Andrea Flores Mena
Entre el poder y el pueblo: La brecha que no cierra
Cada proceso electoral se oferta lo mismo: órdenes de Gobierno cercanos, sensibles a las necesidades y comprometido con la justicia social, sin embargo, el tiempo transcurre y la historia nos demuestra muchos casos en contrario.
Las promesas parecieran más ciertas, los cuadros de generaciones se renuevan, pero, la distancia entre gobernantes y ciudadanos sigue intacta, cuando no se ensancha aún más; en algunos casos, la interdependencia y coordinación negociada entre sistemas y organizaciones es nula.
La política, en su esencia, debería tener un puente entre las necesidades del pueblo y las soluciones que garanticen bienestar colectivo. Pero en la práctica, la realidad es otra: los intereses de unos pocos rara vez coinciden con los de la generalidad. Mientras ciudadanos luchan por salarios dignos, servicios de salud eficientes, educación accesible, entre otros, los que han accedido a estos privilegios, parecen preocupados solo por su imagen y su permanencia en el poder.
LA DESCONEXIÓN DEL PODER
El problema no es nuevo ni exclusivo de un país. En el mundo, han desarrollado un propio ecosistema, donde la supervivencia no depende del apoyo ciudadano, sino de acuerdos con grupos y el dominio de la narrativa y comunicación pública. En este ir y venir, la gente se convierte en un simple recurso para el bien llegar al puesto y no para el bien vivir del pueblo.
Esta desconexión se traduce en decisiones absurdas que no reflejan la realidad cotidiana. Discursos que hablan de crecimiento económico mientras la gente apenas sobrevive con salarios con poco poder adquisitivo. Funcionarios y funcionarias que aplauden políticas de transparencia, mientras encubren actos de corrupción con tecnicismos legales.
EL ESPEJISMO DE LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA
La democracia se reduce a trámites administrativos donde la voz del gobernado es una formalidad sin impacto real.
Las redes sociales han amplificado la percepción de que la gente tiene más poder, pero en la práctica, los mecanismos de control siguen intactos. Los ciudadanos pueden quejarse, hacer virales las injusticias y exigir cambios, pero si las instituciones no están diseñadas para responder a estas demandas, todo queda en ruido mediático sin consecuencias reales.
¿QUIÉN CIERRA LA BRECHA?
El problema aparentemente es que la brecha entre los actores de la gobernanza no se cierra sola. No basta que, desde nuestra forma de comunicación, indignarse, compartir noticias o votar cada determinado tiempo. Se necesita una ciudadanía realmente activa y organizada, capaz exigir responsabilidad. También se requieren reformas estructurales que limiten el poder de los que no cumplan, castiguen la corrupción de manera efectiva y garanticen espacios reales de participación ciudadana.
El sistema actual no cambiará por iniciativa propia. Para la élite política, la desconexión consensuada con el pueblo es conveniente: les permite gobernar sin gobernanza, rendir cuentas a modo y perpetuar sus privilegios. Pero, mientras el pueblo no ejerza su real poder, no se cerrará esta brecha, seguiremos siendo testigos de la misma historia: promesas incumplidas, decepciones recurrentes y una democracia que, en lugar de representar a la gente, solo administra su frustración.
PODER SIN PUEBLO ES SOLO ABUSO
La política no debería ser un club exclusivo de privilegiados y privilegiadas, que deciden sobre la vida de millones sin conocer sus realidades; la modernidad nos ha dado herramientas para organizarnos, exigir transparencia y acabar con la impunidad, pero nada cambiará si seguimos delegando y responsabilizamos a los otros. La brecha entre el poder y el pueblo solo se cerrará cuando la sociedad deje de pedir permiso para ser escuchada y empiece a ejercer el poder que realmente le pertenece.