Roberto Chanona
La obra de Rosario Castellanos es muy vasta, podemos hablar de sus novelas, de su trabajo como traductora, de sus ensayos, de sus obras dramáticas y por supuesto, de su poesía. Pero cuando se habla de su poesía, pocos se han atrevido a mencionar este poema. Quizás uno de pocos, es el caso de Nahum Megged en su libro un Largo Camino de la Ironía, que nos ofrece serias reflexiones sobre nuestro tema.
Lamentación de Dido es el poema que tiene el sentimiento trágico llevado a su máxima expresión. Así el mito y la realidad comienzan desde muy joven con la muerte prematura de su hermano y el desprecio del padre hacia ella, que la culpa por la tragedia de su primogénito. Y más tarde, el abandono de su esposo por otra mujer. Y como en el mito, donde Dido es arrasada por el dolor que le produjo su hermano al matar a su esposo, y después de fundar la ciudad Cartago, viene el abandono del mítico Eneas, Rosario escribe:
El Sufrimiento es tan grande que desborda el vaso de nuestro cuerpo y va a la búsqueda de recipientes más capaces… Dido, que eleva la trivialidad de la anécdota (¿hay algo más trivial que una mujer burlada y que un hombre inconstante?) al majestuoso ámbito en que resuena la sabiduría de los siglos. La Lamentación de Dido es, además de percance individual, la convergencia de dos lecturas: Virgilio y St-John Perse. Uno me proporciona la materia y el otro la forma. Y sobreviene el instante privilegiado del feliz acoplamiento y del nacimiento del poema.
Pero el espíritu de Rosario, siempre mujer, mujer que sabe latín, la sacó adelante con la balanza de la justicia entre sus manos. Y para renacer, grabó su nombre en la corteza de las tradiciones. ¿De qué tradición estamos hablando? Estamos hablando de la poesía de largo aliento, la poesía épica. Sí, Lamentación de Dido es un viaje mítico al interior de esta mujer arrasada por las furias, y que va depositando en este cáliz, sabiduría y consejo.
Por su parte, Nahum Megged nos dice: Lamentación de Dido, el ser que Dante dejó volando con Eneas en el infierno como los pájaros que nunca podrán tocar tierra ni encontrarse. El símbolo trágico de la eterna ausencia de diálogo, sirve a Rosario Castellanos para dar la imagen más viva de este tipo de dolor que no cambia a través de los siglos porque realidad y mito se conjugan en la misma expresión. Aristóteles, al explicar en su poética el valor de la tragedia, centrada en personas a quienes el destino dio todo para luego quitarlo en un momento, habló del temor y pensamientos del espectador: «si tal fue el destino de estos seres, reyes y príncipes, con más seguridad golpeará el destino mi propia casa».
En el mito, podemos reconocer nuestra experiencia, y así Rosario Castellanos encuentra en la Eneida algo que le pertenece: la desventura de la reina de Cartago, Dido, la abandonada, la que puso su corazón bajo un hachazo de un adiós tremendo. Nadie como Rosario supo transformar el dolor en luz, dijo Raúl Ortiz hablando de esta obra. Y la propia Rosario más tarde en los Juicios Sumarios nos dice:
En Lamentación de Dido ensayé el uso del versículo, de la respiración ancha y rítmica para repetir una historia contada ya por Virgilio y a la que yo no pretendía añadir ninguna perfección, ninguna belleza nueva, pero sí una vivencia entrañable. Creo que en ningún momento han coincidido mejor mis propósitos con mis logros, que nunca ha sido para mí el lenguaje poético tan flexible ni tan preciso. Plenitud tal no he vuelto a alcanzarla».
En este cáliz de sabiduría se encuentran elementos filosóficos y poéticos entrelazados; hay mitos, ritos sacros, cotidianos, de amor en figura de náufrago, de soledad, de búsqueda y al mismo tiempo poesía mito entre el lector, poeta y la obra hecha piedra.
Pero el amor llegó por fin a su vida, era un amor que prometía cambiar el futuro. Olvidar el dolor de la infancia, olvidar el rechazo, la culpa que poco a poco se introdujeron en su alma. Este amor era el director de la facultad de filosofía y que más tarde sería su esposo, y padre del único hijo que tendría.
Y el incendio vino a mí, la depredación, la ruina, el exterminio/
¡y no he dicho el amor!, en figura de náufrago.
Rosario podía llegar hasta formas más sublimes, más eróticas del dolor; la sutileza con la que nos describe su primera relación sexual, es realmente bella:
El cuchillo bajo el que se quebró mi cerviz era un hombre llamado/ Eneas/…
Y yo amé a aquel Eneas, aquel hombre de promesa jurada ante/ otros dioses./
Lo amé con mi ceguera de raíz, con mi soterramiento de raíz, con mi lenta fidelidad de raíz.
El tiempo se encargó que ese amor también naufragara y el mito del amor eterno se viniera bajo; se quebrara en mil pedazos porque El hombre está sujeto durante un plazo menor a la embriaguez/ Lucido nuevamente, apenas salpicado por la sangre de la víctima, / Eneas partió.
El mito de la tragedia pareciera escoger a sus víctimas, escomo un ciclo que a determinado tiempo vuelve, y al volver te reconoce, se sienta contigo y la tratas con el mismo respeto que a una reina. Pero el mito es más profundo, es el dolor que le produjo su hermano al apartarla del primer hombre de su vida, su padre. El rechazo de este, hizo en parte que ella encontrara en la poesía, el refugio ideal, e hizo, con su talento, un poema de tal magnitud que será eterno. Y ella misma lo sabía, porque al final del poema nos dice:
Mis amigos me miran a través de sus lágrimas; mis deudos vuelven
el rostro hacia otra parte. Porque la desgracia es un espectáculo
que algunos no deben contemplar.
Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no hay muerte.
Porque el dolor — ¿y qué otra cosa soy más que dolor? —
me ha hecho eterna.