Sarelly Martínez Mendoza
El pasado 10 de mayo, mi primo Miguel Ángel CundapíMartínez cumplió 59 años. Lo celebramos al día siguiente, con banda norteña, pastel y abrazos. Espléndido como era,nos agasajó con botanas y con la felicidad de sus ojos.
Le decíamos Migue o Miguelito, pero prefería que le dijeran La Miguelona: “Ese apodo me ha gustado; así fui conocido en mis tiempos de relajo y desvelos”.
Su vida fue alegre y despreocupada. Sin hacer mucho caso del qué dirán, aunque en el pueblo nunca sintió que se le marginara por sus gustos y sus preferencias. Al contrario, se le quiso y se le respetó. Su restaurant-bar El Panalito es el preferido de los degustadores de botana en Suchiapa y sus alrededores.
Una de sus mayores alegrías fue haber sido nombradopresidente de la Fiesta de Mayo. Lo recuerdo con guayabera, collares de flores, sonrisa de fiesta, marimba y mucha cohetería.
De niño era un gordito simpático y juguetón. En muchas ocasiones, sobre todo en los meses de diciembre y enero,hacíamos fogata a orillas de la calle, entonces intransitable para coches, y comíamos malvavisco que él sacaba a escondidas de la tienda familiar.
Su padre, Isaías Cundapí, era un hombrón que había prosperado en la comercialización de ladrillos, tejas, frijol, maíz, marranos, becerros, pescados y mariscos. Su casa era una matancería, carnicería y pequeña fonda, donde había siempre algo para comer: chicharrón, menudencia, pescado frito, chanfaina o estofado que preparada su madre, mi tía Eva Martínez Nango.
Él ayudaba también a sostener la casa y los negocios, como sus hermanos Neptalí, Coqui, Nani, Isaías, Blanca, Maruli, Eva y Angelita.
En los 70, mi tío Isaías fundó El Panalito, una pequeña cantina, en donde se servían botanas, “de mar y tierra”, decía Migue.
Cuando mi tío se convirtió al protestantismo y decidió dedicarse a rescatar almas en pena de los alcoholes, cerró El Panalito.
Tiempo después de la trágica muerte de mi tío, Migue -quienpronto dejó de comulgar con la religión pentecostal de sus padres-, retomó el nombre de El Panalito para convertirlo en un lugar propicio para mitigar la sed y el hambre de hombres y mujeres de mi pueblo.
En una etapa, el restaurant bar ofreció espectáculos con comediantes y artistas. Tiempo después Migue se apaciguó y se enfocó en una clientela más familiar.
Durante la pandemia, Migue se contagió de Covid. Bajó su oxigenación, y en medio de aquel desbarajuste, de aquellas subidas de presión arterial y de glucosa, perdió el oído. Por eso, era más fácil comunicarse con él a través de mensajes por WhatsApp, que mantener una conversación cara a cara.
Dos veces por semana acudía al ISSSTE a su hemodiálisis, producto también de los días de encierro.
Hace casi un mes, cuando cumplió años, bailó banda norteña con sus hermanas y sus primas. Lo evoco con los pasos de Juan Colorado que no escuchaba por su oído estropeado, pero cuya letra seguramente recordaba: “Ya se va Juan Colorado/ ya los vino aquí a saludar”.
Tampoco escuchó Las Mañanitas que le cantamos, ni el Despierta mi bien despierta, pero leía en nuestros labios la alegría de su existencia, de su cumpleaños, y él se sabía feliz.
Hace unos días, me habló de su infancia y de sus comidas preferidas. Del arroz a la mexicana, del ejote con huevo, de las papas fritas o en puré. Me dijo: “ahora se me antoja devorar un buen filete de pescado con arroz, pero tampoco despreciaría la chanfaina que preparaba mi mamá; la sopa de fideo, de tía Esther, y la sopa de pan, de tía Tila”.
A mí también se me antojó. Quedamos en armar el lego de su vida, de sus días infantiles, en los que jugamos casi todos los días, todas las tardes, porque aparte de ser primos, éramos vecinos.
Me dijo que quería contarme su vida. Hablarme de su juventud intensa y traviesa, de sus enamoramientos, pasiones y escándalos, de la movida tuxtleca y surimba.
Y reía con su sonrisa amplia y transparente. Yo estaba presto a escucharlo, a conocer sus andanzas, a no dejarse llevar por el qué dirán, sino de vivir la vida como a él le gustaba y con la compañía que deseaba. “Me siento famoso con el apodo de La Miguelona”, me escribió.
El viernes pasado (junio 13) amaneció con dolor en el pecho. Su hermana Maruli le dijo que visitara al médico. Él se negaba, pero el dolor le era insoportable. A las dos de la tarde lo internaron en una clínica; a las seis tenía problemas de respiración. Urgía intubarlo, pero no fue necesario. En las primeras horas del sábado su corazón de 59 años se paralizó.
Se fue dejando El Panalito, que seguirá en manos de su familia, y a decenas, cientos de amigos que lo recordaremos con cariño. Porque Migue, La Miguelona, supo vivir a su modo, con autenticidad, fiesta y ternura.