Las primeras organizaciones chiapanecas nacieron en silencio. Indígenas y campesinos enfrentaron a finqueros y autoridades
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
FOTO: ALEJANDRO LÓPEZ
Las primeras luchas laborales en Chiapas no nacieron en las fábricas ni en oficinas, sino entre cafetales, bajo el sol implacable y la vigilancia de capataces armados. A fines del siglo XIX, en una tierra controlada por finqueros, donde la palabra “derecho” apenas se pronunciaba, surgieron los primeros intentos de organización obrera. No fue una huelga masiva ni una gran movilización, fue el simple gesto de cuestionar el jornal, de resistirse al castigo, de hablar en voz baja sobre justicia.
La región del Soconusco fue uno de los primeros focos. Allí, los trabajadores, casi todos indígenas y campesinos, empezaron a formar redes de apoyo, muchas veces clandestinas. No lo hicieron con pancartas ni sindicatos oficiales, sino con la convicción de que las condiciones impuestas por los hacendados no eran eternas. En ese contexto, el silencio era una forma de protesta, y la organización, un riesgo de muerte.
Con la Revolución Mexicana como telón de fondo, las ideas de justicia social y derechos laborales comenzaron a cruzar las veredas del sur. Aunque en Chiapas el cambio fue más lento, el impacto fue profundo, la lucha ya no era solo por el pan diario, sino por transformar la estructura de poder en el campo. El ideal zapatista de tierra y libertad se convirtió en semilla para futuros movimientos agrarios y obreros.
Durante las décadas siguientes, los sindicatos formales comenzaron a aparecer, pero con frecuencia se toparon con las mismas murallas de siempre, el poder económico concentrado, la complicidad gubernamental y un racismo estructural que negaba a los pueblos originarios su derecho a organizarse. Las ligas campesinas y obreras que surgieron en los años 30 fueron avances, pero también reflejo de una lucha aún desigual.
Al conmemorarse el 1 de mayo, Chiapas recuerda no solo una fecha simbólica, sino esas primeras voces que desafiaron el sistema en las fincas cafetaleras. El pasado no es solo historia, es una advertencia. Porque la lucha laboral en el estado no empezó con sindicatos registrados ni con discursos oficiales, sino con obreros descalzos que, en el corazón de los cafetales, se atrevieron a decir “ya basta”.