La falta de educación y programas preventivos sigue siendo un obstáculo para frenar dicha situación
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
FOTO: ALEJANDRO LÓPEZ
En los últimos años, la violencia familiar en Tapachula ha crecido un 20 por ciento, una cifra que refleja la persistencia de un problema arraigado. La falta de educación emocional, la normalización del maltrato y la influencia de redes sociales han agravado la situación, lo que ha dejado a las mujeres y jóvenes como los principales afectados. Sin embargo, el silencio de muchas víctimas sigue siendo un obstáculo para frenar esta crisis.
La dirigente de la Organización de Mujeres en Movimiento por la Liberación Nacional, Isabel Méndez Hernández, advirtió que la violencia se está transmitiendo de generación en generación. En muchas familias, el maltrato psicológico y físico se justifica como parte de la crianza, esto perpetúa patrones de abuso que son difíciles de romper. La falta de espacios seguros para hablar sobre el problema solo profundiza el miedo y la resignación de las víctimas.
A pesar de los avances en materia de derechos, la denuncia sigue sin ser un hábito arraigado. Muchos jóvenes desconocen los procedimientos para reportar agresiones o no confían en las autoridades para protegerlos. Además, el miedo al rechazo social y la presión de “aguantar” el maltrato dentro del hogar refuerzan el silencio, lo que deja a muchas personas atrapadas en entornos violentos sin una salida clara.
Las autoridades han sido señaladas por la falta de estrategias efectivas para abordar la violencia familiar. Méndez Hernández hizo un llamado urgente para que se implementen políticas que no solo castiguen a los agresores, sino que también prevengan el maltrato desde la educación. Programas escolares que enseñen sobre resolución pacífica de conflictos y el respeto en las relaciones familiares podrían marcar la diferencia a largo plazo.
El incremento del 20 por ciento en los casos de violencia familiar en Tapachula no es solo un número; es un síntoma de una sociedad que necesita un cambio de raíz. Romper con la normalización del abuso requiere acciones concretas, tanto desde las instituciones como desde los hogares.