Productores luchan por mantener viva una actividad esencial para la biodiversidad y economía rural
YUSETT YÁÑEZ/PORTAVOZ
Bajo el calor húmedo y el zumbido constante de miles de abejas, nos adentramos en el mundo de la apicultura. Una actividad milenaria que combina paciencia, conocimiento y respeto por la naturaleza. El objetivo: criar y cuidar a las abejas para obtener productos como miel, jalea real, propóleo, cera y polen. Más allá de su valor comercial, esta labor garantiza la polinización de gran parte de los cultivos que consumimos a diario.
En un pequeño apiario de Ocozocoautla; Chiapas, Adel se prepara para una nueva jornada. Con movimientos seguros, coloca astillas en el ahumador para controlar el nerviosismo de las abejas.
“Aquí estamos poniéndole la astilla al ahumador, para que no se nos vaya a apagar. Cuando esté más prendido, el patrón se termina de equipar y ya entramos a las colmenas. Vamos a sacar los panales de miel en exceso, sin tocar la cría, panal por panal”, explicó mientras el humo se mezclaba con el aroma dulce de la cera.
La historia de Adel comenzó en 1990. Han pasado 34 años desde que decidió dedicarse por completo a la apicultura, tiempo suficiente para acumular conocimientos, anécdotas y preocupaciones.
“Es una actividad que me apasiona, no lo veo como un trabajo. Antes era más rentable, llegábamos a producir 45 o 50 kilos de miel por colmena. Ahora apenas alcanzamos 25 kilos. Nos ha golpeado el cambio climático, el uso de insecticidas y la tala”, lamentó.
Las cifras lo confirman. La producción de miel en la región ha caído drásticamente en la última década. Antes, el periodo de cosecha noviembre, diciembre y enero era sinónimo de abundancia. Hoy, incluso en buenas temporadas, el promedio anual apenas llega a 10 mil kilos entre varios productores, dependiendo del número de colmenas.
AMENAZAS INVISIBLES
Las abejas no solo producen miel; su papel como polinizadoras es vital para la biodiversidad y la seguridad alimentaria. Sin embargo, el cambio climático ha alterado sus ciclos. Sequías prolongadas, lluvias fuera de temporada y temperaturas extremas afectan la floración de las plantas, reduciendo la disponibilidad de néctar y polen.
A esto se suma la deforestación, que destruye el hábitat natural de las abejas, y el uso indiscriminado de agroquímicos, que no solo mata a los insectos de forma directa, sino que debilita sus defensas, haciéndolos más vulnerables a enfermedades.
Adel recuerda con nostalgia los años en que las abejas encontraban alimento abundante en campos llenos de flores silvestres. Hoy, en muchos lugares, esos paisajes han sido sustituidos por monocultivos y pastizales.
EN PELIGRO SI NO SE ACTÚA
La apicultura requiere dedicación y conocimientos técnicos: desde el manejo de las colmenas hasta el cuidado sanitario de las abejas, pasando por la extracción y envasado de la miel. Sin embargo, cada vez son menos los jóvenes interesados en aprender este oficio, en parte por la inestabilidad económica y las condiciones adversas.
Aun así, los apicultores mantienen viva la esperanza. Con prácticas más sostenibles, como evitar el uso de pesticidas cerca de las colmenas, reforestar zonas degradadas y diversificar cultivos, es posible recuperar parte de lo perdido.
LA IMPORTANCIA DE CONCIENTIZAR
En la cultura popular, las abejas suelen ser vistas como una amenaza por su aguijón. Sin embargo, su verdadero peligro radica en su desaparición. Sin ellas, la polinización natural disminuiría drásticamente, afectando no solo la producción de frutas y verduras, sino el equilibrio de ecosistemas enteros.
Por eso, los apicultores piden a la sociedad un cambio de percepción y hábitos. Proteger a las abejas no es solo proteger la miel, sino garantizar la vida misma.