José Luis Castillejos
Mucho antes de convertirse en espía, jefe del Kremlin o rostro irreductible de Rusia, Vladimir Putin fue un muchacho enjuto, casi invisible, en los bloques grises de Leningrado. La calle le enseñó que la fuerza no basta si no se dirige. Entonces conoció el judo. Y ya no lo soltó.
Tenía 11 años cuando entró a un dojo. No buscaba medallas. Lo que quería era el control. Lo halló en esa sabiduría japonesa que enseña a absorber la fuerza del otro y llevarlo al suelo. “El judo me enseñó a pensar en medio del combate”, dijo en la televisión estatal.
Con el tiempo alcanzó el cinturón negro. Representó a su ciudad. Enseñó a otros. Y en el año 2000, ya presidente, firmó con su maestro Anatoly Rakhlin un libro que combinaba técnica y estrategia. “A veces hay que permitir el avance del otro para que su inercia lo derrumbe”, escribió.
Yoshiro Mori, entonces primer ministro japonés, recordaba que Putin hablaba del judo con más pasión que de tratados o gasoductos. En 2012, la Federación Internacional lo nombró presidente honorario. No fue un gesto cualquiera: fue el reconocimiento de una identidad.
En los encuentros con Japón, dejaba el traje y se ponía el judogi blanco. En 2016, en Tokio, pidió un tatami. No lo hizo para las cámaras. Quería probarse. “En el judo no se puede fingir. Dominas o caes”, dijo sin metáforas.
Esa imagen se quebró en 2022, al estallar la guerra. La Federación lo suspendió. Fue un golpe a su símbolo. El Kremlin no comentó. Moscú, que tantas veces habló por él, calló con precisión ensayada.
Desde entonces, el judo salió de su discurso, no de su cuerpo. Según exfuncionarios, entrena en secreto en una dacha al sur del país. Solo. O casi. Rodeado de militares. “No confía en nadie fuera de su círculo”, afirma el analista Valery Solovei. “En el judo y en el poder, Putin nunca se relaja”.
Para sus críticos, el tatami no lo formó. Reforzó su instinto. “Aprendió a usar la fuerza ajena, no para convivir, sino para imponer”, dijo Garry Kasparov. “Putin no gobierna. Combate. Es un luchador perpetuo”.
El judo, más que un pasatiempo, es su manual. Espera, cede, observa. No golpea primero. Calcula. Y cuando ve una apertura, actúa.
A Vladimir Putin no le importa ganar.
Le importa no caer.