La festividad es un vínculo profundo entre el presente y pasado, una manera de recordar y honrar a los que se han ido
ARGENIS ESQUIPULAS/PORTAVOZ
En el Parque Bicentenario de Tuxtla Gutiérrez, el Monumento a la Bandera se convierte en escenario de una tradición profundamente arraigada en la cultura mexicana: el Día de Muertos. Este año, se erige una monumental ofrenda, el Mega Altar Bicentenario, un homenaje visual de 800 metros cuadrados que honra a los difuntos en Chiapas. Bajo la dirección del maestro en arte y cultura, Omar Cruz Delgado, esta tercera edición del altar promete ser la más ambiciosa, transportando a los asistentes a un mundo de color, historia y memoria.
Omar Cruz Delgado, en una entrevista exclusiva, compartió la visión detrás del altar: representar a todos los chiapanecos en una ofrenda dedicada tanto a personajes ilustres como a aquellos que recién han partido. Cruz comenta que el altar contará con un despliegue de elementos tradicionales como flores, frutas, veladoras, y la icónica flor de cempasúchil, aportadas por patrocinadores locales. Desde la cima de las gradas, se despliegan tiras de papel picado en colores vivos, cayendo en cascada hacia tres enormes cruces. En el centro, una calavera resalta el simbolismo de la muerte como una parte viva y colorida de la cultura mexicana.
Además de la flor costurada y el papel picado con la frase “Día de Muertos más vivo que nunca”, el altar será iluminado con faroles compuestos de veladoras, rodeados de jicalpestes plásticos cubiertos de papel de colores. El espectáculo lumínico y cromático transforma el ambiente en un espacio cargado de solemnidad y belleza, evocando las tumbas y altares tradicionales de los camposantos.
En un esfuerzo colaborativo, comunidades de Mezcalapa, Tecpatán y Jiquipilas han aportado su creatividad y trabajo para la elaboración del altar. La diversidad de elementos presentes refleja la riqueza cultural de Chiapas, desde el joyonaqué, los panes tradicionales, hasta las figuras de catrinas y alebrijes que conviven junto al dios maya, como una conexión entre el presente y el pasado ancestral.
El Mega Altar Bicentenario incluye una exhibición de fotografías de personajes ilustres que marcaron la historia de Chiapas. La selección de 100 imágenes rinde tributo a figuras emblemáticas como el escritor Jaime Sabines, el poeta Rodolfo Figueroa, y el político Emilio Rabasa. También se incluyen mujeres influyentes como Lola Montoya y la doctora Carlota Fernández, junto con las panaderas Álvarez del barrio San Francisco, recordadas por su contribución a la identidad y gastronomía local. Esta fusión de figuras destacadas con retratos de abuelos recién fallecidos de colaboradores refuerza el carácter inclusivo y popular de la celebración.
Para Omar Cruz, esta es una oportunidad de homenaje no solo a los reconocidos, sino también a personas cercanas a su vida. Ejemplo de ello es la imagen de doña Carmelita Primera, una mujer que, en su vejez, vio cumplidos sus sueños de integrar una escolta, bailar la tradicional chiapaneca, e incluso ser coronada como Reina del Carnaval en 2022, antes de fallecer en marzo del mismo año. “Es una mezcla de sentimientos el tener la fotografía de Carmelita aquí, sabiendo que sus sueños se cumplieron”, relata Cruz, destacando la dimensión humana y emotiva del altar.
La historia del Mega Altar Bicentenario ha evolucionado en tres etapas. La primera edición tuvo lugar en las gradas del Monumento a la Bandera, donde se utilizaron elementos como cónicas, esferas con veladoras y cruces. El segundo año, el altar se trasladó a la Calzada de las Personas Ilustres, donde destacó el uso de ramilletes de papel y aserrín. En esta tercera edición, el altar regresa al Monumento, combinando lo mejor de las ediciones anteriores con nuevas incorporaciones, incluyendo alebrijes y una sección simulando un cementerio. Con esta mezcla, Cruz pretende crear un espacio que honre la tradición y, a su vez, refleje la modernidad y evolución de la festividad en el contexto chiapaneco.
El montaje, que estará abierto al público los días 1 y 2 de noviembre, invita a los tuxtlecos y visitantes a vivir una experiencia que va más allá de la observación. La intención es que los asistentes se maravillen con cada detalle y encuentren en el altar una conexión con sus seres queridos y con la cultura de Chiapas. “Es un altar creado por el pueblo y para el pueblo,” afirma Omar Cruz, subrayando que el Mega Altar Bicentenario es una celebración de la vida a través del recuerdo de quienes ya no están.
Sin incluir alimentos en esta edición, la ofrenda pone el foco en lo visual y lo simbólico, invitando a los asistentes a recordar a sus seres queridos y apreciar el legado cultural de Chiapas. “Cada elemento del altar tiene un propósito y un significado profundo”, concluye Cruz. Con la visión de hacer del Día de Muertos una festividad “más viva que nunca”, el Mega Altar Bicentenario se perfila como una obra de arte efímera que une a los chiapanecos en una expresión única de fe, memoria y color.
En México, el Día de Muertos es una de las celebraciones más significativas y ricas en simbolismo, que refleja una relación especial con la muerte. Uno de los elementos principales en esta tradición es la ofrenda o altar de muertos, donde los vivos rinden homenaje a sus seres queridos fallecidos. En ella, los familiares colocan platillos y objetos que fueron del gusto del difunto, mostrando respeto y manteniendo viva la memoria de quienes ya no están.
Cada uno de los elementos en la ofrenda tiene un propósito y un simbolismo profundo. Se cuenta que después de los días de celebración, los alimentos que se colocaron en la ofrenda pierden su sabor y aroma, puesto que se dice que los difuntos los han consumido espiritualmente. Entre los elementos más comunes se encuentran:
Cempasúchil: La flor de cempasúchil, con su vibrante color naranja y aroma distintivo, es conocida por su poder de guiar a los espíritus al hogar de los vivos. Esta tradición data de la época prehispánica, cuando se creía que el aroma de la flor atraía a los muertos, según Andrea Rodríguez, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Agua: Según el Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI), el agua representa la pureza del alma y es colocada para saciar la sed de las almas después de su largo viaje.
-Incienso o Sahumerio: Este elemento purifica el espacio de la ofrenda y lo protege de influencias negativas.
-Veladoras o Ceras: Las flamas de las velas simbolizan la luz que guía a las almas de regreso a su hogar. Cada vela representa a un difunto y, en algunas ofrendas, se colocan cuatro en honor a los puntos cardinales.
Perrito de Barro: Inspirado en las antiguas creencias nahuas, este perrito representa al xoloitzcuintle, quien ayudaba a las almas a cruzar el río Apanohuacalhuia en el inframundo. La inclusión de este elemento simboliza el deseo de que el alma del difunto encuentre paz.
Pan de Muerto: Este pan es una ofrenda para el difunto y simboliza la eucaristía y la figura de los huesos. Su forma y decoración pueden variar de acuerdo con la región, pero siempre conserva su profundo simbolismo.
Calaveras de Azúcar: Estas calaveras representan el ciclo de la vida y la muerte. Según el INPI, las calaveras pequeñas están dedicadas a la Santísima Trinidad, mientras que las grandes representan al padre eterno.
En muchas casas, la ofrenda se coloca en un espacio especial y a veces incluso en la tumba del difunto. Se decoran con fotografías, papel picado, frutas, y una cruz o imagen de santos para “que el demonio no toque sus cosas”, según relata Rosalba Mendoza, residente de La Santísima en Xochimilco, en una entrevista realizada por el INPI. Además, se suelen colocar juguetes y dulces si la ofrenda es para un niño, celebrando su vida con ternura y recordándolos con los colores vibrantes de las calaveras y las flores.
La colocación de la ofrenda también tiene un orden específico. La antropóloga Isabel Lagarriga Attias documenta que, en el pueblo de La Candelaria, Coyoacán, la secuencia tradicional empieza con las frutas, luego el pan, las veladoras, los alimentos y finalmente el copal.
La tradición de la ofrenda tiene raíces profundas en la época prehispánica. Las culturas indígenas tenían rituales de ofrenda para sus ancestros y para los cultivos. Los nahuas, por ejemplo, concebían la vida y la muerte como un ciclo interdependiente, representado por la siembra y la cosecha. Según el cronista Fray Diego Durán, estos rituales incluían las festividades llamadas Miccailhuitontli (Fiesta de los Muertecitos) y la Fiesta Grande de los Muertos. Estas fechas coincidían con los ciclos de cosecha y se celebraban en el noveno y décimo mes del calendario nahua.
Con la llegada de los españoles y el sincretismo entre las creencias indígenas y las tradiciones católicas, estas celebraciones se ajustaron al calendario cristiano. Así, el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos se fusionaron con las celebraciones prehispánicas, resultando en la actual festividad del Día de Muertos.
La tradición dicta que el 28 de octubre se coloca una ofrenda para quienes murieron en accidentes, el 31 para los niños, y el 1 de noviembre para los adultos. La ofrenda debe estar lista antes de las 20:00 horas, momento en que se cree que los difuntos regresan. Durante estos días, en muchos hogares se mantienen las puertas abiertas para recibir a las almas que vienen a visitar.
¿CUÁNDO QUITAR LA OFRENDA?
La ofrenda se retira el 3 de noviembre, después de que los difuntos han “consumido” los alimentos. Los vivos pueden entonces compartir los restos de comida y dulces entre familiares y vecinos, en una muestra de comunión y respeto por la tradición.
El Día de Muertos es más que una festividad; es un vínculo profundo entre el presente y el pasado, una manera de recordar y honrar a los que se han ido. La ofrenda simboliza la vida misma y celebra la memoria de quienes hicieron parte de nuestro mundo. Esta tradición ancestral continúa viva y vibrante, trascendiendo el tiempo y uniendo a generaciones en un acto de amor y devoción.