El duelo eterno
Sheila X. Gutiérrez Zenteno
Para Arielle Artemisa, con todo mi amor
La imagen de Natalia, la chimpancé que no soltó durante siete meses el cadáver de su bebé fallecido, colocó en la discusión pública un tema del que poco se habla en nuestra sociedad: la muerte fetal o perinatal en los humanos. Durante meses seguí las notas de Natalia y solo una cosa pasaba por mi cabeza, habría querido tener la oportunidad que ella tuvo: tiempo. Ver a Natalia llevar el cuerpo de su crío a todas partes, era doloroso, se resistía a soltar.
Los especialistas del Bioparc en Valencia (España) decidieron respetar su duelo y le permitieron aferrarse al cuerpo sin vida de su bebé. Natalia vivió semanas llevando a su crío. Ella sufría (y muchas mujeres la entendimos). Luego de siete largos meses, un día, simplemente soltó los restos que el personal del Bioparc rescató para inhumarlos. Ponderar su duelo tuvo como objetivo evitar romper la confianza que existe entre los humanos que les cuidan y los chimpancés.
En nuestra sociedad, una de las muertes más estigmatizadas culturalmente es el fallecimiento de un bebé. Tanto la muerte fetal como la perinatal han sido social y mediáticamente silenciadas. Las mujeres cuyos bebés fallecen durante el embarazo o días después de haber nacido, son invisibilizadas. Al no dialogar públicamente sobre estas muertes, se minimiza el impacto que esta pérdida tiene para la mujer que ha gestado y no logra recibir a su bebé vivo (o lo hace por muy corto tiempo).
Las semanas que vi a Natalia cargar el cuerpo de su bebé, entendí que quienes enfrentamos la muerte de un bebé, difícilmente tendremos el regalo que ella, una chimpancé, sí tuvo: una red de apoyo que la cuidó y supo qué hacer.
LA MUERTE FETAL
En México, en 2023 se registraron 23 mil 541 muertes fetales (INEGI, 2024). Del total de muertes, 81.7 por ciento ocurrió antes del parto, 17.2 por ciento sucedió durante el parto y en 1.1 por ciento de los casos no se especificó el momento. ¿Qué fue de las mujeres que vivieron estos procesos? ¿Cómo cuidaron de su salud mental? No lo sabemos porque no hay estadísticas al respecto y es una realidad que las instituciones de salud (públicas o privadas) no están preparadas para brindar la atención psicológica o psiquiátrica inmediata que estas mujeres requieren. Lo que sí sé de primera mano, es que se vive un duelo eterno en silencio porque la sociedad no sabe qué hacer con nosotras.
La muerte fetal (gestacional) tiene lugar cuando el producto de la concepción muere durante el embarazo. Esta puede ser temprana, entre las 20 y 27 semanas de embarazo o tardía, que es cuando la pérdida se registra entre las semanas 28 a 36 del embarazo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la muerte fetal a partir de las 22 semanas de gestación o un peso ─al momento del nacimiento─ mayor a los 500 gramos. La UNICEF aplica la definición de 28 semanas o más como media y le denomina muerte perinatal, esta incluye a los bebés que nacen y cuyo deceso se registra la primera semana de vida (UNICEF, 2023). Cada 16 segundos se produce una muerte fetal, esto significa que cerca de dos millones de bebés nacen muertos cada año.
EL DUELO MATERNO
¿Incide el género en la salud mental de quienes enfrentan la muerte fetal? El ensayo Género y salud mental en un mundo cambiante (2004) lo afirma. Somos una sociedad que para organizarse ha producido roles y patrones de conducta socialmente impuestos; por tanto, hay un condicionamiento respecto a la forma en que hombres y mujeres harán frente a esta muerte. La forma en que cada grupo manifiesta su sufrimiento psicológico está determinada por la sociedad.
Los varones tienden a canalizar sus pérdidas mediante actividades relacionadas con la ira o la fuerza, inclusive la bebida, todos ellos roles permitidos socialmente; pero las mujeres deben seguir siendo funcionales mientras lidian con su dolor, deben hacerse cargo del proceso y continuar con su vida, estoicas. No importa si era el primer bebé o el último embarazo, “ya vendrán otros bebés”. La vida debe seguir porque es lo que el imaginario social alimenta en torno a las mujeres: ellas resisten.
Si bien la muerte fetal afecta a los progenitores en duelo (quienes se quedan con preguntas sin respuesta y viven su dolor sin acompañamiento), es en la madre en quien se deposita la responsabilidad de la muerte. Al ser señalada ─ aun desde el secretismo ─ como culpable, es imposible que manifieste abiertamente el dolor de su pérdida. La UNICEF publicó en 2023 el artículo “Lo que debes saber sobre las muertes fetales” en el que se explica que las mujeres que enfrentan la muerte fetal registran índices superiores de depresión, ansiedad y otros síntomas psicológicos que pueden prolongarse, incluso si se embarazan de nuevo.
El organismo explica que la atención que reciban posteriormente las mujeres que enfrentan la muerte fetal es de suma importancia, dado que de ello dependerá su perspectiva sobre la vida y la muerte, su autoestima e incluso su propia identidad. La UNICEF afirma que las mujeres que viven la muerte fetal tratan de evitar estar con otras personas o participar en actividades sociales, de forma que se aíslan con lo que se agravan los síntomas depresivos, a corto y largo plazo.
Esta invisibilización y la falta de atención hacia las mujeres que enfrentan la muerte fetal tienen su origen en una cultura patriarcal, que tiende a minimizar el dolor por la pérdida de un bebé, además de cuestionar o ignorar el estado de salud mental de la madre o culparle por el deceso; el Instituto Andaluz de la Mujer (2019) sostiene que todos son actos de discriminación consecuencia de una cultura machista. Se responsabiliza a la madre no solo por la muerte del bebé mediante actos relacionados con la violencia psicológica; sino también por intentar mostrar abierta y públicamente su dolor, una mujer que enfrenta la muerte fetal tiene que dar cara al escrutinio social, a las miradas de quienes la observan con lástima o a quienes asumen actitudes de conmiseración.
A la madre se le permite cargar por unos minutos al bebé fallecido, luego se le retira. Si se le tuvo que realizar una cesárea para extraer el cuerpo luego de fallar el parto inducido, lo más probable es que no pueda estar presente en el velorio o la cremación. La familia o la gente cercana no saben qué hacer en estas situaciones, así que dejan de lado los deseos de la madre, porque no saben cómo abordar esta situación y toman decisiones por ella sin considerar la forma en que vivirá su duelo con el tiempo.
Y cuando una madre tiene claridad con la forma en que buscará canalizar su dolor, en ocasiones, la empatía es nula. El caso de Rosalyn Tate es una muestra. En el año 2015, Rosalyn, buscando lidiar con el dolor que la pérdida de su bebé le provocó, decidió junto con su esposo fotografiar a su bebé fallecido. Le nombraron Tate y organizaron una hermosa sesión para su bebé de 21 semanas de gestación. Las fotografías eran hermosas, un recordatorio de que Tate existió. Rosalyn decidió compartirlas en Facebook y la reacción en la red social fue bastante violenta.
Se le acusó de publicar “contenido inapropiado” y “gráficamente violento”, la reacción a las fotografías de Tate (parte de la cultura denominada memento mori), fue terrible. Facebook le solicitó borrarlas o ponerlas en privado. Rosalyn se negó, ella lo tenía muy claro, “la razón por la que estoy compartiendo esto fue para celebrar su vida y él fue mi hijo. Eso es lo único que veo cuando veo sus fotografías, no veo nada barbárico o gráfico”, comentó en su momento.
Personalmente, mientras realizaban la cesárea para extraer a mi hija (Arielle tenía 35 semanas de gestación), el ginecólogo me culpó de su muerte por no asistir a mi última revisión (lo cual es falso). Mientras la retiraba de mi cuerpo, escuché que era una niña completa, sana y hermosa, falleció porque su cordón umbilical se enredó, mi hija murió asfixiada; “tiene la piel amoratada” dijo el médico. Esto último me detuvo de descubrir su rostro cuando la tuve más tarde en mis brazos. De no haberlo escuchado, habría visto el rostro de mi hija. No lo hice, así que no me queda más que imaginarla. Me arrepiento de no haber pasado más tiempo con ella, debí exigir, abrazarla, no soltarla por horas, como lo hizo Natalia.
Luego de acercarme al feminismo, comprendí que durante mi proceso de embarazo y pérdida, viví violencia obstétrica, además de la violencia que se incrementó en mi extinto matrimonio después del fallecimiento de Arielle. Aún hoy, años después de su muerte, padezco altos niveles de ansiedad y depresión, pero debo ser una adulta funcional, para ser tomada en serio. Así que sonrío. No volví a embarazarme.
A lo femenino se le ha colocado en una posición de vulnerabilidad y pasividad, por lo que las mujeres somos educadas mayormente no para lidiar con el dolor, si no para vivir con él, lo cual no es sano. El sufrimiento, la depresión, la ansiedad derivada de la muerte fetal, son reales. Como sociedad, es indispensable hablar de la salud mental de estas mujeres. La atención que reciban definirá toda su vida a futuro. No podemos seguir fingiendo que la muerte fetal no existe o es algo que se supera fácilmente porque no es así. Recientemente, las cajas de recuerdos o fotografías perinatales comienzan a ser una opción como parte del duelo.
Al igual que el aborto, la muerte fetal/perinatal, es un tema controvertido para la sociedad pero la realidad es que ambas provocan estragos en las mujeres que la viven, mientras deben lidiar con un incontenible apetito social por culparlas.
Dedico esta columna a todas las mujeres que han sufrido un quebranto de esta naturaleza. Viva su duelo, escriba el nombre de su bebé, nómbrelo en voz alta, dese el permiso de expresar su dolor, y viva la vida en su nombre.