Omar Gasca
Hace dos décadas, precisamente el 19 de marzo de 2005, gracias a la perseverancia, vehemencia y espíritu incansable de Per Anderson, a quien siguieron y apoyaron otras voluntades, nació en la exhacienda de La Orduña, en Coatepec, Veracruz, La Ceiba Gráfica, un espacio de producción, enseñanza, investigación y residencias artísticas vinculado con distintas técnicas de la gráfica, especialmente la litografía.
Anderson, notable dibujante y litógrafo de origen sueco y radicado en Veracruz desde hace alrededor de 50 años, invirtió mucho tiempo y esfuerzo para, en principio, organizar sus primeros talleres de litografía en Xalapa, a donde llegó por invitación del fotógrafo Carlos Jurado, en 1974. No había prensa de impresión, ni piedras litográficas,ni papel, ni las tintas adecuadas. Resolvió todo.
Ahora, en La Ceiba Gráfica, se emplea mármol mexicano en lugar de las piedras que se importaban de Alemania y se fabrica papel. Hoy, decenas de artistas locales, nacionales y extranjeros han creado obra en este lugar, contribuyendo a consolidarlo como uno de los más emblemáticos del mundo, junto al Taller de Litografía Tamarind y no muchos más. Por cierto, Tamarind, originalmente en Los Ángeles y luego en Albuquerque, tampoco tuvo un inicio cómodo: a su creadora, June Wayne, y a los cofundadores Clinton Adams y Garo Antreasian, refiriéndose a la litografía, les decían que estaban recuperando “un mundo perdido”. Hoy la entidad tiene alrededor de 65 años.
Por supuesto, en La Ceiba Gráfica también han hecho suyo el concepto de sostenibilidad involucrado, la buena administración y el personal calificado y responsable, incluyendo docentes. Hay allí talleres, cursos, conferencias, exposiciones y, por supuesto, labores de impresión.
La exposición La Ceiba Gráfica: 20 años, que se presentarápróximamente en Flavia Galería –que de paso relaciona dos espacios artística y culturalmente solventes y profesionalizados–, es literalmente una muestra en el sentido de “una parte extraída del conjunto”. Se trata de una selección (“no son todos los que están, ni están todos los que son”) efectuada a partir de la premisa de reunir 20 obras, una por cada año. Integra litografía a una, dos y tres tintas, litografía y esténcil, litografía y monotipo, aguatinta y xilografía a dos tintas, y tendencias diversas (figuración, semifiguración, expresionismo, abstracción lírica, geometrismo…) y autores de varias generaciones, unos más y otros menos renombrados, algunos de ellos fallecidos: Alejandro Santiago, Claudia Luna Flores, Damián Flores, Florencia Rothschild, Francisco Castro Leñero, Gilberto Aceves Navarro, Gilda Castillo, Irma Palacios, Jimena Ramos, José Luis Cuevas, Lucía Prudencio, María Luisa Estrada, Martín Vinaver, Per Anderson, Rafael Ruiz, Roberto Turnbull, Silvia Barbescu, Tania Ximena, Uriel Marín y Yuko Sasai. Por los nombres, puede advertirse la perspectiva implícita de equidad de género.
Además de constituir un hecho colaborativo digno de atención, es esta una oportunidad para acercarse a un amplio repertorio histórico, a un relevante inventario estético y a un hecho que confirma que hay que sumar deseo y trabajo para lograr en el ámbito del arte lo que sea, pero más para que se mantenga en el tiempo y cada vez más apreciado.
Dice Alfredo Le Pera en la voz de Gardel y otros “que 20años no es nada”. La frase, con tono poético, incluida en el tango Volver, se refiere a la fugacidad del tiempo y a cómo, en la memoria y en los sentimientos, dos décadas pueden parecer un soplo, un instante. Con poesía o sin ella, sin embargo, sabemos que no es lo mismo ser que parecer. Quizá por ello en alguna parte afirma Marx que “La manera como se presentan las cosas no es la manera como son. Si las cosas fueran como se presentan, la ciencia entera sobraría”. 20 años son 20 años, enunciado que parece tautológico (repetición innecesaria), pero que es reiteración intencional.
Aquí hablamos de un trabajo sostenido, no necesariamente fácil, que además ha creado comunidad e, indirectamente, promovido distintas formas de actuar que se expresan y traducen a modo de ecosistema (biótico y abiótico).
Que la exposición tenga lugar en Flavia es, por otra parte, una expresión de empatía, de apertura, y una garantía de calidad en torno a las actividades que implican la gestión: curaduría, museografía, difusión… y público.
Extraña, efectivamente, que entre los expositores no se encuentren Edgar Cano y Daniel Berman, artistas que quizá se reservaron para sendas exposiciones individuales o una en conjunto.