José Luis Castillejos
La migración, un desafío global, exige respuestas inmediatas desde una perspectiva humanitaria. El respeto a la dignidad y los derechos de las personas migrantes debe ser el eje central para construir soluciones que beneficien tanto a los países de origen como a los de destino.
En los últimos días, las tensiones entre México y Estados Unidos han aumentado debido a las políticas restrictivas heredadas de administraciones previas. La cancelación de la aplicación móvil CBP One, que permitía a los migrantes solicitar asilo de forma regulada, ha dejado a miles de personas varadas en la frontera norte de México, enfrentando condiciones de extrema vulnerabilidad.
Las imágenes de familias llorando en Ciudad Juárez reflejan el alto costo humano de estas decisiones. Medidas como la reactivación del programa “Quédate en México” y la declaración de emergencia nacional han agravado las dificultades para los migrantes, quienes deben esperar en territorio mexicano mientras sus casos son procesados. Estas políticas han tensado aún más las relaciones bilaterales entre ambas naciones, mientras las comunidades fronterizas enfrentan una creciente presión.
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha respondido con firmeza, destacando que “México no es colonia de nadie” y subrayando la relevancia de los trabajadores migrantes mexicanos para la economía estadounidense. Sin ellos, señaló, sectores como la agricultura quedarían paralizados. A pesar de su postura firme, Sheinbaum ha buscado mantener el diálogo abierto, como lo demuestran las conversaciones recientes entre el canciller mexicano, Juan Ramón de la Fuente, y el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, en las que abordaron temas de seguridad y migración.
En América del Sur, el presidente colombiano Gustavo Petro también enfrenta presiones tras negarse a recibir vuelos con deportados desde Estados Unidos. En respuesta, la administración estadounidense impuso un arancel del 25 por ciento a productos colombianos clave como el café y el carbón. Aunque inicialmente Petro endureció su postura, las repercusiones económicas lo obligaron a enviar a su canciller a Washington para renegociar las condiciones y evitar mayores afectaciones a su economía.
Estos eventos reflejan cómo la política migratoria está profundamente entrelazada con los intereses económicos y geopolíticos. Las medidas unilaterales, como las amenazas arancelarias, no solo afectan las economías de los países implicados, sino que también impactan a miles de familias que buscan escapar de la pobreza, la violencia o la falta de oportunidades.
La experiencia histórica muestra que el aislamiento y las confrontaciones raramente llevan a soluciones efectivas. Es imperativo que las naciones colaboren para gestionar los flujos migratorios de manera justa y, sobre todo, para atacar las causas de fondo que obligan a las personas a abandonar sus hogares. Pobreza, desigualdad y violencia son problemas que no se resolverán sin un compromiso internacional sólido.
Las actuales tensiones subrayan también la creciente incertidumbre económica en América Latina. Los gobiernos de la región enfrentan el reto de proteger su soberanía mientras gestionan relaciones asimétricas con potencias como Estados Unidos. Además, países como México y Colombia, convertidos en puntos de tránsito o destino, soportan una carga humanitaria y logística que continúa creciendo.
La comunidad internacional observa con atención este escenario, consciente de que estas disputas trascienden los derechos humanos de los migrantes. El equilibrio geopolítico, la cooperación internacional y la soberanía de las naciones están en juego. Resolver este conflicto demandará prudencia, voluntad política y un enfoque ético que priorice la dignidad humana como base de cualquier acuerdo.
En este contexto crítico, las decisiones tomadas por los gobiernos de la región no solo definirán el futuro de sus relaciones con Estados Unidos, sino también el rumbo de las políticas migratorias en el continente. Solo mediante el diálogo y la colaboración será posible construir un sistema migratorio más equitativo y humano, capaz de responder a las necesidades del mundo actual.