Sarelly Martínez Mendoza
100 días es una cifra simbólica. Es poco tiempo para evaluar a fondo un Gobierno, pero suficiente para detectar su dirección, su estilo de administración y las nuevas pautas que busca establecer. Este período inicial permite vislumbrar el perfil de la nueva gestión y las prioridades que marcará en el futuro inmediato.
Pasado este umbral, surgen nuevos retos. Se disipan las ilusiones y la euforia inicial da paso a la realidad de la administración. Aquellos que esperaban un puesto o una oportunidad de promoción pueden quedarse fuera, y la relación entre gobernantes y gobernados entra en una etapa más pragmática, donde se revelan fortalezas y debilidades.
Evaluar un Gobierno en sus primeros 100 días implica compararlo con su antecesor, y en el caso de Chiapas, las diferencias son notables. Existen dos estilos claramente contrastantes. Rutilio Escandón Cadenas dirigió un Gobierno distante, con escasa interacción con la ciudadanía. Su administración estuvo marcada por la indiferencia y la falta de compromiso con las problemáticas del estado.
En contraste, Eduardo Ramírez Aguilar ha mostrado un enfoque de proximidad. Es un gobernador que escucha, que interactúa con la ciudadanía y que ha logrado generar un sentimiento de esperanza en un pueblo que estaba cayendo en la desilusión. Un liderazgo efectivo no solo debe proyectar una visión de futuro, sino también movilizar a la población para la consecución de objetivos comunes.
En este período inicial, la seguridad ha sido una de las áreas más evidentes de cambio. Mientras que Escandón permitió el crecimiento del crimen organizado, especialmente en la Sierra, la Fronteriza y la Frailesca, Ramírez Aguilar ha priorizado la recuperación de la paz. Su estrategia para restablecer el orden ha dado resultados en corto tiempo, permitiendo mayor seguridad en regiones antes controladas por grupos armados. Si bien aún falta consolidar el control en algunas comunidades, el panorama ha cambiado y la población ha recuperado la confianza.
El restablecimiento del orden podría haber sido sangriento y lento; algunos indicaban que los primeros resultados se verían a fines de este año, pero en estos 100 días se ha recuperado la gobernabilidad, la paz y el ánimo de los habitantes de esas regiones, que eran rehenes de los grupos armados.
La política de “abrazos, no balazos” a nivel federal presentaba un reto para el Gobierno estatal. No obstante, la estrategia local ha logrado armonizar con la nacional, logrando avances significativos en la contención de la delincuencia. Se han tomado decisiones firmes, incluyendo la detención de presidentes municipales, la solicitud de licencia a legisladores y la remoción de caciques regionales.
Rutilio Escandón quedará marcado por su incapacidad para enfrentar la crisis de inseguridad en Chiapas. Su Gobierno se caracterizó por la pasividad y la falta de sensibilidad ante el sufrimiento de su pueblo.
Uno de los principales aciertos de la nueva administración ha sido el mensaje de ruptura con la complacencia hacia los grupos violentos. Además, ha implementado programas con alto impacto social, como “Chiapas Puede”, que busca reducir el analfabetismo; “Conecta Chiapas”, que proporciona Internet gratuito a estudiantes; y “Comedores del Humanismo”, que brinda alimentación a poblaciones vulnerables.
El principal logro de estos 100 días ha sido la recuperación de la esperanza. Ramírez Aguilar ha impuesto un ritmo de trabajo acelerado, exigiendo a su gabinete concentrarse en la gobernanza y dejando de lado agendas personales. Aún quedan desafíos importantes, como consolidar la pacificación del estado y asegurar que los funcionarios se dediquen exclusivamente a su labor, sin distracciones políticas prematuras.
Aunque el nuevo Gobierno no representa una ruptura total con su predecesor, ya que ambos forman parte del mismo movimiento político, el cambio de rumbo es evidente. Se ha pasado de una administración hermética y distante a un liderazgo con mayor inclusión social y presencia gubernamental activa.