José Luis Castillejos
En México, el anhelo de ascender socialmente ha sido una promesa repetida por gobiernos, pero la realidad para millones de personas es distinta. La movilidad social —la posibilidad de que alguien mejore su calidad de vida respecto a la generación anterior— se ha vuelto cada vez más difícil, sobre todo para quienes nacen en contextos de pobreza estructural.
Según datos del Centro de Estudios Espinosa Yglesias(CEEY), una persona nacida en el quintil más bajo de ingresos tiene una probabilidad muy reducida de acceder a niveles más altos de bienestar. Se estima que seis de cada 10mexicanos que nacen en hogares pobres, permanecen en esa condición durante toda su vida. La cuna sigue pesando más que el esfuerzo.
Factores como la desigualdad en el acceso a la educación de calidad, la informalidad laboral, la concentración de oportunidades en zonas urbanas y el limitado acceso a servicios básicos en comunidades rurales perpetúan un círculo vicioso. El rezago educativo y la precariedad en el empleo no solo impiden el progreso individual, sino que afectan el desarrollo colectivo del país.
Un niño nacido en un municipio marginado tiene menos oportunidades de alcanzar estudios universitarios que uno que crece en una zona metropolitana con infraestructura, conectividad y oferta cultural. Esta brecha se amplía aún más entre mujeres, comunidades indígenas y personas con discapacidad, quienes enfrentan obstáculos adicionales para avanzar.
La movilidad social también se ve frenada por la informalidad, que afecta a más del 50 por ciento de la población ocupada. Los trabajadores sin acceso a seguridad social, prestaciones o estabilidad laboral viven al día, sin posibilidad de ahorrar, emprender o planear a largo plazo.
Otro elemento determinante es el acceso desigual al sistema de salud. Enfermarse en un contexto de pobreza puede significar una ruina económica para las familias, puesto quelos gastos catastróficos en salud provocan un retroceso aún mayor en los intentos de salir adelante.
Además, el lugar de nacimiento condiciona el futuro de las personas. En estados del sur como Chiapas, Oaxaca o Guerrero, la pobreza multidimensional alcanza niveles muy superiores al promedio nacional. Las políticas públicas no han logrado cerrar esas brechas territoriales ni garantizar igualdad de condiciones.
Para revertir este escenario, se requiere una estrategia de Estado que garantice educación inclusiva desde la infancia, una reforma profunda al mercado laboral que reduzca la informalidad, y un sistema de salud universal y funcional. También se deben impulsar políticas regionales con enfoque de justicia territorial, para que el progreso no se concentre en unas cuantas ciudades.
La movilidad social no es solo un asunto de economía. Es un asunto de dignidad, de justicia y de futuro. Un país donde el origen determine el destino, está condenado a la fractura social y al desencanto.
México necesita recuperar la promesa de que el esfuerzo y el talento puedan más que las condiciones heredadas. Solo así se construirá una nación más equitativa, con cohesión y verdadero desarrollo.