentos del Santo Rosario. Castellanos y Altúzar, ambos apellidos de raigambre comiteca, ambas escritoras de aquella geografía que también engendró al doctor Belisario Domínguez, entre otras relevantes figuras que Chiapas ha aportado a la vida nacional. Ambas mujeres críticas de su tiempo, de su tradición, de su sitio como mujeres en un medio y mundo occidental dominado por lo masculino, por la religión y por la ideología. Ahora dominado por lo progresista y por la alienación en el imperio de lo digital. Por lo que sea, pero siempre dominados; para efectos de la lectura de esta exquisita colección de minificciones, diremos dominados por las pasiones, bajas pasiones y defectos de la conducta, desórdenes del deseo y la imaginación, deformaciones por la tensión entre lo simbólico y lo real. En una época -cualquier época- en la que todo está permitido y no solo porque Dios haya muerto, o porque la Ilustración lo haya matado -como lo advertía Nietszche, el segundo Zaratustra- sino porque para el narcisista no existe el límite en su afán de goce. Gozoso, pero tanto de gozo como de goce; aquí los psicoanalistas podrán arrojar más luz – mehr licht como diría Goethe en el lecho mortal- al respecto. Y justo, la muerte cabalga gozosa entre los cuerpos de los personajes, -protagonistas y sujetos pasivos- de estos cuentos, porque al final, el envés del deseo no es otro que la aniquilación: Eros y Tánatos en eterna pugna sagrada.
La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. De acuerdo con Santo Tomás, un vicio capital es “aquel que tiene un fin excesivamente deseable de manera tal que, en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal”. No es inútil a nuestros fines, la literatura, recordar que la noción de los pecados capitales se popularizó con Los Cuentos de Canterbury de Chaucer, obra de mayor circulación como el Decamerónde Bocaccio en aquella Edad Media europea.
“Los pecados tradicionales están presentes en nuestra vida diaria, algunos devaluados y otros con ciertas transformaciones. Pero cuando los relacionamos con los tiempos que vivimos, nos encontramos con infinidad de caminos que llevan a otras tantas preguntas que hoy se hace el hombre, y que tienen que ver con el sentido mismo de la vida y la trascendencia”. Dice Fernando Savater.
Entonces, el libro de Marvey Altúzar es un punto de partida para inquirir sobre el fundamento y los efectos de nuestros afectos y motivaciones, de nuestra conducta, a partir de estos personajes que a veces ruines o débiles, son, al final, humanos, demasiado humanos. Con notoria eficacia, la autora crea perfiles no estereotipados, comunes, ni simples villanos y víctimas. Son tan reales, como usted y como yo, escritura viva que constituye el espejo humeante en el que hundimos la mirada hasta el fondo de nuestra condición, de lo más parecido a una esencia: la libertad, el deseo y el ser para la muerte.
Al igual que Dante Alighieri, Marvey Altúzar nos conduce en el sendero que se recorre en la mitad del camino de nuestra vida, para conocer las historias de aquellos que ya habitan círculos infernales en esta Tierra. Y aquí se despliega con crudeza el lado moridor de la realidad,como diría Revueltas, mostrando la dinámica del gusano que devora la mazana desde el origen, con la precisión y la maestría para contar lo insólito, sí, pero contarlo bien.
Un tema central es la preponderancia del deseo por sobre toda motivación humana. Cabe señalar que el gozo, la atracción irremediable, cuando no signada por la fatalidad, y el goce, -la experiencia de volver objeto de placer al otro- se advierten en varios de los relatos del libro. Ciertas variantes de la lujuria, son claras aquí. El incesto en particular es tema de “Madre” y “Secreto de familia”. “Estallido de jacarandas” y “Ardiente lluvia de tigres” nos hablan de una sexualidad más convencional, pero que acusa esta condición oculta del erotismo, transgresor de la norma en sí mismo. “Amor al prójimo”, es un tema que escandalizaría a más de uno, por lo doblemente transgresor. “Aroma”, por el asunto del adulterio y el asesinato, nos remite a la lujuria y a la ira, incluso a la envidia. Historias de gente maldita por elección y por nacimiento, como en “Sabor a Sangre”, (que ilustra los efectos de la gula), “Hinchazón” (alguien que a todas luces fue soberbio, si no desde la cuna, al poco). Destaco la ejemplar concentración de avaricia y miseria de la abuela en “Sé contar dinero”, y el cumplimiento de aquella sentencia freudiana, “infancia es destino”.
Ahora, en un mundo de orden y progreso, la satisfacción del individuo que no tenga como fin el ensanchamiento y la acumulación de capital nunca será propiciada, como bien advirtió Marcuse en Eros y Civilización. Por su parte,en “Tu muerte”, el pecado subyacente es la ira, por vía de la venganza, justa en cuanto a la Ley del Talión. En “Aletazos”, el suicidio no hace pensar en la soberbia, pero también en la pereza, en la falta de diligencia para solicitar ayuda contra la melancolía. Al final, toda melancolía es altiva y laxa.
Otro tema subyacente es la decisión. Cada persona determina el curso de la historia con una sola decisión. Como su maestro, Faulkner, y como todo buen narrador, Altúzar determina la historia desde el principio, si bien tiene la maestría de disimularlo, induciendo el asombro ante lo insólito -que nunca ilógico ni inconsistente- cuando remata con un giro que, aunque esperado -después de captar su estilo- no deja de cautivar por bien escrito (no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Marvey no soslaya que el arte, ante todo, debe ser arte, porque para leerhistorias nada más, las redes y las charlas de café).
Una colección de historias en imágenes, cuentos contados por una poeta, cuentos para cantarle a un dios ausente que el mundo, absurdo per se, tal vez alcanzar a cobrar sentido por la belleza con la que la literatura proclama el triunfo del deseo y conjura el horror original que nos circunda y amenaza. Al final, deseo y muerte, haz y envés de la condición humana, como la libertad y la nada. Entre ello, la palabra, la palabra que se inserta como el primer rayo del alba en mitad de la noche.
Este libro es una obra notable, con una tremenda fuerza narrativa, cuenta lo que siempre sucede como si fuera la primera vez que el mundo eso ha sido. Cuando digo tremenda quiero decir terrible -en el sentido rilkeano- y horrible -en el sentido de Bataille, de lo indecible, de la oquedad del no ser, de la muerte- estos cuentos -técnicamente microhistorias- son piezas, mejor dicho, llaves y claves con las que abrimos de par en par las puertas de los círculos dantescos, determinados por perfiles psicológicos de lo más común a lo más patológico. Esto lo digo al terminar de leer “El maestro”, protagonizado -como siempre- por un perverso. No había leído una ficción -más real que lo real- que me dejara con una necesidad de escribir para conjurar la repugnancia ante la vileza de nuestra especie.
Punto y aparte decir que de verdad me gustó, aunque el gusto no es una categoría estética, claro es, pero es mi deber ser honesto y precisar que no solo comparto esta interpretación porque la autora sea mi amiga, sino porque es un libro que yo compraría y lo colocaría entre los títulos que más he disfrutado presentar. Celebro su publicación y saludo con respeto a una espléndida narradora como es Marvey Altúzar. Enhorabuena.