Dr. Gilberto de los Santos Cruz
El movimiento de residentes e internos comenzó el 26 de noviembre de 1964, pocos días antes de que Gustavo Díaz Ordaz asumiera como nuevo presidente de México. Como en el caso de otros movimientos sociales, sus raíces se remontan a un reclamo específico. Unas semanas antes había circulado el rumor de que los residentes e internos del hospital “20 de Noviembre” de la Ciudad de México no recibirían ese año su aguinaldo como era costumbre. El escenario del conflicto, el hospital “20 de Noviembre”, era sorprendente dado que, dicho hospital había sido inauguradopocos años antes y era ejemplo reluciente del éxito del sistema de salud pública mexicano. Este hospital formaba parte del complejo de salud pública -Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) e Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE)- que, desde 1943 y 1959 respectivamente, prestaban atención sanitaria a gran parte del pueblo mexicano. Las clínicas y hospitales del IMSS eran reconocidas como prueba tangible y uno de los logros principales del partido gobernante: la seguridad social. La seguridad social mexicana era “resultado de una de nuestras más altas tradiciones revolucionarias”, y el mismo presidente Adolfo López Mateos (1958-1964), bajo cuyo mandato se inauguró el hospital “20 de Noviembre”, aseguró que “el régimen de la seguridad social constituye uno de los propósitos esenciales de nuestras instituciones democráticas”, puesto que en él los trabajadores podían encontrar “uno de los mejores instrumentos para la realización de los postulados de justicia social que instauró la Revolución Mexicana. Es más, el IMSS jugaba un papel vital en la capacitación de los médicos mexicanos. Para graduarse, todos los estudiantes de medicina de México debían pasar un año como internos en uno de los hospitales escuelas, que en su mayoría eran administrados por el Estado. Por lo tanto, todos los estudiantes mexicanos de medicina competían por las pocas vacantes disponibles en los hospitales del IMSS y el ISSSTE. Esto colocaba a cada uno de los hospitales en una singular posición de poder: sus decisiones determinaban cuáles estudiantes de medicina se graduarían cada año. Tomando en cuenta este desequilibrio laboral, los alumnos con plaza rara vez se quejaban de sus pésimos sueldos.
Pero ese día de 1964 el director del hospital confirmó el rumor sobre la cancelación del aguinaldo; explicó que, a pesar de la costumbre, no correspondía pagar aguinaldo a los residentes e internos debido a que percibían becas y no salarios. Si no percibían un salario, no eran trabajadores del Estado, como se les había hecho creer, y no tenían derecho al aguinaldo. Como señalaron los internos y residentes, tiempo después, esta diferencia era crucial dado que trabajaban para un hospital estatal; al no ser considerados como empleados estatales, su derecho a huelga quedaba fuera de los canales oficiales establecidos. La respuesta gubernamental fue la esperable: el inmediato despido de 200 internos y residentes del hospital “20 de Noviembre”. Lo que no se esperaba era la falta de apoyo inicial de sus pacientes, los ciudadanos de México. Sorpresivamente, la mayoría de los mexicanos no hacía diferencia entre los doctores mayores y con años de experiencia y los internos y residentes en apuros: todos usaban batas blancas. Pero los jóvenes residentes e internos tenían mucho más en común con los estudiantes que con los profesionales de la salud “establecidos” de México. Muchos residentes se habían graduado solo meses antes y estaban luchando para alcanzar la “promesa de la Revolución Mexicana”: encontrar vivienda y trabajo dignos.
Al igual que otros trabajadores en conflicto, los internos y residentes intentaron otorgar legitimidad a sus reclamos formando una asociación oficial, la Asociación Mexicana de Médicos Residentes e Internos (AMMRI), la primera organización nacional de su tipo en México. También publicaron sus cinco demandas en una carta abierta al presidente, donde pedían lo siguiente: 1) la recontratación de todos los médicos despedidos; 2) un aumento de las becas y su conversión en un contrato renovable; 3) la contratación preferencial de antiguos residentes; 4) una solución a los problemas de cada uno de los hospitales; y 5) mayor acceso a educación de posgrado. A pesar de que estas demandas se enfocaban exclusivamente en beneficios para los médicos más jóvenes, posiblemente el sector con menos poder político y económico, a menos de una semana después de iniciado el movimiento, los internos y residentes creyeron necesario publicar otra solicitada de una página en distintos periódicos para explicar que su huelga no era un acto político contra el presidente entrante. Pero lo que estaba pasando en la República Mexicana, sí necesitaba explicación. En pocos días, en casi todos los estados mexicanos, los internos y residentes abandonaban los hospitales para apoyar a sus colegas de la Ciudad de México. Por lo menos durante un mes no hubo reacción visible de parte de la nueva administración. A comienzos de diciembre, los informes del servicio secreto revelan la estrategia presidencial inicial: poner distancia entre la administración y el problema e ignorar públicamente a los médicos. Los agentes registraron con minuciosidad burocrática detalles que muchos de los involucrados en los hechos no pueden o no desearían recordar. Por ejemplo, se reunieron pruebas de que “no existen relaciones de armonía” entre los directores de los distintos hospitales. La novedad es que la falta de armonía se debía a la absoluta falta de relación entre los médicos de los hospitales de la CDMX, incluyendo los de un mismo hospital, que solo se reunían esporádicamente. De hecho, los informes revelan que muchos hospitales eran islas urbanas con distintas jerarquías, escalas salariales, beneficios laborales y reclamos específicos. Los acusaron de tener tendencias comunistas a los médicos. El Gobierno usaría esta información para insertar una cuña entre los médicos de distintas instituciones y fomentar una brecha generacional entre los médicos establecidos y aquellos que terminaban sus estudios universitarios.
Los médicos se topaban con problemas para crear una organización que abarcara a toda la ciudad y aclaraban que, antes de la formación del movimiento médico, no existían grupos organizados dentro del mismo hospital. Transcribían volantes que han quedado perdidos o destruidos, pero las palabras -aún sobreviven en los reportes de los agentes secretos, como en el fragmento siguiente:
… Ahora los médicos que se enfrentan a la explotación capitalista de la burguesía mexicana encabezada por Díaz Ordaz al no querer resolver el conflicto médico de una vez en forma justa. Al aplastar el movimiento de los camioneros, al darle a los campesinos metralla en lugar de tierra y libertad y en una palabra al defender sus intereses, al prolongar el hambre y la insalubridad y la muerte lenta de nuestro pueblo se revela como el enemigo principal de este el Gobierno invierte millones de pesos en edificios públicos y se niega a conceder un justo aumento de salario a los médicos. La unidad de la lucha de todos los explotadospondrá punto final a la explotación del hombre por el hombre.
Aunque las ideas no sean claras, lo que sí llama la atención es que, en la lucha, a la par de campesinos y trabajadores, aparecen los médicos como un ejemplo a seguir en México.He aquí un poema a los médicos.
Era una mañana de primavera
y muchos aromas había en el ambiente
cuando al sonar la hora primera
tocó a la puerta mi primer paciente.
Una pobre mujer desesperada
con un niño de brazos me miró de fijo
y suplicó entre palabra entrecortada
doctor, doctor salve a mi hijo.
Un tierno retoño de cara angelical
posaba en su regazo inconsciente
denotando al parecer un grave mal
que atacó su organismo de repente.
Examine a la criatura con paciencia
como un experto jardinero a su huerto,
pero nada podía hacer mi ciencia
porque aquel niño estaba muerto.
Un nudo forjase en mi garganta
deteniendo el sonido de mi voz
su tragedia adivinó aquella santa
y en silencio compartimos el dolor los dos.
Hoy, al recordar a aquella madre y a su hijo,
que inútilmente ni ciencia atendiera
de hinojos oré ante el crucifijo
y lloré sin que nadie me viera.