Municipios clave como Tapachula y Tuxtla Gutiérrez buscan sostener la seguridad tras meses de enfrentamientos
CARLOS RUIZ/PORTAVOZ
FOTO: ALEJANDRO LÓPEZ
El 2024 dejó cicatrices profundas en Chiapas. Con enfrentamientos armados, bloqueos y desplazamientos forzados, la violencia se convirtió en una constante que desbordó a las autoridades y sembró el miedo entre la población. Sin embargo, el inicio de 2025 trajo un cambio perceptible: la tensión disminuyó y las calles volvieron a respirar cierta calma. Ante este panorama, ciudadanos, empresarios y comerciantes exigieron que las acciones de pacificación no se relajen, puesto temen que la estabilidad lograda sea solo temporal.
La intensidad de la violencia en 2024 afectó a municipios clave como Tapachula, Tuxtla Gutiérrez y San Cristóbal de Las Casas, donde la delincuencia organizada impuso su ley en un escenario de omisión gubernamental. La percepción de inseguridad alcanzó niveles alarmantes, con Tapachula siendo la cabeza en el ranking nacional. El asesinato del sacerdote Marcelo Pérez Pérez fue una prueba de que ni los líderes comunitarios estaban a salvo, lo que acentuó el sentimiento de desprotección en zonas indígenas y urbanas.
Uno de los puntos más críticos fue la crisis migratoria cruzada con el crimen organizado. En Huixtla, seis migrantes fueron asesinados en un operativo de seguridad que terminó en tragedia, mientras que, en Suchiate, un ataque en un restaurante provocó la intervención del Gobierno de estadounidense con alertas de viaje. Estos episodios evidenciaron no solo la brutalidad de los grupos criminales, sino también la falta de respuestas efectivas para proteger a la población local y en tránsito.
A pesar de la reducción de hechos violentos en los primeros días de 2025, persisten las dudas sobre la continuidad de la estrategia de pacificación. En Motozintla y Frontera Comalapa, comunidades enteras fueron utilizadas como escudos humanos en marchas forzadas, y el desplazamiento de miles de personas hacia Guatemala confirmó que el problema iba más allá de enfrentamientos esporádicos.
El desafío ahora es consolidar la paz sin caer en la simulación. La ciudadanía ha pedido que la calma actual no sea solo un respiro temporal, sino el inicio de un cambio estructural. La lección del 2024 es clara: la omisión y la indiferencia permitieron el avance del crimen organizado. En este 2025, la exigencia es que la seguridad no sea un esfuerzo pasajero, sino una política sostenida que garantice que la historia no vuelva a repetirse.