¿Qué es ser mujer?
Sheila X. Gutiérrez Zenteno
Desde que nacemos, las mujeres nos preguntamos (obligadas mayormente) qué nos hace ser mujeres. Hoy en día, el hecho de nacer con útero, vagina, vulva, ovarios, trompas de Falopio y un par de cromosomas X parece ser insuficiente para poder llamarnos a nosotras mismas mujeres. Si revisamos la historia de discriminación que las mujeres hemos enfrentado desde la antigüedad, pareciera que siempre hay alguien cuestionando qué nos hace ser mujeres, y si no les agrada la respuesta, intentan modificarlo, ocultarlo o desaparecerlo.
¿Qué no agrada a la sociedad de las mujeres? Muchas cosas, de entrada ser independientes, pero nuestra menstruación es también un buen ejemplo. A lo largo de la historia, hemos debido “guardarnos” porque nuestra sangre fue calificada como un mal augurio o algo desagradable. “¡Mujeres sangrando, qué repulsivo!”. Para evitar cosa tan grotesca, decidieron meternos en una carpa, una choza o un cuarto cualquiera. Y sí, en pleno siglo XXI, en algunas culturas, el aislamiento o retiro menstrual persiste.
En la India, por ejemplo, subsiste una práctica llamada chhaupadi, que asegura que las mujeres somos impuras durante el período menstrual (también justo después de haber parido) por lo que para evitar la mala fortuna y los desastres naturales, no deben ser vistas públicamente. Se supone que esta práctica fue prohibida en 2005, pero aún se registran muertes y discriminación por aislamiento menstrual, a algunas jóvenes les obligan a retirar sus bragas para demostrar que no menstrúan y así puedan entrar a la escuela.
Pero borrar lo que biológicamente somos porque a alguien le molesta, también forma parte de la cultura occidental moderna ¿No me cree? Por décadas las mujeres tuvimos que ver en los comerciales de toallas sanitarias cómo en lugar de mostrar un lienzo manchado por un líquido rojo que emulara la sangre que sale del cuerpo de una mujer a través de la vagina, en los comerciales se veía una toalla teñida con un líquido azul, porque lo que nos escurre entre las piernas debía verse séptico, limpio. Mostrar sangre menstrual en un producto diseñado para las mujeres, era impensable, hasta hace poco, cuando las mujeres lograron romper esa invisibilización.
Sin embargo, el aislamiento menstrual no es lo único que hemos tenido que enfrentar las mujeres ─ por el hecho de ser mujeres ─ a lo largo de la historia. Siempre hay algo que no agrada de nosotras.
Los estándares de belleza ─ estemos o no conscientes ─ nos han llevado a tomar decisiones que han puesto en riesgo nuestra salud. Cada cierto tiempo la sociedad reinventa cómo debe lucir una mujer y muchas aceptamos el pacto. Hubo una época en la que debimos usar corsés porque alguien pensó que era buena idea que las mujeres tuviesen cinturas de 50 centímetros aunque no pudiesen respirar; derivado del “pecho jadeante” victoriano esas mujeres vivían con indigestión, constipación, mareos frecuentes por las dificultades para respirar e incluso tenían hemorragias internas. Eso sí, entre más ajustados los cordones del corsé, más respetable era la mujer, entre más apretada, más casta.
Lejos del período victoriano, en otro momento y otra cultura, a alguien se le ocurrió hacer de los pies de las mujeres un fetiche, pero no era cualquier pie, este debía ser uno pequeño, no medir más de sietecentímetros, esa era la medida ideal, así que las mujeres adultas debían deformar su cuerpo para ser aceptadas socialmente o lograr un buen matrimonio. Pobre aquella mujer que no cumpliera lo que a nivel de belleza se esperaba de ella, sería relegada, no podría conseguir un buen marido (recordemos que las mujeres no podían trabajar ni heredar bienes).
Aquellas que no aceptaron la norma social impuesta a las mujeres de su época terminaron cercenadas del cuello, quemadas en una hoguera, prostituyéndose, ahogadas o señaladas socialmente; por ejemplo, las mujeres que se negaron a usar corsé, fueron catalogadas como “mujeres fáciles” (loose women) que al español se traduce como “mujeres de nudo suelto”, es decir, mujeres de moral libre.
Aún hoy los mandatos de belleza rigen nuestras vidas. Hoy en día, se habla de cuerpos “tuneados” (como si los cuerpos entrasen a un taller mecánico para ser embellecidos según el estereotipo de moda) mujeres con un abdomen extra plano, senos enormes, cinturas diminutas, rostros que no envejecen nunca, himenoplastias para “recuperar” el himen y “de nuevo ser virgen” o jóvenes obsesionadas con lograr lo que los medios de comunicación venden como “un hermoso thigh gap” (hueco entre los muslos).
LA PALABRA MUJER Y LA MIRADA MASCULINA
Históricamente hemos sido definidas desde la mirada masculina, y en estas definiciones persiste esa discriminación que continuamos enfrentando.
El Breve diccionario crítico etimológico del español indica que mujer viene del latín mulier que significa débil o suave, los derivados que ofrece son: mujercilla, mujerzuela, mujeriego, mujerío, mujerona y mujeruca. Mulier se relaciona en algunos textos con el adjetivo “mollis”, que significa “blando o aguado” y cuya raíz encontramos en otras palabras como “mullido” y “molusco”.
Benjamin Veschi en su sitio etimología.com explica que en el idioma inglés, mujer (woman) remite al inglés antiguo wifman, ante la idea de estar al servicio del hombre, conjugando wif, por mujer, y man, para especificar al hombre.
Mi viejo diccionario Océano de 1990 define la palabra mujer de la siguiente manera: f. Persona del sexo femenino. La que ha llegado a la edad de la pubertad. La casada con relación al marido. De la vida, de la mala vida, de mal vivir o de vida airada. Ramera. De su casa. La que tiene disposición para los quehaceres domésticos. Fácil. La que sin mayores reparos admite relaciones sexuales con el hombre. Fatal. Tipo convencional de mujer que por su conducta o aspecto se supone irresistible para el hombre. Pública. Ramera. Mujeril, mujerona.
Todas estas ideas subyacen en nuestra cultura; se piensa a la mujer como un ser que existe en relación a un hombre (con lo que se niega la mirada de las mujeres y su derecho a decidir). Son definiciones que privilegian las necesidades masculinas, no las que ellas enfrentan. Son acepciones que la enclaustran en el espacio privado (casa, hogar, cualquier símil de estos) y la coloca socialmente al servicio de ─ no es casual que profesiones en las que hay cuidados de por medio como la enfermería, la docencia o la agricultura, el número de mujeres sea mayor que el de varones ─.
NUESTRO SEXO, NUESTRO CUERPO
En el año de 1975, la maravillosa directora francesa de la Nouvelle Vague, Agnès Varda, decidió responder qué es ser mujer. Agnès aprovechó el espacio que el programa ‘F come femme’ (con F de mujer) del canal televisivo francés Antenne 2 le brindó, y echando mano del cine panfleto, filmó un cortometraje en el que a través de la voz de diversas mujeres, buscó responder desde su mirada, qué implica ser mujer desde lo físico, lo biológico y lo social.
Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe (Respuestas de mujeres: nuestro cuerpo, nuestro sexo) se convirtió en un panfleto que Varda usó para cuestionar abiertamente ─ a través de los testimonios de diversas mujeres ─ no solo a un sistema diseñado para cosificar a la mujer, habla de una sociedad machista, opresiva, que las limita desde el sexismo y la violencia. Varda lanzó reflexiones en torno al sexo, la sexualidad, el matrimonio, la belleza, la maternidad y el ser mujer.
Es innegable que somos mujeres porque nacemos hembras, es el sexo biológico el que nos permite nombrarnos mujeres en primera instancia, además, se es mujer por lo que el cuerpo femenino trae consigo, no se trata solo del sexo sino de lo que el cuerpo de las mujeres implica, desde la menstruación hasta los cambios fisiológicos que atravesamos a lo largo de nuestra vida, además de todos los constructos que se colocan sobre la corporalidad de las mujeres, desde los roles hasta los estereotipos de género. Ser mujer implica luchar para decidir qué es lo que realmente queremos como seres individuales y cuáles de nuestras decisiones provienen de la presión social. “Soy yo, todo mi cuerpo soy yo”.
La directora aborda también el tema de la misoginia y la maternidad. Aún hoy aquellas mujeres que eligen no ser madres son descalificadas por no vivir ese proceso: “mujer que no conoció la maternidad no es mujer” dice un dicho; sin embargo, la lista de hombres calificados como exitoso que no fueron padres es bastante larga, el asunto es que ellos no han tenido que pagar una cuota social por renunciar a su paternidad ¿se les cuestiona ser hombres por no haber sido padres? Eso no sucede con ellos.
Varda también señala la contradicción que vivimos por ser mujeres, por un lado se nos pide ser castas y virginales, mientras por el otro, se nos cosifica y sexualiza.
—Hallarse en un cuerpo de mujer es vivir una enorme contradicción.
— ¡Y vaya contradicción! Por una parte nos dicen “tápate, cubre tu sexo”. Por el otro lado: “¡Muéstrate, gustas, tu sexo vende!”. ¿Se podrán poner de acuerdo?
—Pues bien, por un lado nos dicen ¡Sé púdica! ¡No muestres el culo!
—Por otro lado nos dicen, muestra las piernas que al cliente le gusta. No me gusta que mi cuerpo sea exhibido de esta forma. No me gusta que me exploten para aumentar el comercio.
¿Será suficiente que una mujer hable de lo que implica ser mujer para que sea tomada en serio? Porque supongo yo, que algo sabremos las mujeres sobre el tema.