La película de Guy Ritchie que tiene guiños a Tarantino y James Bond, pero no alcanza
todo su potencial
PORTAVOZ/STAFF
“Basado en una historia real”, se lee al comienzo de este film disponible en Prime
Video. Los hechos en los que está basada Guerra sin reglas, dirigida por Guy Ritchie,
ocurrieron durante la Segunda Guerra Mundial, pero recién se conocieron en 2016,
cuando fueron desclasificados los archivos secretos de Winston Churchill. Allí figuraban
en detalle las misiones clandestinas coordinadas por el servicio secreto británico en la
lucha contra la Alemania nazi y entre ellas aquellas que realizó el grupo de oficiales
rebeldes que integraban el llamado “ministerio de guerra poco caballeroso”, un modo
extremadamente elegante de calificar a los integrantes de una unidad de espionaje y
sabotaje dispuestos a todo para completar las misiones que les encomendaban.
Es un relato por demás fértil sobre el que construir una ficción bélica entretenida,
pasada por el filtro del canchero estilo de Ritchie y su batallón de personajes
masculinos violentos y ocurrentes. Pero el resultado de la adaptación del libro escrito
por el historiador Damien Lewis sobre “los guerreros secretos de Churchill” es una
versión no demasiado divertida y ciertamente devaluada de Bastardos sin gloria. A lo
largo de su carrera, Ritchie se ha “inspirado” con más y menos éxito en los guiones y
personajes de Quentin Tarantino, aportando ingredientes propios a la fórmula del
realizador norteamericano, pero esta vez esa pizca extra falta en la receta, y el
evidente carisma de su protagonista no alcanza para disimular su vacuidad.
Con más de una licencia respecto de la verdad, el film propone que el primer ministro
(Rory Kinnear), el jefe de su red de espías M (Cary Elwes) y su asistente Ian Fleming
(Freddy Fox) necesitan organizar una misión secreta y extremadamente peligrosa para
evitar que los submarinos alemanes ataquen a las naves de los aliados
estadounidenses en el Atlántico. “Si los capturan los nazis, los esperan torturas y la
muerte”, advierte Churchill, una perspectiva poco alentadora que no parece
importarle demasiado al hombre elegido para llevar a cabo la gesta: el mayor Gus
March-Phillips, interpretado por Henry Cavill con una barba y bigote tanto más
interesantes que el resto de su personaje. Valiente e intrépido, March-Phillips –un
ladrón sin escrúpulos– es el candidato ideal para la misión que nadie se anima a llamar
suicida.
Junto a él son reclutados sus socios de siempre: Anders Lassen (Alan Ritchson), un
fortachón sueco que siente más afecto por su arco y flecha y sus cuchillos que por la
vida humana; Henry Hayes (Hero Fiennes Tiffin), el joven marinero irlandés,
desesperado por vengar la muerte de su familia a manos de los alemanes; Freddy
Alvarez (Henry Golding), experto en explosivos, y Geoffrey Appleyard (Alex Pettyfer),
un estratega capturado por la Gestapo. El grupo se completa con el apoyo en tierra de
Heron (Babs Olusanmokun) y Marjorie (Eiza González), un par de espías cuyas
apariciones en pantalla diluyen el interés de la trama considerablemente. Hacia la
segunda hora del film, la intensidad de la narración se estanca en una meseta de la que
nunca logra recuperarse. Ni siquiera cuando Cavill está en escena, tal vez porque por
más que hace lo posible por mantener el barco a flote, el guion insiste con hacerle
repetir la misma información una y otra vez y se olvida de darle matices a su
personaje. Si la película encuentra esporádicamente su ritmo, la buena marcha no dura
demasiado. Las escenas de acción –con más bajas que lógica– y el superficial desarrollo
de todo el resto, no contribuyen al esfuerzo del actor, que se destaca en estos papeles
que subrayan su costado más humorístico.