Sarellly Martínez Mendoza
A Juan Pedro Viqueira Alban lo conocí en 1994, cuando mi jefe y mi amigo Saúl López de la Torre me pidió hablar con el historiador, quien acababa de publicar su novela histórica “María de la Candelaria: india natural de Cancuc”.
Esperábamos, con José Juan Balcázar en el Museo Textil de la Plaza de Santo Domingo, donde Juan Pedro impartiría una conferencia. No lo conocíamos, y en ese entonces no podíamos buscar su fotografía en Internet para darnos una idea de sus características físicas.
Veíamos pasar a los asistentes. Nos fijábamos en ellos, y había algunos con aires intelectuales, otros de fumadores de mota, bohemios y de revolucionarios, porque en aquellos años San Cristóbal se había convertido en la capital de las utopías.
Pasó de pronto un hombre desgarbado, alto y de piel clara. Lo descartamos. No sé qué idea teníamos del autor de “María de la Candelaria”, porque no pensábamos que aquella persona que caminaba como desbaratándose, cayéndosele sobre el rostro un rebelde pelo rubio, fuera el historiador/novelista.
De todos modos, preguntamos y aquel hombre, de rostroinfantil y curioso, resultó ser Juan Pedro. Nos presentamos y le entregamos los documentos que le enviaba Saúl López de la Torre.
Viqueira llevaba casi 10 años viviendo en San Cristóbal, después de haber decidido alejarse de la Ciudad de México, por motivos del terremoto y en busca de la paz provinciana.
Llegó a Chiapas con su esposa Graciela Alcalá, otra notable investigadora, huyendo del mundanal ruido y de la tragedia, también porque había descubierto en sus visitas como turista, el archivo diocesano. Había proyectado continuar con la historia cultural, de la que había surgido su libro“Relajados o reprimidos”, que trató sobre las diversiones públicas y la vida social en la Ciudad de México en el siglo XVIII.
Pero aquí en Chiapas sus investigaciones dieron un giro; en lugar de seguir por la historia cultural, se sumergió en la historiografía regional, lo que contribuyó a forjar una nueva historiografía chiapaneca, entre cuyos impulsores se encuentran Jan Rus, Mario Humberto Ruz Sosa, Carlos Navarrete y Dolores Aramoni.
Años después, regresó a la capital, contratado por el Colegio de México, pero no se desvinculó de Chiapas. Visitaba con frecuencia nuestro estado, continuaba sus investigaciones sobre la microhistoria local y participaba en encuentros académicos. En noviembre del año pasado, impartió la conferencia magistral La incorporación de Chiapas a México en el contexto de la larga duración.
Era un especialista sobre Chiapas, pero era, además, un conversador divertido, sumamente ameno, que provocabacarcajadas en su audiencia.
Cuando yo revisaba las colecciones de periódicos de la Hemeroteca Fernando Castañón Gamboa, donde pasé casi un año, Juan Pedro estuvo ahí por unas semanas. Por ratos platicábamos. Él siempre mostraba su sonrisa generosa.
La información que le parecía interesante la escribía en su computadora, pero no usaba Word, que ya se había popularizado a principios de siglo, sino en un programa que él había diseñado. Me explicó que había estudiado programación y que redactaba sus fichas de esa manera, porque era más fácil que después enlazarlas, compararlas o buscarlas.
En cuanto a sus referentes teóricos, no simpatizaba con la tesis marxista de las irrupciones violentas e inevitables, como se había presentado de los alzamientos indígenas de Chiapas. Según él, si bien hay que tomar en cuenta la historia de larga duración, en las protestas hay que analizar también las coyunturas particulares, como las de 1700, 1712 o 1994. Estaba en contra de las versiones simplistas, propagadas por algunos historiadores y periodistas de la fatalidad, que veían a la entidad repleta de latifundios, cuando, en muchas ocasiones, era lo decisivo era la disputa de la tierra entre pequeños poseedores y cada región presentaba dinámicas diferentes. Para él las generalizaciones eran muy peligrosas.
El legado de Juan Pedro Viqueira ha contribuido en la creación de una nueva historiografía sobre Chiapas junto con otros investigadores de su generación, además de contribuir en la formación de historiadores con sólida formación,abordan a nuestra entidad como tema de estudio. En su legado se incluyen sus obras, en especial “Encrucijadas chiapanecas” y “Chiapas: los rumbos de otra historia”.
En enero, visitó San Cristóbal. Estaba en tratamiento por un cáncer, que en poco tiempo hizo estragos. Murió a los 70 años, en la Ciudad de México, lugar donde nació en 1954.