Enfrentan incertidumbre tras la clausura, mientras buscan alternativas para sostener a sus hogares sin apoyo oficial
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
FOTO: ALEJANDRO LÓPEZ
Los cierres de plantas extractoras de aceite de palma en el Soconusco no solo apagaron motores industriales, también apagaron la vida diaria de más de cinco mil personas que construyeron su existencia alrededor de esta industria. La clausura, que inició como una medida ambiental promovida por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (PROFEPA), dejó sin sustento a comunidades enteras que hoy enfrentan una incertidumbre abrumadora.
En municipios como Acapetahua y Villa Comaltitlán, el trabajo en la planta era más que un empleo, era la posibilidad de educar hijos, mantener hogares y proyectar un futuro. Lo que queda ahora son calles sin movimiento y familias atrapadas entre la necesidad y la espera. Las promesas de que el cierre sería temporal pierden fuerza con cada día sin respuesta institucional.
La situación se vuelve crítica para mujeres y hombres que, no solo perdieron un ingreso, sino el eje que sostenía sus hogares. Para muchos, esta era su única fuente de empleo formal. Sin ella, enfrentan trabajos eventuales, comercio informal o la angustia diaria de ver vaciarse la despensa sin un plan de salida.
El cierre ha puesto sobre la mesa una omisión mayor, no se implementaron mecanismos de contención económica ni alternativas para los afectados. En una región donde las oportunidades laborales son escasas, el cierre de cinco extractoras se traduce en una crisis silenciosa que no ha tenido la misma visibilidad que los sellos de clausura que colgó la autoridad.
Más allá de los sellos administrativos, esta decisión expuso el abandono estructural en el que operan muchas comunidades. Mientras la PROFEPA cumple con su deber regulatorio, el Estado no ha ofrecido rutas claras para mitigar el desempleo generado. La industria del aceite de palma se apagó, pero quienes dependían de ella siguen a la espera, sin garantías ni planes.
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Sin esta fuente de ingresos, enfrentan labores eventuales, comercio informal o la angustia diaria de ver vaciarse la despensa sin un plan de salida