Manuel Velázquez
Una trayectoria artística es una carretera de dos sentidos, un proceso de ir y venir. Acierto y error.
El éxito siempre está en el horizonte y cada vez que avanzamos se aleja. Nos ayuda a caminar.
Samuel Beckett escribió “Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez.
Fracasa mejor.” Pero antes de esto debemos poner en claro varias cosas. ¿Qué significa tener
“éxito”? ¿Qué significa fracasar? ¿Qué queremos y qué necesitamos para lograr eso que
queremos? ¿A qué sistema artístico pertenezco y qué se valora ahí? ¿Dónde quiero estar en un
año, en cinco años, en diez años? ¿Cuál es mi realidad y qué tan posibles son las metas y objetivos
que me he planteado? Soñar no cuesta nada, pero lograr eso que queremos requiere disciplina,
constancia y muchas, muchas, muchas dosis de realidad.
Según una estadística reciente, más del 90 por ciento de personas dedicadas a la cultura realizan
trabajos no remunerados al inicio de su trayectoria, al menos, varios meses, habitualmente varios
años. Aun en nuestra época se naturaliza la idea de que los artistas no necesitan recibir un pago
por lo que hacen, los que no cuentan con una estabilidad económica, se ven obligados a competir
contra otros que pueden permitirse (porque disponen de un patrimonio familiar o un salario por
otra actividad como la educación) anteponer “la autonomía, el prestigio o la libertad creativa” a la
remuneración.
El mundo del arte es un espacio plagado de desigualdades, lleno de romanticismos y falsas
verdades. La realidad es que el camino al éxito económico o a la posibilidad de vivir de nuestra
labor requiere más, mucho más, que las habilidades creativas que desarrollan en las escuelas de
arte. Muches artistas viven en condiciones precarias y abandonan la disciplina en los primeros
años de egreso de las universidades, otres resisten y alternan con trabajos precarios su verdadero
interés, que acaba convirtiéndose en un hobby, porque en la vida tienes que pagar gastos,
materiales, rentas, servicios. Hay quienes se inclinan por la seguridad de un trabajo fijo, que con el
tiempo comerá su creación artística. Después están los que se dedican al arte tiempo completo,
sostenidos por una economía familiar que les ofrece lo mismo que una beca, pero sin fechas de
entrega ni estancias máximas, con manutención, tiempo y espacio para la creación. Los que
quedan, son aquelles que comprendieron a tiempo que la carrera será larga, de resistencia, se
plantearon objetivos claros, realistas y trabajan para lograrlo, comprendieron que el bienestar
económico en la carrera artística es posible pero no sin obstáculos y sobresaltos.
Estos últimos, si cuentan con una trayectoria superior a cinco años, disponen ya de una red de
contactos y nunca se exponen a callejones sin salida, arman sus proyectos acordes a su realidad y
dan pasos sólidos, serán los que terminen generando una narrativa relacionada con “la resistencia,
el esfuerzo y el compromiso tarde, pero dan frutos”. “Que tengas habilidades no garantiza que
tengas éxito, para lograrlo se requiere un gran esfuerzo”. Elles alimentan ese pequeño porcentaje
de quienes logran forjar una trayectoria artística sin un respaldo económico considerable.
Nos dice Zygmunt Bauman: vivimos en “la modernidad líquida”. “La vida líquida” se alimenta de la
insatisfacción de uno consigo mismo. Abramos la trampa. Tener eso que llamamos “éxito”
requiere de soportar la frustración, romantizar el desencanto, sí. Pero con una gran dosis de
realidad. Alcanzar el bienestar económico es posible, pero hasta donde la realidad lo permite y
acorde al esfuerzo que cada uno pueda poner. Lo demás es una carrera de resistencia.